Buscar este blog

sábado, 31 de agosto de 2019

LA MORENA



Recuerdo la entrada de año, estábamos en el mil novecientos cuarenta y nueve, tenía mis ocho años recién cumplidos, ese día después de la escuela tenía que llevar a nuestra vaca, llamada lo Morena a pastar por las orillas de la carretera. Es difícil explicar hoy en día que un animal pudiese pastar por las cunetas de la carretera, el paso de algún vehículo era circunstancial, al día pasaban dos o tres como máximo, en la tardes del mes de mayo si aparecía uno era noticia, aquel día era sábado, solo algún parroquiano en bicicleta. La Morena era un animal malicioso, esperaba que tuviese el mínimo descuido para lanzarse a la carrera, haciéndome sudar lo mío para alcanzarla y obligarla a su redil, ella mantenía sus principios, esos eran acercarse a la huerta de nabos de Paulino y de un mordisco llevarle uno de ellos.
   La vida en ese año de un niño, tenía pocos alicientes, escuela, trabajos y recados para la casa ese era el cometido. Todos los niños esperábamos el viernes, día en  que había mercado en Cabañaquinta, en esos años el ganado comprado por tratantes, era bajado por la carretera en peadas, varios chavales con guiadas de avellano las controlaban. Los niños esperábamos en sitios estratégicos para animar, chillar e insultar a los vaqueros cuando se excedían en maltrato a algún animal. También era un espectáculo cuando aparecían los moros, vestidos con ese ropaje singular de color caqui, nos producían miedo, siempre llevaban ovejas que habían comprado en el mercado, sinceramente no nos gustaban, había leyendas donde les dejaban en muy mal lugar.    

