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jueves, 8 de noviembre de 2018

COSES DE CHECHU


Conocí a Chechu en un verano que pasé en el puerto de Cuchaloso. El lugar es idílico cuando sale el
sol, el cual se hacía mucho de rogar incluso en el mes de Agosto. Hermosas praderas con arbolado de hayas y piornos, entre unos y otros el verde es hermoso, los hierbazales crecen frondosos, en ellos pastan los ganados. Mi familia tenía unas propiedades, tres fincas enormes con su establo y la cabaña para el vaquero, que en época estival se hacía cargo del cuidado del ganado.

El amigo Chechu, tenía sus propiedades al fondo de aquella hermosa pradera de fincas separadas por vallas de diferentes propietarios, el lugar es muy bello, donde terminaba la pradera para entrar en un enorme hayedo, allí estaba su propiedad, era la parte más llana del lugar, como todas las demás fincas mantenía en su propiedad el establo con su cabaña para albergar a los cuidadores del del ganado, esos escasos dos meses de verano, donde era habitable el lugar.

Me hallaba allí con un tío mío, que era quien se encargaba todos los años de cuidar el ganado y guardar algo de hierba en el pajar, para darles a los animales en los días veraniegos que se hacían invernales, dicho de paso no eran pocos.

Francisco, era un primo de Chechu, el cual aprovecha todas las ocasiones para burlarse, contando gracias del bueno de su primo. Un día que estaba nevando en el pueblo y había una cota de varios centímetros de nieve, empezó a relatar Francisco, Chechu se preparó para ir a misa, siempre con su acostumbrada cachaza, iba comentando en voz alta, nevao y nevando, Chechu si nun hay Dios que peterdu, arrepentido al momento pidió perdón al Señor por su falta de fe. La verdad fue que bajó a misa, comulgó y se confortó espiritualmente, a la salida en el bar de al lado, pidió un buen baso de vino blanco calentado y una ración de callos y salió hacia el pueblo, distante unos tres kilómetros, sin ningún problema ni espiritual ni físico.

Me agradaba escuchar a Francisco, lo hacía al lado del fuego, en la cabaña de su propiedad, solo le separaba de Chechu la sebe, las fincas en su día habían sido una sola, al dividirlas se había tenido que fabricar un nuevo establo con su cabaña, para la nueva propiedad. Allí el guaje, que era yo, escuchaba y no perdía nada que atañese al personaje de Chechu, el cual me tenía fascinado.

Chechu y su primo Francisco, Vivian en la misma aldea, en realidad todos ellos eran parientes, cinco casas con cinco convecinos, dos hermanos y el resto eran primos. Su relación era buena, no tanto su intimidad, todos sabían todo de todos. Nando era uno de los primos, le contó a Francisco la siguiente anécdota. A la salida de la aldea hacia la montaña, se hacía por una caleya que iba por debajo de unos avellanos que había en una rampla de unos dos metros, que daban a la zona llana nombrada la vega, ese día estaba Nando recogiendo en la vega unas patatas, Chechu pasó por la parte de abajo por la caleya, entre los avellanos y el repecho no eran visibles Nacho y Chechu, pero si se oía bien, la distancia era corta, Chechu iba riñendo con Dios, le decía yo que siempre estoy rezando, voy a misa llueva o nieve y me arrebataste una vaca en el parto… la cosecha más bien mala… una ciática que todavía tengo dolores, Nando lo escucho todo y decidió a escondidas lanzarle un trozo de tierra, el bueno de Chechu miro a todos los lados, no viendo a nadie, alzo los ojos al cielo y dijo, está bien que no me hagas ningún caso pero que me tires un tapinazu eso ye pasase.

Esto me la relató Armando, primo de Chechu y de Francisco. Francisco había efectuado un viaje a la capital Oviedo. Marcho temprano, regresando casi a vuelta de tren, fue a casa de Chechu y otro primo más a pedirles dinero, cantidad no usual, entre los dos le fueron capaces de suministrar con todos sus ahorros más los de Francisco la cantidad que decía necesitar. Al preguntarles para que quería el dinero su respuesta era para un asuntu.

