LOS ESQUIROLES
Corría el año mil nueve cientos
treinta y cuatro, en la costa Asturiana
estaba ubicada una factoría de zinc, completando sus instalaciones con una mina
vertical de carbón que se extraía debajo del mar. En una huelga de los mineros
en esos días, al fin de reventarla, la empresa trajo trabajadores de la vecina
provincia de Lugo. Estos trabajadores no sabían cuál era realmente el motivo de
su contrato, solo eran conscientes de un puesto de trabajo, forma de alimentar
a su futura familia ya que todos ellos eran solteros.
A estos mineros fueron
moteados como esquiroles, trato que duró toda su vida. En esas circunstancias
ocurrieron los hechos aquí narrados.
José, minero de la compañía con veinte
años, muchos sueños, le moteaban con ese apelativo, siempre terminaban en malas
palabras, él no sabía nada de la huelga cuando le ofrecieron el trabajo,
sencillamente lo aceptó. Pronto sus compañeros se fueron dando cuenta del error
de motear a esa buena gente, la empresa había sido la encargada de traer a unos
cuantos gallegos para desactivar la huelga.
La vida de los mineros era dura, llena de
penitencias y sufrimientos, apenas les quedaba el domingo para descansar. Todos
los venidos de la provincia de Lugo, fueron hacinados en un barracón, su vida
era de conocimiento de todos los que estaban en el local. José y otro
compañero, consiguieron después de tres meses emanciparse, la vivienda
alquilada era muy vieja, estaba situada en una edificación de planta y piso,
ellos vivían en el bajo, este era húmedo aunque bien ventilado.
José bajaba con sus compañeros de turno en las jaulas, instrumento de
cajón que se hacía subir y bajar por su propio peso. Iban dejando personal en
los pisos de la mina, un pozo con diferentes salidas donde se extraían los
minerales. La vida de los mineros era muy difícil y trabajosa, la peligrosidad
era máxima y como premio de su maldición, al fin de sus días, los que no se
jubilasen por enfermedad o accidente, terminaban con la temible silicosis.
Los días y los años transcurrían lentamente, el trabajo duro de diez
horas se hacía interminable, los descansos corrían a velocidad de vértigo. José
en los días laborables, apenas le quedaba tiempo para hacerse la comida y poner
orden en la vivienda donde habitaba. Los
domingos, acompañado de un buen amigo, tomaban unos vinos e iban al baile por
las tardes. En el mes de Julio fueron a una romería en un pueblo cercano,
Ignacio que así se llamaba su compañero, acompaño a una chica a su domicilio,
quedando verse en la Villa el próximo domingo.
Ignacio pasó la semana intentando convencer a José de que le acompañase,
la chica iría con una amiga, la única
manera de aliviar la tarde y poder quedarse con la rapaza, era llevando una
compañía para la amiga de ella. José pasó la semana meditando, quería ayudar a
su amigo, pero él no pretendía tener novia de momento, una rapaza del pueblo
esperaba por él, no quería engañarla, si bien iba unos meses que no le
contestaba a sus cartas y sabia por su familia que ella tenía un rondón a su
alrededor
Tuvieron una semana dura en el trabajo, aunque no hubo que lamentar
víctimas, quedaron unas horas aislados en una galería, gracias a Dios se
solucionó de forma positiva. Eso decidió a José a aceptar la invitación de su
amigo, pensó hoy estamos aquí y mañana nos hemos ido.
Era un domingo con sol radiante, José e Ignacio se lavaron y vistieron
sus mejores galas, José se miró al espejo que tenía en su interior el armario,
se vio muy favorecido, su pelo rubio le caía sobre la frente, sus ojos azules,
parecían tener un brillo especial, solo le quedaba ese marcado de ojos, que se
pone al trabajar en la mina, había intentado eliminarlo, imposible seguía como
la marca de la casa. Se trasladarían a la Villa en bicicleta, las alquilarían
en el taller de Juanjo, que se dedicaba a repararlas y a alquilarlas.
