LA MORENA
Recuerdo
la entrada de año, estábamos en el mil novecientos cuarenta y nueve, tenía mis
ocho años recién cumplidos, ese día después de la escuela tenía que llevar a
nuestra vaca, llamada lo Morena a pastar por las orillas de la carretera. Es
difícil explicar hoy en día que un animal pudiese pastar por las cunetas de la
carretera, el paso de algún vehículo era circunstancial, al día pasaban dos o
tres como máximo, en la tardes del mes de mayo si aparecía uno era noticia,
aquel día era sábado, solo algún parroquiano en bicicleta. La Morena era un
animal malicioso, esperaba que tuviese el mínimo descuido para lanzarse a la
carrera, haciéndome sudar lo mío para alcanzarla y obligarla a su redil, ella
mantenía sus principios, esos eran acercarse a la huerta de nabos de Paulino y
de un mordisco llevarle uno de ellos.
La vida en
ese año de un niño, tenía pocos alicientes, escuela, trabajos y recados para la
casa ese era el cometido. Todos los niños esperábamos el viernes, día en que había mercado en Cabañaquinta, en esos
años el ganado comprado por tratantes, era bajado por la carretera en peadas,
varios chavales con guiadas de avellano las controlaban. Los niños esperábamos
en sitios estratégicos para animar, chillar e insultar a los vaqueros cuando se
excedían en maltrato a algún animal. También era un espectáculo cuando
aparecían los moros, vestidos con ese ropaje singular de color caqui, nos
producían miedo, siempre llevaban ovejas que habían comprado en el mercado,
sinceramente no nos gustaban, había leyendas donde les dejaban en muy mal
lugar.
Un viernes más del calendario, los moros bajaban con un pequeño rebaño de ovejas y cabras, solían llevar más que animales adultos, cabritos y corderos jóvenes. Al llegar a la curva de Valdegatin, se entraba en una recta más larga, en uno de los trayectos de esa recta un cabrito joven se dio a la fuga, sus propietarios dedicaron horas en su busca, el animal subía a una velocidad imposible de alcanzar, los moros interrogaban a todos los lugareños que en ese momento se movían por allí, todos con miedo a una represalia, les contestaban negativamente, mi hermano Juan fue uno de los que tuvieron que responder a las preguntas amenazantes de moracos, nombre despectivo que se usaba para hablar de ellos. Dos días más tarde en casa comíamos una buena carne, buena y abundante. Solo más tarde supimos que mi hermano había cogido al animal guardándole en un establo de nuestra propiedad, con la consecuencia bronca de mis padres por habernos puesto en riesgo a toda la familia. Buen hartazgo en época de comida escasa.
Un viernes más del calendario, los moros bajaban con un pequeño rebaño de ovejas y cabras, solían llevar más que animales adultos, cabritos y corderos jóvenes. Al llegar a la curva de Valdegatin, se entraba en una recta más larga, en uno de los trayectos de esa recta un cabrito joven se dio a la fuga, sus propietarios dedicaron horas en su busca, el animal subía a una velocidad imposible de alcanzar, los moros interrogaban a todos los lugareños que en ese momento se movían por allí, todos con miedo a una represalia, les contestaban negativamente, mi hermano Juan fue uno de los que tuvieron que responder a las preguntas amenazantes de moracos, nombre despectivo que se usaba para hablar de ellos. Dos días más tarde en casa comíamos una buena carne, buena y abundante. Solo más tarde supimos que mi hermano había cogido al animal guardándole en un establo de nuestra propiedad, con la consecuencia bronca de mis padres por habernos puesto en riesgo a toda la familia. Buen hartazgo en época de comida escasa.
La Morena,
era la única vaca que quedaba cerca de casa en verano, todo el demás ganado
partía en primavera hacia los pastos de alta montaña, en esa zona mi familia
tenía unas propiedades con su consabido establo. Tiempo que nuestra vaca
suministradora de leche, quedaba a sus anchas y era mimada por todos, había un
problema con ella, con su cornamenta era capaz de abrir portillas de fincas de los
vecinos, una argolla se usaba para cerrar, de la portilla al poste del cierre
de la finca, ella metía su cuerno tiraba hacia arriba y entrada en primera
fila, nuestra Morena era conocida por el vecindario el cual siendo perjudicado
por la rapiña de la vaca, les hacía sonreír la astucia del animal. Nunca
esperaba a la puerta del establo, metía su cuerno en la aldabilla y puerta
abierta, era un animal muy especial.