Francisco volvió a coger el tren y volvió a la capital, regresando en el último tren de la noche, cansado y lleno de ilusión, al día siguiente que no era festivo iría al banco a cobrar el décimo premiado el cual había comprado a ganga a un buen señor que como no podía hacer efectivo el recibo por ser festivo y teniendo que trasladarse urgentemente a su domicilio en la capital del reino por la muerte inesperada de su mujer, encontrándose con poco dinero para el viaje y los muchos gastos del hotel y demás cuentas con un amigo al cual deseaba dejar liquidado, ofrecía al bueno de Francisco la ganga de ganarse unos buenos cuartos, solo por adelantarle una pequeña parte del décimo, el cual fue comprobado con el señor en un puesto de lotería instalado en un quiosco, donde el mismo lotero salió para decirle que ciertamente el décimo estaba premiado con la cantidad que decía el caballero.

Muy de mañana Francisco se trasladó al banco, donde comprobó cómo había sido timado no podía creer lo que estaba oyendo, se quedó pálido, avergonzado. Salió de la entidad bancaria con un enorme dolor, no físico sino de su orgullo.

Desde ese momento en la pequeña aldea donde nada se podía mantener en secreto, por lo bajo, cuando conversaban y no estaba Él, Chechu siempre con una sonrisa maliciosa decía dónde está el del asuntu.


Salinas 6 de Noviembre del 2018. J. Ordóñez

EL MILAGRO DE DON ABEL



Era un miércoles del mes de Mayo, había subido por el valle, la carretera no era muy ancha pero estaba en buen estado de conservación, hay casas situadas en una y otra orilla de la calzada pero el grueso de construcciones se halla a unos tres kilómetros de la autovía que cruza el valle principal, por donde me dirigía era un pequeño valle lateral , más estrecho y con un pequeño riachuelo, a la entrada de la población hay una pequeña carretera que va hacia el santuario de los mártires que allí se veneran, a la misma entrada de esa vía, está situada la iglesia parroquial. Hice entrada en la iglesia, tenía la aspereza y el olor a humedad, era amplia, de una sola nave, al fondo el retablo barroco, conservación deficiente, todo en el entorno estaba limpio pero sin ningún signo de lustre, me dio la impresión del traje muy usado, planchado y limpiado demasiadas veces.


Era aproximadamente las seis de la tarde, el sacerdote oficiaba la santa misa, solo dos mujeres en el primer banco estaban presentes, los ornamentos con que oficiaba eran de un buen corte, pero hacían juego con la iglesia, demasiado usado, muy gastado. Me quedé en oración siguiendo la ceremonia hasta el final. Las dos mujeres abandonaron el templo, al pasar cerca de mí hicieron una pequeña inclinación de cabeza, a la cual respondí. Esperé a que el sacerdote se desprendiese de los ornamentos y me dirigí a él, me presente como columnista de una pequeña revista de una asociación, el sacerdote bastante joven, me escuchó con atención, se presentó, su nombre era Jenaro. Le comente el motivo de mi visita, quería saber algo sobre don Abel, el anterior párroco, con buenas palabras me enseño una casa muy cercana, allí me dijo vive don Gervasio y su esposa Ana, ellos son los que más intimidad tuvieron con Don Abel.

Me dirigí al lugar señalado, una hermosa construcción, relativamente moderna, casa de planta y piso, unas escaleras exteriores conducían al primer piso, el bajo era especie de cochera y almacén, teniendo una barbacoa en una parte separada, todo ese lugar estaba decorado con utensilios de trabajo del campo, las paredes con tanto artilugio daban la impresión de un pequeño museo. La entrada en casa de D. Gervasio, dicho de paso fue polémica, su perro mastín me puso muchos impedimentos, hasta que Dña. Ana salió al paso y lo ato en un amarre existente en un lateral de la finca. Les di la explicación de mi visita, el matrimonio me invitó a sentarme en la estancia de la barbacoa, ofreciéndome una sidra, Gervasio escancio un culete del preciado líquido ofreciéndomelo, con mucha familiaridad empezaron a hablar de d. Abel.