Un viernes más del calendario, los moros bajaban con un pequeño rebaño de ovejas y cabras, solían llevar más que animales adultos, cabritos y corderos jóvenes. Al llegar a la curva de Valdegatin, se entraba en una recta más larga, en uno de los trayectos de esa recta un cabrito joven se dio a la fuga, sus propietarios dedicaron horas en su busca, el animal subía a una velocidad imposible de alcanzar, los moros interrogaban a todos los lugareños que en ese momento se movían por allí, todos con miedo a una represalia, les contestaban negativamente, mi hermano Juan fue uno de los que tuvieron que responder a las preguntas amenazantes de moracos, nombre despectivo que se usaba para hablar de ellos. Dos días más tarde en casa comíamos una buena carne, buena y abundante. Solo más tarde supimos que mi hermano había cogido al animal guardándole en un establo de nuestra propiedad, con la consecuencia bronca de mis padres por habernos puesto en riesgo a toda la familia. Buen hartazgo en época de comida escasa.
   La Morena, era la única vaca que quedaba cerca de casa en verano, todo el demás ganado partía en primavera hacia los pastos de alta montaña, en esa zona mi familia tenía unas propiedades con su consabido establo. Tiempo que nuestra vaca suministradora de leche, quedaba a sus anchas y era mimada por todos, había un problema con ella, con su cornamenta era capaz de abrir portillas de fincas de los vecinos, una argolla se usaba para cerrar, de la portilla al poste del cierre de la finca, ella metía su cuerno tiraba hacia arriba y entrada en primera fila, nuestra Morena era conocida por el vecindario el cual siendo perjudicado por la rapiña de la vaca, les hacía sonreír la astucia del animal. Nunca esperaba a la puerta del establo, metía su cuerno en la aldabilla y puerta abierta, era un animal muy especial.
   Había llegado el año mil novecientos cincuenta, yo era una año mayor. En la familia había mucha tristeza, mi padre que tenía la enfermedad de la minería la silicosis, cada vez respiraba con más dificultad, pasaba la mayor parte del día en su habitación, subía a darle los buenos días y un beso por las mañanas, él me sonreía con complacencia pero yo notaba un halo de tristeza en su rostro cada día más deteriorado.
  Era un invierno muy frio, los niños de la escuela teníamos un invento para calentarnos en la calle, un bote de conservas vacío, le agujereábamos la parte de abajo con un clavo, en los dos laterales de la parte  abierta le hacíamos un agujero en cada lado y de el prendíamos un cable de alambre que entrando por un orificio salía por el otro formando un triángulo atado al mismo cable a una cuarta aproximadamente, de ahí salía el cable de un metro o algo más, al límite de la alambre se ponía un palo que hacía de agarradera. En el interior del bote se metía algo de fácil quemar, algo de ramas secas de madera, se daba vueltas al artilugio para caldear la lumbre, cuando estaba bien caldeada la leña se le metía encima carbón, este sistema bien manejado, dándole vueltas cuando se intentaba apagar, nos hacía llevar nuestra calefacción privada. En cualquier parte se veía a varios niños alrededor del fuego, calentándose las manos. Calefacción portátil.
   Mi madre y mi hermano mayor habían ido a Mieres a la feria de ganado, no estábamos los pequeños informados de a qué fin iban a la feria, nunca ocurría eso, al atardecer comprendimos el motiva, mi hermano apareció con una hermosa novilla de color negro, nunca nos preguntábamos porque compraban y vendían animales, se hacían transacciones a menudo, los animales se compran y se venden, eso es lo normal, lo único que nos llamó la atención era el color y la altura del animal. Más tarde comprenderíamos el motivo de esta decisión.
Un día importante de ese año, fue la visita pastoral del señor obispo, nuestras madres nos vistieron con el mejor ropaje que teníamos, con mi pantalón de los domingos, camisa, jersey y corbata, era el mes de mayo, hacía calor, los guajes nos mirábamos unos a otros con risas, ese atuendo era muy especial… caray la corbata. Sobre las once de la mañana fuimos a los Cargaderos, el barrio que separa las dos parroquias. Preparados en procesión, con unas banderitas españolas y otras con un color amarillo, hoy sé que era la bandera del Vaticano, los niños teníamos orden de portarlas y agitarlas a la llegada de tan ilustre huésped. Fue todo muy colorista, llegada de un coche negro de él descendió un señor con gorra que abrió la portezuela del auto, por donde descendió el señor obispo, nuestro párroco se arrodilló y le besó el anillo. Todos en procesión nos dirigimos al templo parroquial, donde existía un pequeño trono de color rojo. Para los niños todo era novedoso y algo irreal.
   Por Pascua existía una tradición, hoy pérdida. Nuestras madres nos preparaban una empanada de la zona, hecha de chorizo, jamón y huevos cocidos, era riquísima. A la hora de la merienda los  niños y niñas nos juntábamos y todos en comadreo nos dirigíamos a un prado del contorno y a merendar empanada y tomar un refresco que se llamaba Orange. Todos muy felices pasábamos una tarde inolvidable, jugando y haciendo alguna picia.
  Nosotros vivíamos en una casa apartada del pueblo, toda de piedra. La vivienda en la parte de abajo, estaba compuesta por un portal de entrada, lugar donde los malos días se ubicaban los madreñas, artilugio de poner en los pies encima de las zapatillas, ellas nos mantenían los pies caliente y apartados de la humedad, en los laterales izquierdo había una habitación con una pequeña salita y a la derecha la cocona y despensa, al frente las escaleras que comunicaban con el primer piso, en el descanso de las escaleras se abría una puerta  que llevaba al servicio. En el piso, sala grande con acceso a tres habitaciones. El desván tenía una escalera que salía de la sala, en ese lugar presidia el recinto un enorme retrato de carboncillo, pintado en la Habana a mi abuelo Dionisio Ricardo con una fecha en el 1891.
   Era por la mañana, había decidido subir a la habitación a saludar a mi padre, cuando ascendía por la escalera, escuché a mis padres una conversación, mi padre le decía a mi madre que había que vender la Morena, no seguí el ascenso, baje con pesar la escalera y marché a un lugar donde tenía mi punto de meditación, comprendí perfectamente la compra de la nueva vaca de leche la Morica, era la que sustituiría a nuestra querida Morena, no comprendía coma estábamos tan ciegos de no darnos cuenta de esa lógica, en casa había más de treinta vacas con sus terneros, todos estos animales eran vendidos durante todo el tiempo sin que nosotros nos preocupásemos lo más mínimo, como cogimos tanto aprecio a ese animal, siendo conscientes de que eso era lo normal, nos habíamos engañado a nosotros mismos.
  Comunique la noticia  a el hermano dos años mayor que yo y a mi hermana dos años menor que yo, Francisco que así se llama mi hermano, como a mí no le gusto la noticia pero sabía que era algo normal, mi hermana empezó a sollozar, no éramos  capaces de consolarla, a la hora de la comida mi hermana seguía gimoteando, mi madre se enteró del motivo, lamentaba hacerlo pero  nuestra subsistencia era más importante que la Morena.
   Era la tercera vez que el Viernes mi hermano mayor y mi madre salían con la Morena hacia el mercado, teníamos suerte en los tres días nadie se interesó por el animal, nosotros muy felices, la Morena estaba en casa pero aquel fatídico Viernes regresó mi madre y mi hermano, la Morena no volvía con ellos. Sobre las seis de la tarde bajaban las peadas de los animales como siempre, los tres niños ocupamos un muro que estaba al lado del establo, allí estábamos resguardados de los animales y podríamos ver por última vez a  nuestra querida vaca, tomando toda la carretera apareció la manada, eran muchos los vaqueros, les apaleaban sin consideración, a la altura del establo, la Morena se salió derecha a la puerta del establo, uno de los vaqueros le daba latigazos para obligarla a volver al redil el pobre animal se resistía, mi hermana lloraba a voz en grito, mi hermano y yo medio llorando le lanzábamos improperios al muchacho, el cual nos miraba como incrédulo. Todo pasó pronto, marchamos a nuestro lugar de meditación y allí pasamos hasta la cena, no pronunciamos una palabra en todo ese tiempo, mi hermana gimoteaba y nosotros guardábamos un silencio absoluto.
   Todo volvió a la normalidad pero ya nunca las cosas fueron iguales. En la escuela apareció el párroco, en aquellos tiempos el hacia la inspección de la formación, nada inspeccionaba de haberlo hecho sabría que los niños con aquel maestro no teníamos apenas formación, ni siquiera las cuatro reglas. El párroco preguntó a los niños que querían ser de mayores, respuestas de mineros, albañiles…cuando me llego mi turno, le respondí que yo quería ser obispo…carcajada de todos, el reverendo me miró sorprendido, supongo que pensó en la visita del señor obispo.
   Un día se presentó en la escuela el padre Luciano, misionero del Sagrado Corazón de Jesús, nos hizo preguntas a todos los alumnos, era un hombre afable, no hacía ningún comentario, solo anotaba en su cuaderno alguna cosa. Se marchó como había aparecido, discreto y diciéndonos un hasta luego. Días más tarde lo encontré hablando con mi madre, se había tomado la decisión, iría al colegio que la orden tenía en Valladolid.
  Todo cambio en mi vida, pase de ser un niño del pueblo a trasladarme lejos de los míos y a una vida totalmente diferente. Fin de una etapa muy feliz.