A las seis de la tarde de aquel día de primavera, los dos jóvenes en
sendas bicicletas se dirigieron a la Villa, las chicas irían al baile que se
hacía en las Meanas, una pista cerrada con un muro y un buen patio con suelo
cimentado, los varones pagaban la entrada, las señoritas accedían
gratuitamente. En un rincón, acompañada por un grupo de chicas, estaba su
conocida, ella salió del grupo saludando al compañero Ignacio, este con la mano
avisó a su amigo que se acercase, José con muchos nervios se prestó a ello, de
entre el grupo de chicas salió una que se adelantó, ella era María, José se quedó
plasmado mirando el rostro que estaba delante de él, no era posible, todo era
hermosura, idílico, algo le dijo en su interior que ella era la mujer de sus
sueños, salió de su ensimismamiento con torpeza, balbuceo,… encantado, la chica
estaba totalmente azorada, con los ojos castaños mirando fijamente en el fondo
de los de José.
Pasada la tarde, los dos muchachos y las dos chicas quedaron para el
siguiente domingo, había empezado un noviazgo de algo que muy pronto terminaría
en boda, no sin la oposición de la familia de María, que no veían con agrado
que un minero entrase en la casa.
Transcurrió todo el año y aun con la oposición de su familia María
siguió viéndose con José, eran el uno para el otro, los compañeros de correrías
daban por hecho el matrimonio de la pareja. Hubo presentación de José a la
familia, la cual de muy mala gana, aceptó al muchacho, él empezó a sentirse
mejor y no ver malas caras en sus visitas cada vez más seguidas a su novia.
María solo tenía una hermana, llamada Lurdes, la cual desde el principio estuvo
de acuerdo con el noviazgo, fue un buen apoyo para María en las discusiones con
sus padres.
En la segunda primavera de conocerse anunciaron su compromiso, sus
padres aceptado el chico, el cual estaba dispuesto a echar una mano en las
labores de la quintana y lo hacía bien, con conocimiento ya que él era de
campo. Aclarados todos los pormenores, la pareja viviría en una casa muy cerca
de la mina, casa de poca calidad, pintada por Ignacio y José en los pocos ratos
que quedaban libres, edificio de planta y piso, las dos parejas Ignacio y
Benita, ocuparían la parte baja mientras José y María lo harían en el primer
piso. Dos diminutas viviendas, adaptadas por la propiedad, de una sola vivienda
se habían hecho dos, con una escalera por la parte exterior.
La boda de José y María se celebró en la iglesia de Quiloño, su
parroquia, la comida se dio en casa de los padres de María, ella llevaba un
vestido de color azul claro, no iba de blanco, el traje costaba más de lo
dispuesto a pagar por su familia y aunque José quiso poner dinero para ver a su
novia radiante con su vestido blanco, María no consintió en ello, convenciendo
a su novio para guardar el dinero para mejor ocasión. Este día marcaria a la
pareja de por vida, estaban muy enamorados.
En la primavera siguiente, nacía una preciosidad de niño, le pusieron de
nombre Jaime en recuerdo de un tío fallecido en la contiendo civil, no había
rencor ni malos recuerdos de su tío, sencillamente se fue a la guerra y
falleció en el frente. Dolor de todos pero sin odios hacia nadie, murió como
tantos otros defendiendo las ideas de otros, a él se lo llevaron y le pusieron
un fusil en la mano. El niño según todos los que lo conocieron era una
hermosura, rubio con ojos azules y tez muy blanca. Como decía su tía Lurdes,
estaba como para comérselo.
La vida llena de actividad y rutina siguió
unos años con esa monotonía. La tía Lurdes que parecía tener vocación de
soltera, no fallaba ningún día de fiesta sin venir a ver a su angelito, como
ella llamaba a su sobrino.
Jaime se solía pelear mucho con alguno de sus compañeros de escuela, no
cesaban de llamarle esquirol, eso le molestaba, sin darse cuenta alimentaba con
su conducta las salidas estúpidas de Xuaco, entre más se molestaba más le
azuzaba, esperando como premio las sonrisas de alguna de sus compañeros.