Ana empezó comunicándome que ella era prima del finado, siempre supieron en su familia que Abel seria sacerdote, de niño le gustaba jugar a temas religiosos, él ponía un pequeño altar e imitaba todos los temas que veía en la iglesia. En los oficios y santa misa, el niño prestaba una atención de persona mayor, ni un ruido, ni una palabra, escuchando y siguiendo todo lo que el oficiante hacía, mi tía no comprendía esa forma de actuar, sus otros hijos, que eran tres más, era imposible con ellos, siempre reprendiéndoles, no eran capaces de prestar tres minutos de atención al acto religioso, sin embargo su pequeño Abel estaba embebido en todo lo que se hacía en la ceremonia.
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Hace unos años, mi primo se hizo cargo de esta parroquia y el santuario, conservó todos los hábitos de los sacerdotes anteriores, añadiendo un nuevo motivo religioso, todos los meses oficiaba la santa misa en el santuario los viernes, cuando éramos muchos vecinos, la asistencia era numerosa, al final de su estancia aquí, apenas dos o tres personas era lo normal en días de invierno, en la época estival, acudía más gente, tenemos que tener en cuenta que toda esta zona se está despoblando y esperamos los meses veraniegos para recuperar a muchos vecinos que por su trabajo han tenido que emigrar.

Todo ha cambiado, a penas quedamos diez casas habitadas todo el año, es un valle muy cerrado, con pocas posibilidades de instalarse fábricas o empresas capaces de dar empleo, si no cambia esta tendencia, comentaba Gervasio se pondrá el cartel a la entrada del valle” se vende”.

Ana interviene para sacar a su marido de sus pésimos recuerdos, al grano que este señor viene para saber la anécdota como dice D. Abel que le sucedió aquel día. El buen cura había ido a decir misa en el santuario, ese día no encontró a nadie, solo dos jóvenes estaban sentados en el muro del cabildo, no le gustó su aspecto ni su mirada socarrona hacia él, abrió la puerta de entrada de la iglesia, se puso los ornamentos y se dispuso a oficiar la santa misa, comprobó con la mirada que los chicos habían entrado y se habían colocado cerca del altar.

La santa misa empezó sin ningún altercado, al llegar la consagración, los dos individuos sacaron una pistola y apuntándole le conmutaron a echar en un copón grande que estaba al lado del sagrario el contenido de casi un litro de vino que había para oficiar, el buen sacerdote obedeció y consagro el pan y el vino, sin comprender a que venía aquello. En el momento de la comunión, fue obligado a consumir el completo del vino, cosa que D. Abel no dudo un momento, esa era la sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Habían desaparecido los dos mozos, el cura terminó la misa, no se sentía mareado, estaba bien, tenía una reunión una hora más tarde, bajaría andando que el aire le despejase la cabeza, aunque no se sentía ni mareado ni torpe.

Al cerrar la puerta de la ermita, se volvió a encontrar con los chicos los cuales le obligaron a coger su coche y ponerse al volante, D. Abel no lo dudo un segundo, puso el coche en marcha, acelero y salió carretera abajo, con prudencia como siempre hacia, al llegar al cruce con la carretera, lo que le faltaba, la pareja de la guardia civil de control de alcoholemia. Alto y póngase a un lateral de la calzada.

No conocía a ninguno de los agentes, debían de ser nuevos, la mayoría de los del cuartel los conocía y le respetaban. Uno de los de la pareja, ordenó al otro que le aplicase el aparato de control, este replicó que era un cura… orden tajante aquí no hay curas ni paisanos, solo borrachos y abstemios, el buen cura miró hacia el cielo y dijo que sea lo que Dios quiera y se aplicó el aparatito, siguiendo las instrucciones del agente, el agente hablo con el que parecía ser su superior enseñándole el medidor, cero en alcohol, vuelva a probar con otro medidor, este aparato seguro que no está bien, vuelta a repetir la historia y el mismo resultado, el empecinado guardia obsesivo conque estaba mal el aparato, su pareja se impuso con tu que tienes contra este sacerdote

Al fin dejaron marchar al buen al bueno de D. Abel, el cual rezaba con pasión un padrenuestro, Señor no hay duda que he bebido de tu sangre

Esto decía Gervasio, lo supimos de primera mano, cuando nos visitó nervioso, después del incidente, tuvimos que prometerle que quedaría entre nosotros.