J. Ordóñez- Salinas 2019.

lunes, 24 de junio de 2019

COSAS DE MANOLÍN




Eran las 16 horas de un día cualquiera de esos años, Manolín con su amigo Sandalio esperaban impávidos el paso del tren, el chiquillo levantaba la mano al paso de los vagones con gesto de saludo, siempre se veía alguna mano en signo del adiós desde el interior del tren, Sandalio su burro miraba hacia el artilugio, cuando pasaba el transporte el pequeño burrito le daba un empujón en la espalda, era hora de salir hacia el pueblo, para eso tenían que pasar por el camino de la vega. Manolín solía reprender al borrico, porque este al menor descuido lanzaba su boca hacia algún nabo de la huerta de algún vecino, siempre le reprendían por ello en casa, aunque los vecinos iba tiempo que no se molestaban, era el impuesta de la sonrisa clara y hermosa del chiquillo.

El pueblo tenía la mayoría de las viviendas en las cercanías de la iglesia, pero se alargaba hacia un lado y otro con pequeños barrios, todos ellos con sus nombres. Los padres de Manolín Vivían en un grupo de viviendas unifamiliares, todas ellas con huerto y en alguna con su hórreo. La familia estaba compuesta por sus padres, Mari Paz y Abel, sus hermanos Alejandro y Elisa, dos adolescentes de 14 y 16 años. Manolín era algo no esperado que viene por un descuido, algo irritante que demolía en la familia todas las formas programadas.