Don Tomás, maestro de las escuelas de la fábrica, veía desde la ventana,
ese pique de alguno de sus alumnos hacia Jaime, un día claro y hermoso se asomó
el profesor con disimulo, afín de poder tomar los rayos de sol que entraban por
la ventana, lo primero que vio fue a Xuaco, con su cantinela de llamar esquirol
al pobre de Jaime y dos chicos más hijos de compañeros venidos desde Lugo con
José. El educador esperó al fin del recreo, cuando todos estaban sentados les
amonestó su fea conducta con los chicos, hijos de los emigrantes. Le explicó lo
que era un esquirol, alguien que conscientemente se presta a trabajar y así
romper el bloqueo de presión que los compañeros hacen para conseguir un
beneficio, matizó que los trabajadores venidos de Galicia no sabían que ese era
el motivo de su llegada, ellos también habían sido engañados, insistió al fin que
no quería escuchar nunca más ese calificativo, ni en serio ni en broma. En ese
momento todos los chicos fueron conscientes de su error. Jaime se enteró ese
día que él quería ser maestro y que lucharía siempre por conseguirlo.
La vida
de la familia de José transcurría sin muchas novedades, de Galicia habían
venido en visita sus padres, personas del campo, sin ninguna formación, pero
muy educados, estuvieron todo un mes, agarrados a su nieto, sentían verdadero
delirio por el rapaz, era muy parecido a José cuando tenía su edad. Llegó el
momento de la partida, despedidas largas, lágrimas, expresión de dolor en los
rostros, un adiós de amargura, sin saber si volverían a verse. La madre de José
estrechó a su nuera con fuerza, sabia por intuición que su hijo estaba en las
mejores manos. Adiós, el tren parte lentamente, no hacían falta palabras, los
rostros lo decían todo.
El día había amanecido gris, con una cortina de un mal presagio, el
turno de José se preparaba con los bombachos, ropa desgastada por el trabajo y
el sudor, bien saben los mineros como es su
ropa de lucha diaria. Las jaulas
iban dejando por plantas a los operarios, en la sexta se quedó el equipo de
José, ocho personas contando al vigilante encargado del personal, su nombre era
Elías, pero se le conocía por el Chato, por su forma de nariz, el buen hombre era uno más del equipo, siempre
estaban todos de acuerdo, el trabajo lo hacían a destajo, entre primero se
hacia el cometido, primero se salía de la mina. Sobre las once de la mañana, un
ruido estremecedor les dejó sumidos en el horror, la parte de salida quedó
bloqueada por un derribo de la mampostería, en un pequeño espacio de unos ocho
metros de largo por unos tres de ancho habían quedado atrapados, el aire del
derribo había apagado los carburos, todo estaba a oscuras, maldiciones,
juramentos, oraciones se oía de todo. José se percató del mal momento que se
estaba pasando, levantó la voz a sus compañeros, pidió silencio, alego ahora es
momento de lucha para sobrevivir, encendamos solo un carburo, hay que evitar el
consumo al mínimo de oxígeno, sin saber cómo se había erigido en líder del
grupo, dio órdenes, mínimo consumo de energía, máxima eficacia. Se pondrían en
fila, con mucha suavidad se iría desmontando el carbón de arriba hacia abajo,
pasándose todo objeto de capacidad, pasando el mineral a la parte de atrás de
la salida.
Se había hecho sonar la sirena, había bloqueo en una galería, todas las
esposas, madres y chiquillos que salían de la escuela se quedaban a la entrada
del castillete de la mina, aún no se sabía quiénes eran los bloqueados. María
con su hijo Jaime estaban de los primeros, algo en su interior les hacía
suponer que José era uno de los atrapados. Todos los rostros de los presentes expresaban el dolor, había
incertidumbre de quienes estaban bloqueados, pero la familia minera es una en
el dolor y en las alegrías. Pasaban las horas, ya se tenía conocimiento de
quienes eran los atrapados, la brigada de salvamento, decían avanzaba a buen
ritmo pero no se sentía nada al otro lado. José se movía con agilidad. La
salida de carbón a la parte trasera era dificultosa, tenían de vez en cuando
que apuntalar con maderos poco seguros de la parte extraída, rebuscando en
todas partes la ansiada madera para sujetar la salida.