Al día siguiente, todo seguía igual, don Abel volvió a sus rezos, sus misas y su quehacer diario que en buena medida estaba muy controlado, no faltaba trabajo, tenía todas las parroquias del valle, solo con oficiar y visitar a todos los pueblos no le quedaba tiempo libre para nada.

Gervasio respiro profundamente y con su voz pausada comentó lo acaecido el sábado en el bar la Perla, regentado por Paulino su esposa Adela y su hija Alicia, la cual aunque estudiaba los fines de semana los pasaba ayudando a sus padres, ella conocía a los dos chicos que se reunían en el pequeño comedor, donde venían con otros compañeros y allí hablaban de política, solían consumir mucho, tanto de bebida como de comida. Paulino consentía a la pandilla, no por sus ideas sino por su consumo, los parroquianos eran conscientes de quienes acudían a su cita en el bar, entre ellos había un guardia civil de carretera, gente muy pronunciada de extrema política.

Alicia en un pequeño descanso al no haber demasiados clientes, se sentó en una silla de la cocina, en la estancia además de todo lo necesario para el tapeo y las comidas servidas, existía una pequeña ventana que se comunicaba con el comedor, se oía perfectamente todo lo hablado en la mesa que estaba el grupo de muchachos, eran siete jóvenes de 20 a 30 años aproximadamente. Alicia puso el oído alerta al escuchar a uno de ellos hablar de la ermita de los mártires, tu eres el que no ha hecho los deberes, nosotros fuimos a la aldea a avisar a las viejas que el cura no decía la misa ese día, no asistió nadie, solo nosotros, como quedamos le intimidamos con la pistola y el cura se bebió todo el copón, por lo menos más de medio litro de vino, no sé cómo no reventó.

Yo, le contestó uno que Alicia sabía que era guardia civil de carretera, vi como mi compañero le aplicaba el alcoholímetro y este daba cero, dos veces se hizo y las dos veces dio el mismo resultado, es imposible que no marcase absolutamente nada. Si eso es así, parece un puto milagro, la chica reconoció la voz de uno de los chicos que presumía de ser periodista, este continuo su disertación, que voy a decir a mi periódico, si les anuncie una noticia explosiva. Alicia visto el tono que tomaba la charla, se levantó sigilosamente y salió por la puerta que daba al bar.

Paulino, Adela y su hija Alicia, terminado el ajetreado día se sentaron a cenar algo, la chica comentó a sus padres lo oído, Paulino era nacido en la parroquia de Don Abel, pronto se puso al habla con amigos de su juventud y comprobó que al cura le había parado la pareja de la guardia civil y le habían hecho soplar por el alcoholímetro, lo sorprendente es porque estaba allí el control, no era lugar de tránsito y nunca se habían instalado allí, solo pasan cuatro vecinos al día con coche.

Toda la historia saltó a público y aunque negaron todo los autores, todo el mundo sabía que era cierto, aunque don Abel no abriese la boca.

Los pocos meses que le quedaron al bueno de Don Abel como párroco, vio como su iglesia se llenaba de gente, unos de su parroquia y otros de muchos lugares, todo el mundo quería saber algo sobre el viejo sacerdote. Todo estaba llegando a un punto, que la jerarquía de iglesia decidió, adelantar unos meses la jubilación del buen cura.

Hoy me encuentro en la casa sacerdotal donde desde hace cinco meses está el buen cura ya retirado
, he preguntado en portería por él, me he dirigido a una sala, en una esquina sentado en un sofá, está leyendo el periódico diario, me fijo y veo entre sus dedos deslizarse un rosario. Solo una sonrisa y una mirada me sirvieron para comprender que no quería hablar del tema, su boca estaba sellada, fue muy amable conmigo, charlamos de cosas triviales, le pedí su bendición. A la salida hacia la calle, tuve la certeza de haber conocido a un verdadero santo, un elegido de Dios, Señor porque pedimos milagros, teniéndolos delante de nosotros todos los días.