Mari Paz a sus 38 años llevaba unos meses sin los síntomas de la fertilidad, comentado con su marido, creyeron por esta situación que no podría engendrar más hijos, olvidando las precauciones tenidas hasta ese momento. Cuatro meses aproximádamente sin ninguna anomalía, les llevó al convencimiento total. Un día Mari como así la llamaba su marido, empezó a tener vómitos y los síntomas que años atrás había sentido en sus embarazos, asustada fue al ginecólogo, quedando sorprendida del resultado, estaba embarazada. Se sintió avergonzada, como podía comunicárselo a su esposo, hijos, familia y vecinos. Era absurdo pero la invadida de un sentido de culpa, como podía haber tenido ese error, todas las culpas caían sobre sus espaldas.

Abel le quedó la cara con espasmo, cuando su esposa le comunicaba el embarazo, guardó un silencio, todo pasaba muy de prisa por su mente, se fijó en Mari, a su esposa le caían unas lágrimas, se acercó a ella y la abrazó con ternura, le comentó la situación es muy sencilla donde comen cuatro comen cinco y tú no te preocupes todos pondremos algo de nuestro lado. Mari le miró, ese era su Abel, impulsivo no podía haberle dado tiempo de sopesarlo todo, pero había tomado la decisión que le dictaba su corazón.

La llegada de Manolín, fue rápida en menos de 30 minutos se estaba limpiando al bebé, era como todos los recién nacidos, gracias a Dios como decía todo el mundo vino entero sin ninguna deformidad. Era muy dormilón daba muy poco que hacer, comida limpieza y niño conforme.

Mari estaba convencida de que su niño no era normal, su cara tenía unos rasgos aunque muy discretos al síndrome de Down, sus ojos un poco rasgados y sobre todo su mirada, algo la puso en alerta, el doctor Álvarez había dado un signo de alarma en su mirada. Era la tarde del nacimiento de Manolín, estaba en la habitación Abel su esposa y el niño, entro el doctor Álvarez, con un cortes saludo se dirigió hacia la cunita del niño, le ha cercó la mano a la pequeña carita, acariciando a la criatura, miró al matrimonio con firmeza y determinación les comunicó la realidad del niño. Padecía el síndrome de Down él opinaba por la formación del niño que estaría en los menos afectados, pero aun así su vida estaría condicionada. Abel se quedó en silencio, Mari comenzó un sollozo de dolor y rabia, al fin el padre en su desesperación comentó que el niño era tonto. El doctor sin disimulos, con rabia les culminó a estar los dos presentes al día siguiente, dejándoles con, den gracias a Dios que les envía un ángel.

A la misma hora del día anterior entró en la habitación el doctor Álvarez, como en su visita del día antes se dirigió a la cunita del niño y volvió a acariciarle la mejilla, con cariño con verdadero sentimiento de complicidad, se acomodó en una silla existente en el lugar y miro con intensidad al matrimonio, consiguiendo con ello la incomodidad de Abel y Mari, en ese momento se abrió la puerta de la habitación y un chiquillo se arrojaba en los brazos del doctor llenándole a besos y caricias, papa he venido a verte a tu trabajo, me ha traído mama, el matrimonio se quedó helado, el hijo del doctor tenía el síndrome de Down. Después de dejar a su hijo corretear la habitación, acercarse a la cunita y estampar unos besos en el rostro del recién nacido, les despidió con todo cariño a su esposa e hijo. Solo os digo una palabra, comentó el doctor, tengo tres hijos más, ninguno me da más alegría que este, sé que Dios me ha enviado un ángel y sin más abandonó el recinto.

Después de unos meses de habituarse a tener a Manolín y su sonrisa en casa un día Mari observó con alarma que su niño se ahogaba, Siso su vecino de vivienda se ofreció para llevarle con su coche al médico, este después de mirar al niño y comprobar su estado decidió mandarle al hospital, en el mismo coche de Siso que se ofreció amablemente se trasladaron a la residencia de Oviedo.

Esperaron horas en la sala de la residencia, mientras el niño en mano de los doctores fue llevado a la sala del interior donde ejercieron su profesión. La cara del señor que les vino a comunicar el estado del enfermo les alarmó, Abel, Mari y Siso se acercaron al galeno con inquietud, el profesional con el mayor aplomo les refirió el estado del pequeño, está grave el niño tiene una lesión cardiaca, de salir bien tendría que medicamentarse siempre, siendo probable que en otro momento de su vida su corazón volviese a repetir el mismo trance.