Había
llegado el año mil novecientos cincuenta, yo era una año mayor. En la familia
había mucha tristeza, mi padre que tenía la enfermedad de la minería la
silicosis, cada vez respiraba con más dificultad, pasaba la mayor parte del día
en su habitación, subía a darle los buenos días y un beso por las mañanas, él
me sonreía con complacencia pero yo notaba un halo de tristeza en su rostro
cada día más deteriorado.
Era un
invierno muy frio, los niños de la escuela teníamos un invento para calentarnos
en la calle, un bote de conservas vacío, le agujereábamos la parte de abajo con
un clavo, en los dos laterales de la parte abierta le hacíamos un agujero en cada lado y
de el prendíamos un cable de alambre que entrando por un orificio salía por el
otro formando un triángulo atado al mismo cable a una cuarta aproximadamente,
de ahí salía el cable de un metro o algo más, al límite de la alambre se ponía
un palo que hacía de agarradera. En el interior del bote se metía algo de fácil
quemar, algo de ramas secas de madera, se daba vueltas al artilugio para
caldear la lumbre, cuando estaba bien caldeada la leña se le metía encima
carbón, este sistema bien manejado, dándole vueltas cuando se intentaba apagar,
nos hacía llevar nuestra calefacción privada. En cualquier parte se veía a
varios niños alrededor del fuego, calentándose las manos. Calefacción portátil.
Mi madre y
mi hermano mayor habían ido a Mieres a la feria de ganado, no estábamos los
pequeños informados de a qué fin iban a la feria, nunca ocurría eso, al
atardecer comprendimos el motiva, mi hermano apareció con una hermosa novilla
de color negro, nunca nos preguntábamos porque compraban y vendían animales, se
hacían transacciones a menudo, los animales se compran y se venden, eso es lo
normal, lo único que nos llamó la atención era el color y la altura del animal.
Más tarde comprenderíamos el motivo de esta decisión.
Un día
importante de ese año, fue la visita pastoral del señor obispo, nuestras madres
nos vistieron con el mejor ropaje que teníamos, con mi pantalón de los
domingos, camisa, jersey y corbata, era el mes de mayo, hacía calor, los guajes
nos mirábamos unos a otros con risas, ese atuendo era muy especial… caray la
corbata. Sobre las once de la mañana fuimos a los Cargaderos, el barrio que
separa las dos parroquias. Preparados en procesión, con unas banderitas
españolas y otras con un color amarillo, hoy sé que era la bandera del Vaticano,
los niños teníamos orden de portarlas y agitarlas a la llegada de tan ilustre
huésped. Fue todo muy colorista, llegada de un coche negro de él descendió un
señor con gorra que abrió la portezuela del auto, por donde descendió el señor
obispo, nuestro párroco se arrodilló y le besó el anillo. Todos en procesión
nos dirigimos al templo parroquial, donde existía un pequeño trono de color
rojo. Para los niños todo era novedoso y algo irreal.
Por Pascua
existía una tradición, hoy pérdida. Nuestras madres nos preparaban una empanada
de la zona, hecha de chorizo, jamón y huevos cocidos, era riquísima. A la hora
de la merienda los niños y niñas nos
juntábamos y todos en comadreo nos dirigíamos a un prado del contorno y a
merendar empanada y tomar un refresco que se llamaba Orange. Todos muy felices
pasábamos una tarde inolvidable, jugando y haciendo alguna picia.
Nosotros
vivíamos en una casa apartada del pueblo, toda de piedra. La vivienda en la
parte de abajo, estaba compuesta por un portal de entrada, lugar donde los
malos días se ubicaban los madreñas, artilugio de poner en los pies encima de
las zapatillas, ellas nos mantenían los pies caliente y apartados de la
humedad, en los laterales izquierdo había una habitación con una pequeña salita
y a la derecha la cocona y despensa, al frente las escaleras que comunicaban
con el primer piso, en el descanso de las escaleras se abría una puerta que llevaba al servicio. En el piso, sala
grande con acceso a tres habitaciones. El desván tenía una escalera que salía
de la sala, en ese lugar presidia el recinto un enorme retrato de carboncillo,
pintado en la Habana a mi abuelo Dionisio Ricardo con una fecha en el 1891.