Salinas 2018- J. Ordóñez.

martes, 1 de mayo de 2018

Los esquiroles

LOS ESQUIROLES


Corría el año mil nueve cientos  treinta y cuatro, en la costa Asturiana estaba ubicada una factoría de zinc, completando sus instalaciones con una mina vertical de carbón que se extraía debajo del mar. En una huelga de los mineros en esos días, al fin de reventarla, la empresa trajo trabajadores de la vecina provincia de Lugo. Estos trabajadores no sabían cuál era realmente el motivo de su contrato, solo eran conscientes de un puesto de trabajo, forma de alimentar a su futura familia ya que todos ellos eran solteros.
A estos mineros fueron moteados como esquiroles, trato que duró toda su vida. En esas circunstancias ocurrieron los hechos aquí narrados.

    José, minero de la compañía con veinte años, muchos sueños, le moteaban con ese apelativo, siempre terminaban en malas palabras, él no sabía nada de la huelga cuando le ofrecieron el trabajo, sencillamente lo aceptó. Pronto sus compañeros se fueron dando cuenta del error de motear a esa buena gente, la empresa había sido la encargada de traer a unos cuantos gallegos para desactivar la huelga.
     La vida de los mineros era dura, llena de penitencias y sufrimientos, apenas les quedaba el domingo para descansar. Todos los venidos de la provincia de Lugo, fueron hacinados en un barracón, su vida era de conocimiento de todos los que estaban en el local. José y otro compañero, consiguieron después de tres meses emanciparse, la vivienda alquilada era muy vieja, estaba situada en una edificación de planta y piso, ellos vivían en el bajo, este era húmedo aunque bien ventilado.
   José bajaba con sus compañeros de turno en las jaulas, instrumento de cajón que se hacía subir y bajar por su propio peso. Iban dejando personal en los pisos de la mina, un pozo con diferentes salidas donde se extraían los minerales. La vida de los mineros era muy difícil y trabajosa, la peligrosidad era máxima y como premio de su maldición, al fin de sus días, los que no se jubilasen por enfermedad o accidente, terminaban con la temible silicosis.
   Los días y los años transcurrían lentamente, el trabajo duro de diez horas se hacía interminable, los descansos corrían a velocidad de vértigo. José en los días laborables, apenas le quedaba tiempo para hacerse la comida y poner orden en  la vivienda donde habitaba. Los domingos, acompañado de un buen amigo, tomaban unos vinos e iban al baile por las tardes. En el mes de Julio fueron a una romería en un pueblo cercano, Ignacio que así se llamaba su compañero, acompaño a una chica a su domicilio, quedando verse en la Villa el próximo domingo.
   Ignacio pasó la semana intentando convencer a José de que le acompañase, la chica iría  con una amiga, la única manera de aliviar la tarde y poder quedarse con la rapaza, era llevando una compañía para la amiga de ella. José pasó la semana meditando, quería ayudar a su amigo, pero él no pretendía tener novia de momento, una rapaza del pueblo esperaba por él, no quería engañarla, si bien iba unos meses que no le contestaba a sus cartas y sabia por su familia que ella tenía un rondón a su alrededor
   Tuvieron una semana dura en el trabajo, aunque no hubo que lamentar víctimas, quedaron unas horas aislados en una galería, gracias a Dios se solucionó de forma positiva. Eso decidió a José a aceptar la invitación de su amigo, pensó hoy estamos aquí y mañana nos hemos ido.
   Era un domingo con sol radiante, José e Ignacio se lavaron y vistieron sus mejores galas, José se miró al espejo que tenía en su interior el armario, se vio muy favorecido, su pelo rubio le caía sobre la frente, sus ojos azules, parecían tener un brillo especial, solo le quedaba ese marcado de ojos, que se pone al trabajar en la mina, había intentado eliminarlo, imposible seguía como la marca de la casa. Se trasladarían a la Villa en bicicleta, las alquilarían en el taller de Juanjo, que se dedicaba a repararlas y a alquilarlas.
   A las seis de la tarde de aquel día de primavera, los dos jóvenes en sendas bicicletas se dirigieron a la Villa, las chicas irían al baile que se hacía en las Meanas, una pista cerrada con un muro y un buen patio con suelo cimentado, los varones pagaban la entrada, las señoritas accedían gratuitamente. En un rincón, acompañada por un grupo de chicas, estaba su conocida, ella salió del grupo saludando al compañero Ignacio, este con la mano avisó a su amigo que se acercase, José con muchos nervios se prestó a ello, de entre el grupo de chicas salió una que se adelantó, ella era María, José se quedó plasmado mirando el rostro que estaba delante de él, no era posible, todo era hermosura, idílico, algo le dijo en su interior que ella era la mujer de sus sueños, salió de su ensimismamiento con torpeza, balbuceo,… encantado, la chica estaba totalmente azorada, con los ojos castaños mirando fijamente en el fondo de los de José.