A los pocos días el niño volvía a su domicilio, normal como antes de la tragedia pero tomando con una cucharita el medicamento recetado, que su madre hacia siempre a la misma hora, con la delicadeza de la buena mujer que siempre temía la repetición de lo acaecido.

Era un viernes, Mari tenía el mandato de Abel de intentar vender el precioso jato que había en la cuadra, su precio estipulado por su marido era de veintidós mil reales. Manolín se levantó pronto, estaba nervioso, hoy no iría a la escuela tenía que acompañar a su madre a la feria, había que vender el animal y aunque al niño le gustaba mucho el jato sabía que se tenía que vender, sus padres estaban ahorrando para comprarse un seiscientos como el de Siso, llevaban años con esa ilusión, ahora con la venta al fin podrían mandar las sesenta mil pesetas necesarias para recibir el coche, era necesaria pagarlo por adelantado.

Mari tenía que hacer unos recados, dejó el animal amarrado donde estaban muchos más y dejó dicho a su hijo lo que tenía que pedir por él. Un tratante se interesaba por el animal, ofrecía veinte mil reales, el niño insistía que eran lo dicho por su madre y mirando al futuro comprador le espetó, tiene que ser esa cifra que es la que necesita mi padre para comprar el coche, el tratante viendo el convencimiento del rapaz y su ilusión por conseguir que su padre consiguiese el ansiado coche, cedió, esperó la llegada de Mari haciendo el pago y alabando la habilidad del vendedor. Cuando llevaba el jato amarrado por una cuerda, viendo la cara de tristeza del niño, le alargo la mano con cincuenta pesetas.

Ese invierno cayó una enorme nevada, el tejado del santuario ubicado en el pueblo no estaba en buen estado, el peso de la nieve hizo que una parte de la techumbre se viniese abajo, no hubo desperfectos dentro del templo aunque se tendría que reponer toda la techumbre, por su avanzado mal estar por el paso del tiempo. Parte de la vecindad priorizaban el arreglo con rapidez para evitar males mayores, otra parte no veía necesario el arreglo, que lo gaste la Iglesia que tiene mucho dinero. El párroco sensibilizaba a la ayuda para hacer frente a la cantidad tan elevada que suponía el desperfecto, el amigo Manolín con sus once años, cogió su hucha de ahorros y salió por el pueblo pidiendo para la restauración, todos atónitos le miraban, uno de los interpelados le comento que ponía él, el niño le dejo fuera de juego al comentarle que todos sus ahorros estaban en esa hucha.

El amor y la buena voluntad de un niño, hoy nos hace reflexionar, así se expresó el sacerdote en la misa del Domingo, hoy tengo en mis manos la hucha y el ahorro de un alma generosa, un niño que hace una entrega de todos sus ahorros para una causa que él cree que es justa, ha salido por vuestros domicilios para recaudar algo de dinero para esta obra, gracias le doy a nuestro pequeño, dirigiéndose a él, con tu gran voluntad y lo que aportemos los demás la obra estará hecha. El silencio era total, todas las miradas se posaban en Manolín, el niño en su puesto, miró a todos sus amigos vecinos, porque todos eran algo muy especial para él, con su sonrisa hermosa les dijo un gracias en voz alta, todos se miraban unos a los otros , el párroco pausadamente empezó un aplauso que fue seguido por todo los presentes.

Eran finales del mes de Agosto, la hierba estaba en el pajar y toda la cosecha recogida, Abel al final ya conducía su seiscientos con bastante habilidad, la familia pretendía trasladarse unos días a Avilés, donde hacía años vivía la hermana de Mari, casada con un chico de esa localidad que veraneaba en cerca del pueblo en casa de sus abuelos.

El viaje se pensó al detalle, estarían cinco días en su casa en la Villa y regresarían con Eva que así se llamaba la hermana de Mari, para evitarle el viaje en tren que hacia todos los años para pasar los días de fiestas del pueblo en compañía de todos sus seres queridos. Los hermanos mayores de Manolín no se apuntaron al viaje eran mayores y ya hacían su vida propia.

Pasadas todas las vicisitudes del viaje, incluido el alto del Padrun, la familia con Manolín al frente llegaron sin incidentes a la Villa de Avilés, la tía Eva se deshacía en besos y abrazos a todos ellos. Pasearon por la orilla de la ría toda la familia, Manolín le tiró de la manga de la chaqueta a su padre haciéndole observar que pasaba un negro ¡papa un negro!... ¡papa un negro!, ya en voz alta, su padre le hizo comprender que se daba por aludido, el niño que solo lo había visto en cine estaba entusiasmado con su hallazgo. Lo contaría a todos sus amigos, había visto un negro en persona.