Era por la
mañana, había decidido subir a la habitación a saludar a mi padre, cuando
ascendía por la escalera, escuché a mis padres una conversación, mi padre le
decía a mi madre que había que vender la Morena, no seguí el ascenso, baje con
pesar la escalera y marché a un lugar donde tenía mi punto de meditación, comprendí
perfectamente la compra de la nueva vaca de leche la Morica, era la que
sustituiría a nuestra querida Morena, no comprendía coma estábamos tan ciegos
de no darnos cuenta de esa lógica, en casa había más de treinta vacas con sus
terneros, todos estos animales eran vendidos durante todo el tiempo sin que
nosotros nos preocupásemos lo más mínimo, como cogimos tanto aprecio a ese
animal, siendo conscientes de que eso era lo normal, nos habíamos engañado a
nosotros mismos.
Comunique la
noticia a el hermano dos años mayor que
yo y a mi hermana dos años menor que yo, Francisco que así se llama mi hermano,
como a mí no le gusto la noticia pero sabía que era algo normal, mi hermana
empezó a sollozar, no éramos capaces de
consolarla, a la hora de la comida mi hermana seguía gimoteando, mi madre se
enteró del motivo, lamentaba hacerlo pero
nuestra subsistencia era más importante que la Morena.
Era la
tercera vez que el Viernes mi hermano mayor y mi madre salían con la Morena
hacia el mercado, teníamos suerte en los tres días nadie se interesó por el
animal, nosotros muy felices, la Morena estaba en casa pero aquel fatídico
Viernes regresó mi madre y mi hermano, la Morena no volvía con ellos. Sobre las
seis de la tarde bajaban las peadas de los animales como siempre, los tres
niños ocupamos un muro que estaba al lado del establo, allí estábamos
resguardados de los animales y podríamos ver por última vez a nuestra querida vaca, tomando toda la
carretera apareció la manada, eran muchos los vaqueros, les apaleaban sin
consideración, a la altura del establo, la Morena se salió derecha a la puerta
del establo, uno de los vaqueros le daba latigazos para obligarla a volver al
redil el pobre animal se resistía, mi hermana lloraba a voz en grito, mi
hermano y yo medio llorando le lanzábamos improperios al muchacho, el cual nos
miraba como incrédulo. Todo pasó pronto, marchamos a nuestro lugar de
meditación y allí pasamos hasta la cena, no pronunciamos una palabra en todo
ese tiempo, mi hermana gimoteaba y nosotros guardábamos un silencio absoluto.
Todo volvió
a la normalidad pero ya nunca las cosas fueron iguales. En la escuela apareció
el párroco, en aquellos tiempos el hacia la inspección de la formación, nada
inspeccionaba de haberlo hecho sabría que los niños con aquel maestro no
teníamos apenas formación, ni siquiera las cuatro reglas. El párroco preguntó a
los niños que querían ser de mayores, respuestas de mineros, albañiles…cuando
me llego mi turno, le respondí que yo quería ser obispo…carcajada de todos, el
reverendo me miró sorprendido, supongo que pensó en la visita del señor obispo.
Un día se
presentó en la escuela el padre Luciano, misionero del Sagrado Corazón de
Jesús, nos hizo preguntas a todos los alumnos, era un hombre afable, no hacía
ningún comentario, solo anotaba en su cuaderno alguna cosa. Se marchó como
había aparecido, discreto y diciéndonos un hasta luego. Días más tarde lo
encontré hablando con mi madre, se había tomado la decisión, iría al colegio
que la orden tenía en Valladolid.
Todo cambio
en mi vida, pase de ser un niño del pueblo a trasladarme lejos de los míos y a
una vida totalmente diferente. Fin de una etapa muy feliz.
J. Ordóñez- Salinas 2019.