Pasada la tarde, los dos muchachos y las dos chicas quedaron para el siguiente domingo, había empezado un noviazgo de algo que muy pronto terminaría en boda, no sin la oposición de la familia de María, que no veían con agrado que un minero entrase en la casa.
   Transcurrió todo el año y aun con la oposición de su familia María siguió viéndose con José, eran el uno para el otro, los compañeros de correrías daban por hecho el matrimonio de la pareja. Hubo presentación de José a la familia, la cual de muy mala gana, aceptó al muchacho, él empezó a sentirse mejor y no ver malas caras en sus visitas cada vez más seguidas a su novia. María solo tenía una hermana, llamada Lurdes, la cual desde el principio estuvo de acuerdo con el noviazgo, fue un buen apoyo para María en las discusiones con sus padres.
   En la segunda primavera de conocerse anunciaron su compromiso, sus padres aceptado el chico, el cual estaba dispuesto a echar una mano en las labores de la quintana y lo hacía bien, con conocimiento ya que él era de campo. Aclarados todos los pormenores, la pareja viviría en una casa muy cerca de la mina, casa de poca calidad, pintada por Ignacio y José en los pocos ratos que quedaban libres, edificio de planta y piso, las dos parejas Ignacio y Benita, ocuparían la parte baja mientras José y María lo harían en el primer piso. Dos diminutas viviendas, adaptadas por la propiedad, de una sola vivienda se habían hecho dos, con una escalera por la parte exterior.
   La boda de José y María se celebró en la iglesia de Quiloño, su parroquia, la comida se dio en casa de los padres de María, ella llevaba un vestido de color azul claro, no iba de blanco, el traje costaba más de lo dispuesto a pagar por su familia y aunque José quiso poner dinero para ver a su novia radiante con su vestido blanco, María no consintió en ello, convenciendo a su novio para guardar el dinero para mejor ocasión. Este día marcaria a la pareja de por vida, estaban muy enamorados.
  En la primavera siguiente, nacía una preciosidad de niño, le pusieron de nombre Jaime en recuerdo de un tío fallecido en la contiendo civil, no había rencor ni malos recuerdos de su tío, sencillamente se fue a la guerra y falleció en el frente. Dolor de todos pero sin odios hacia nadie, murió como tantos otros defendiendo las ideas de otros, a él se lo llevaron y le pusieron un fusil en la mano. El niño según todos los que lo conocieron era una hermosura, rubio con ojos azules y tez muy blanca. Como decía su tía Lurdes, estaba como para comérselo.
    La vida llena de actividad y rutina siguió unos años con esa monotonía. La tía Lurdes que parecía tener vocación de soltera, no fallaba ningún día de fiesta sin venir a ver a su angelito, como ella llamaba a su sobrino.
   Jaime se solía pelear mucho con alguno de sus compañeros de escuela, no cesaban de llamarle esquirol, eso le molestaba, sin darse cuenta alimentaba con su conducta las salidas estúpidas de Xuaco, entre más se molestaba más le azuzaba, esperando como premio las sonrisas de alguna de sus compañeros.
  Don Tomás, maestro de las escuelas de la fábrica, veía desde la ventana, ese pique de alguno de sus alumnos hacia Jaime, un día claro y hermoso se asomó el profesor con disimulo, afín de poder tomar los rayos de sol que entraban por la ventana, lo primero que vio fue a Xuaco, con su cantinela de llamar esquirol al pobre de Jaime y dos chicos más hijos de compañeros venidos desde Lugo con José. El educador esperó al fin del recreo, cuando todos estaban sentados les amonestó su fea conducta con los chicos, hijos de los emigrantes. Le explicó lo que era un esquirol, alguien que conscientemente se presta a trabajar y así romper el bloqueo de presión que los compañeros hacen para conseguir un beneficio, matizó que los trabajadores venidos de Galicia no sabían que ese era el motivo de su llegada, ellos también habían sido engañados, insistió al fin que no quería escuchar nunca más ese calificativo, ni en serio ni en broma. En ese momento todos los chicos fueron conscientes de su error. Jaime se enteró ese día que él quería ser maestro y que lucharía siempre por conseguirlo.
  La vida de la familia de José transcurría sin muchas novedades, de Galicia habían venido en visita sus padres, personas del campo, sin ninguna formación, pero muy educados, estuvieron todo un mes, agarrados a su nieto, sentían verdadero delirio por el rapaz, era muy parecido a José cuando tenía su edad. Llegó el momento de la partida, despedidas largas, lágrimas, expresión de dolor en los rostros, un adiós de amargura, sin saber si volverían a verse. La madre de José estrechó a su nuera con fuerza, sabia por intuición que su hijo estaba en las mejores manos. Adiós, el tren parte lentamente, no hacían falta palabras, los rostros lo decían todo.