Las obras de el santuario y su tejado iban muy bien, Manolín cogía a Sandalio después de la comida y se acercaba al lugar, su padre solo le dejaba pasear al asno en ese roto, el resto del tiempo lo tenia prohibido, con ayuda del sacerdote al que el chiquillo tenia mucho respeto le habían convencido que el animal necesitaba el resto del día para pastar. Sandalio seguía al muchacho como si fuese un perro. Con los operarios del trabajo pronto supieron que tenían un vigilante, el rapaz les contaba una y otra vez que el avellano no podía tocarse, que era el lugar donde se presentaría la Santísima Virgen. Después de la charla y la recomendación el y Sandalio iban a ver pasar el tren, terminado el paso del artilugio, el burro empujaba a Manolín y este le llevaba a la finca para que volviese a pastar.

Había que limpiar la Espadaña del templo, para adecentarlo y dejarla en perfecto estado, finalizado el tejado se hacían pequeños retoques de limpieza de la piedra y pintura de la fachada, el disgusto de Manolín fue tremendo cuando llegó el momento de desalojar el avellano de la piedra, la orden por parte del párroco era evitar a toda costa que reviviese la parra, forzaba la piedra y cada cierto tiempo había que trabajar para eliminarla con el fin de evitar el deterioro que suponía al forzar la piedra agrietándola. Manolín acompañado por Sandalio estaba presente en ese momento, las lágrimas acudieron a los ojos del rapaz, el párroco que estaba en ese momento le aseguró al niño que no se preocupase, si era deseo de la Virgen que estuviese el avellano renacería de nuevo, se calmó el chiquillo y acompañado de su burro partió a ver pasar el tren.

Se anunciaba gran fiesta, se inaugurarían las obras realizadas el día grande de la fiesta de la patrona. El amanecer se escuchó en todo el pueblo el sonido de música de la banda municipal y de gaiteros de la zona, la gente se animaba y preparaba para su día grande, grande en dos sentidos uno su fiesta anual y otro el fin de las obras, llevadas a buen fin y en tiempo recor. Salio una procesión con la imagen de la Virgen desde el pueblo al Santuario, por seguridad se la guardaba en una cripta todo el tiempo, solo salía de ella para procesionar y dar brillo al día especial, al atardecer volvía a su lugar de seguridad, con la misma ceremonia de su traslado.

El campo de el santuario es amplio, verde pradera y frondosa arboleda de castaños. Día especial, todos los vecinos y foráneos venidos de todas partes, especialmente del concejo del cual era patrona la Santina como se la conocía. Manolin y su padre estaban sentados con un grupo de amigos vecinos, Mari y Eva se unirían más tarde con ellos, el marido de Eva llegaría sobre las cuatro de la tarde, tuvo que trabajar ese día. Manolín era muy feliz ese allí todo eran atenciones para él, su tía le había comprado una estupenda gorra para el sol, no como las que se vendían por la zona y traían sus amigos, mucho más especial, se la habían comprado en un viaje a Madrid, estaba estupendo, con su ropa nueva y con la aprobación de todos, que guapo estas chico.

Entre sonrisas y la música de las gaitas y demás ruidos de estas fiestas populares transcurrían las horas, en un momento Manolin se acercó a su padre enseñándole la espadaña de la iglesia,¿ papa mira el señor de blanco que está plantado el avellano allí ?, su padre miró hacia el lugar no viendo absolutamente nada, solo lo que parecía un reflejo de luz, quizá proyectado al pasar el sol sobre la arboleda, le recriminó, Manolin ahí no hay nadie, el chiquillo insistía en su visión, al final todos los del grupo por congraciarse con el pequeño dijeron ver algo. Se corrió la noticia por los parroquianos, los cuales pensaron que eran imaginación del niño. Manolin no obstante precisó el lugar donde estaba el hombre vestido de blanco, en un lugar de la pared de la espadaña donde nunca había estado la parra.