En la parte exterior los nervios se dejaban sentir, María como las demás
esposas de los atrapados se les calculaba el dolor en su rostro, la buena mujer
no dejaba caer una lagrima, algunas estallaban en sollozos y lamentos, esta se
mantenía erguida agarrando la mano de su hijo, no debía derrumbarse, su hijo
tenía que sentirse protegido, ella estaba allí y mientras fuese así no
ocurriría nada.
Las horas y la falta de oxígeno estaban haciendo mella en los
compañeros, José levanto otra vez la voz, uno de nosotros tiene que coger dos
barras de hierro y continuamente golpearlas para saber si en la otra parte se
oía y daban señal, era muy importante que supiesen que estaban vivos, si los
daban por muertos todo estaba perdido, dieron con un tubo de ventilación y
empezaron a dar avisos continuados. Cinco horas, todo dado por perdido, el
oxígeno se empezaba a estar viciado, solo José con sus tubos seguía
martilleando, le pareció escuchar contestación, agudizó el oído y golpeo nuevamente,
si se escuchaba contestación a la otra parte, nadie daba crédito a las palabras
de José, medio adormilados no sentían el pequeño sonido venido del exterior.
La brigada de salvamento, grito con euforia, están vivos. Se aceleró al
máximo el despeje de la vía, la comunicación ya era continuada, llamada y
respuesta inmediata, los compañeros se abrazaban con efusión, ya se sentía los
picos muy cerca, se comunicaban de palabra, un pequeño resquicio dejó entrar
aire renovado. Una vez más habían sido salvados, gracias a la tozudez de José
que soporto hasta el final.
Los padres de Jaime, eran algo muy apreciado en toda la comunidad
minera, un ejemplo de buen ser y hacer. La tía Lurdes se afanaba en trabajar,
su sobrino tenía que ser maestro, los padres del joven ahorraban lo máximo para
poder mandar a su hijo a estudiar magisterio a Oviedo, el bachiller estaba
terminado, ahora era el gran momento. En el mes de Septiembre Jaime empezaba
magisterio.
Tres cursos marchó D. Jaime de maestro a
la cuenca minera de Aller. En vacaciones regresaba a su casa, que ahora era la
quintana de su tía Lurdes ,en esos meses de verano aprovechaba para ayudar en
los quehaceres del campo, no olvidando la lectura y seguir estudiando cuanto
caía en sus manos. D. Jaime cada día estaba más apenado del estado de salud de
su padre, José tosía mucho y se ahogaba con mucha facilidad, el pago de todo
minero, la maldita silicosis, esa era la bonificación a una vida de lucha y
trabajo, poca pensión y el dolor de buscar el aire y no ser capaz de llevarlo a
sus pulmones.
No todo era tristeza, un buen día apareció acompañada por Jaime
Margarita su novia, era conocida de palabra pero nunca a excepción de fotos la
habían visto, la chica también maestra era de la cuenca de Aller, todos muy impresionados
por belleza, sus modales y su expresión de cariño a su hijo y a todo lo que le
rodeaba.
Hoy estamos aquí para dar la bienvenida a
D. Jaime, que este próximo curso dará sus clases en esta escuela, D. Tomás tomo
resuello, uno de mis alumnos me va a sustituir como maestro en este centro y
prosiguió, no me voy jubilado, me aparto para que Jaime, mi querido muchacho,
tome mi asiento y haga de mi escuela su escuela. Soy muy feliz, el hijo de un
minero marca una nueva era, el tesón de él y su familia hizo posible este
momento. Las lágrimas afloraron en los ojos de María y José y de muchos de los
presentes, D. Tomás con un nudo en la garganta, levantó las manos sobre su
pecho abrazándose, solo un os quiero. Arreciaron aplausos, abrazos de todos los
asistentes. Uno de ellos sería su nuevo profesor. Bienvenido D. Jaime.
Dedico esta narración, a todos los mineros que arrancaron el carbón de
la tierra para calentar los
hogares y la energía para forjar nuevas industrias.
Mi padre fue uno de ellos, gracias padre.
Salinas Febrero del 2018.