   El día había amanecido gris, con una cortina de un mal presagio, el turno de José se preparaba con los bombachos, ropa desgastada por el trabajo y el sudor, bien saben los mineros como es su  ropa  de lucha diaria. Las jaulas iban dejando por plantas a los operarios, en la sexta se quedó el equipo de José, ocho personas contando al vigilante encargado del personal, su nombre era Elías, pero se le conocía por el Chato, por su forma de nariz, el  buen hombre era uno más del equipo, siempre estaban todos de acuerdo, el trabajo lo hacían a destajo, entre primero se hacia el cometido, primero se salía de la mina. Sobre las once de la mañana, un ruido estremecedor les dejó sumidos en el horror, la parte de salida quedó bloqueada por un derribo de la mampostería, en un pequeño espacio de unos ocho metros de largo por unos tres de ancho habían quedado atrapados, el aire del derribo había apagado los carburos, todo estaba a oscuras, maldiciones, juramentos, oraciones se oía de todo. José se percató del mal momento que se estaba pasando, levantó la voz a sus compañeros, pidió silencio, alego ahora es momento de lucha para sobrevivir, encendamos solo un carburo, hay que evitar el consumo al mínimo de oxígeno, sin saber cómo se había erigido en líder del grupo, dio órdenes, mínimo consumo de energía, máxima eficacia. Se pondrían en fila, con mucha suavidad se iría desmontando el carbón de arriba hacia abajo, pasándose todo objeto de capacidad, pasando el mineral a la parte de atrás de la salida.
   Se había hecho sonar la sirena, había bloqueo en una galería, todas las esposas, madres y chiquillos que salían de la escuela se quedaban a la entrada del castillete de la mina, aún no se sabía quiénes eran los bloqueados. María con su hijo Jaime estaban de los primeros, algo en su interior les hacía suponer que José era uno de los atrapados. Todos los rostros de  los presentes expresaban el dolor, había incertidumbre de quienes estaban bloqueados, pero la familia minera es una en el dolor y en las alegrías. Pasaban las horas, ya se tenía conocimiento de quienes eran los atrapados, la brigada de salvamento, decían avanzaba a buen ritmo pero no se sentía nada al otro lado. José se movía con agilidad. La salida de carbón a la parte trasera era dificultosa, tenían de vez en cuando que apuntalar con maderos poco seguros de la parte extraída, rebuscando en todas partes la ansiada madera para sujetar la salida.
   En la parte exterior los nervios se dejaban sentir, María como las demás esposas de los atrapados se les calculaba el dolor en su rostro, la buena mujer no dejaba caer una lagrima, algunas estallaban en sollozos y lamentos, esta se mantenía erguida agarrando la mano de su hijo, no debía derrumbarse, su hijo tenía que sentirse protegido, ella estaba allí y mientras fuese así no ocurriría nada.
  Las horas y la falta de oxígeno estaban haciendo mella en los compañeros, José levanto otra vez la voz, uno de nosotros tiene que coger dos barras de hierro y continuamente golpearlas para saber si en la otra parte se oía y daban señal, era muy importante que supiesen que estaban vivos, si los daban por muertos todo estaba perdido, dieron con un tubo de ventilación y empezaron a dar avisos continuados. Cinco horas, todo dado por perdido, el oxígeno se empezaba a estar viciado, solo José con sus tubos seguía martilleando, le pareció escuchar contestación, agudizó el oído y golpeo nuevamente, si se escuchaba contestación a la otra parte, nadie daba crédito a las palabras de José, medio adormilados no sentían el pequeño sonido venido del exterior.
   La brigada de salvamento, grito con euforia, están vivos. Se aceleró al máximo el despeje de la vía, la comunicación ya era continuada, llamada y respuesta inmediata, los compañeros se abrazaban con efusión, ya se sentía los picos muy cerca, se comunicaban de palabra, un pequeño resquicio dejó entrar aire renovado. Una vez más habían sido salvados, gracias a la tozudez de José que soporto hasta el final.
   Los padres de Jaime, eran algo muy apreciado en toda la comunidad minera, un ejemplo de buen ser y hacer. La tía Lurdes se afanaba en trabajar, su sobrino tenía que ser maestro, los padres del joven ahorraban lo máximo para poder mandar a su hijo a estudiar magisterio a Oviedo, el bachiller estaba terminado, ahora era el gran momento. En el mes de Septiembre Jaime empezaba magisterio.
      Tres cursos marchó D. Jaime de maestro a la cuenca minera de Aller. En vacaciones regresaba a su casa, que ahora era la quintana de su tía Lurdes ,en esos meses de verano aprovechaba para ayudar en los quehaceres del campo, no olvidando la lectura y seguir estudiando cuanto caía en sus manos. D. Jaime cada día estaba más apenado del estado de salud de su padre, José tosía mucho y se ahogaba con mucha facilidad, el pago de todo minero, la maldita silicosis, esa era la bonificación a una vida de lucha y trabajo, poca pensión y el dolor de buscar el aire y no ser capaz de llevarlo a sus pulmones.