Era Otoño, Manolin había comido en casa de Siso, la mujer de este siempre invitaba al niño cuando cocinaba arroz con potarros, el chiquillo se desvivía por ellos. Mari le pareció que su pequeño estaba cansado, este le pidió permiso para dormir un poco, su madre le besó en la frente y le encaminó hacia las escaleras, hijo ya te llamo yo cuando sea la hora de ir a ver pasar el tren.

Mari llamó a su hijo en voz alta, al ver que no tenia respuesta subió a despertarle, supuso que estaría en sueño profundo, él era así cuando tenia cansancio, tardaba en despertar, al llegar a la puerta del dormitorio visualizó a su hijo tapado con la mantita blanca que le compró su tía Eva, al acercarse a la cama, su cuerpo se paralizó, el niño parecía dormido pero estaba muy pálido, un mal presentimiento, un grito de dolor,…no…no…no..Manolin hijo despierta, Madre Santísima porque me lo has llevado, la mujer gritaba desesperada, unas vecinas alarmadas se acercaron, comprobando el dolor tan intenso de una madre, su hijo estaba muerto.

Siso escuchó griterío y el dolor de las mujeres, no necesitó más,se recordó de la indicación del doctor sobre la dolencia del chiquillo, aun se pregunta hoy en día porque tomó la decisión de acudir al campanario, el había sido de pequeño el encargado de tocar las campanas, esas cosas nunca se olvidan, aceleró el paso, le costaba respirar, la falta de costumbre y la silicosis hacían sus estragos, al llegar a la iglesia se encontró con el párroco, con voz forzada le manifestó que quería tocar las campanas por Manolin, el buen sacerdote viendo como subía las escaleras muy inclinadas del campanario solo acertó a decirle, toque a gloria no olvide que es un ángel.

En las fiestas de la patrona, no había otro comentario, en la espadaña del santuario salía el avellano, exactamente donde había indicado el chiquillo que había visto al hombre de blanco plantar la parra. Comentarios de toda índole, los que decían que el niño realmente había presenciado el hecho, hasta los escépticos que sugerían que era una coincidencia, la verdad es que el avellano salía en una parte donde no recordaban los mayores verlo en ningún momento.

En un pueblo cercano había nacido un gran artista de la pintura y la escultura, regresaba todos los veranos a casa de sus padres, el comentario del niño de la sonrisa era muy común en todo el ámbito de la comarca. Quique ese era el nombre del artista era mucho mas apreciado en Méjico y otros países del entorno, donde estaba repartida la mayoría de sus obras. En el taller que estaba intacto desde su marcha y su madre se encargaba de que fuese así, empezó a moldear al niño sentado en la piedra donde veía pasar el tren, detrás de la figura infantil moldeo al pequeño borriquillo, lo hacia como distracción para pasar el tiempo. Un día su padre entro en el taller y al ver la figura del niño, se acerco y con un cariño inusitado la acaricio, eso impresionó a su hijo.

El molde de Manolin con su inseparable compañero empezó a transmitirse por todas partes, el taller de Quique atraía a mucha gente para que se lo enseñase, el artista sonreía y al fin de que no le molestasen mucho lo expuso debajo del hórreo de la quintana, gracias a la escultura sus padres se entretenían y eran visitados por vecinos de toda la comarca, les veía la felicidad enseñando la pieza a todos y presumiendo de hijo. Pasó un verano entretenido. Al año siguiente se sorprendió al pedirle ser recibidos los que se presentaron como comisión encargada por muchos vecinos, con el fin de ver si se podía poner la figura en material que aguantase la intemperie y poder exponerla en el lugar donde se sentaba el niño.

 El artista dono todos sus derechos y puso de su bolsillo una cantidad, todos contribuyeron en el proyecto, una fundición convirtió la figura de escayola en una hermosa obra de arte, el ayuntamiento hizo una plataforma de cemento decorada con baldosas, con un asiento para quien quisiese descansar en el lugar. En el alto donde se visualiza todo el valle y el paso del tren, está la figura del niño y su amigo, es incontable la cantidad de personas que se acercan al lugar, la cabeza del niño está mas clara que el resto de la figura, todos besan la cabeza del ángel.

Moraleja.- Que la nueva sociedad en su empecinamiento no nos arrastre a deshacernos de todo lo que no nos parece practico, nadie dio mas felicidad a este pueblo que la sonrisa de Manolin.


Salinas 19 de Junio del 2019. J. Ordóñez.