No todo era tristeza, un buen día apareció acompañada por Jaime Margarita su novia, era conocida de palabra pero nunca a excepción de fotos la habían visto, la chica también maestra era de la cuenca de Aller, todos muy impresionados por belleza, sus modales y su expresión de cariño a su hijo y a todo lo que le rodeaba.
    Hoy estamos aquí para dar la bienvenida a D. Jaime, que este próximo curso dará sus clases en esta escuela, D. Tomás tomo resuello, uno de mis alumnos me va a sustituir como maestro en este centro y prosiguió, no me voy jubilado, me aparto para que Jaime, mi querido muchacho, tome mi asiento y haga de mi escuela su escuela. Soy muy feliz, el hijo de un minero marca una nueva era, el tesón de él y su familia hizo posible este momento. Las lágrimas afloraron en los ojos de María y José y de muchos de los presentes, D. Tomás con un nudo en la garganta, levantó las manos sobre su pecho abrazándose, solo un os quiero. Arreciaron aplausos, abrazos de todos los asistentes. Uno de ellos sería su nuevo profesor. Bienvenido D. Jaime.
  


Dedico esta narración, a todos los mineros que arrancaron el carbón de la tierra para calentar los
hogares y la energía para forjar nuevas industrias. Mi padre fue uno de ellos, gracias padre.
  
 Salinas Febrero del 2018.