Buscar este blog

martes, 22 de marzo de 2022

MARINA Y FLORENCIO


  Hoy he salido de mi trabajo en el hospital central de Asturias, estoy en situación temporal como médico, me estoy especializando en pediatría. Mis padres me han pedido que pase estos días con mis abuelos, los cuales viven en un barrio a las afueras de la villa de  Avilés. Han insistido mucho, los abuelos se ven algo agotados, tienen sus años y con hijos y nietos, la mayor parte del tiempo lo pasa solos. Mi padre y mi tía son sus únicos hijos, mi padre trabaja muchas horas pero aun así todos  los días le hace una visita, mi tía lo tiene más difícil, vive en Gijón y tiene tres hijos, eso le lleva mucho tiempo y no tiene carnet de conducir por lo que depende de su marido para los traslados. Al acercarme a la vivienda, veo sentados en el banco que tienen delante de su casa a mi abuelo Florencio y mi abuela Marina, como es costumbre mi abuela habla y habla, mientras el abuelo asiente con la cabeza alguna vez. Hoy al verlos tan mayores me he decidido a contar sobre el papel todas sus vivencias.

  Mi abuela Marina, nació y vivió en una pequeña aldea en las cercanías de Sarria en la provincia de Lugo, en la pequeña aldea existe un pazo, casona popular gallega donde salían vivir la vieja nobleza y últimamente la burguesía adinerada. Este pazo está rodado de tierras de pasto y cultivo, mantiene unas vaquerías y hoy en día los cultivos son ínfimos, habiendo convertido parte de los terrenos del cultivo en praderas. En tiempo de mi abuela la casa estaba ocupado por una familia de la nobleza, la cual pasaba largas temporadas en su pazo de Santiago de Compostela.

  La familia de la abuela estaba formada por sus padres y un hermano quince años mayor que ella, fue algo inesperado pero bien acogido por todos, la niña rubia nació cuando sus padres sobrepasaban los treinta y cinco años, su hijo era un mozalbete trabajador y muy unido a sus padres, no tomó a mal el nacimiento de una hermana, aunque sus amigos le hacían burla, él se mantenía sonriente y contento, al fin abría alguien más en la casa jugueteando y además que caray la mejor sonrisa que efectuó la niña fue a él, cuando la vio en su primer momento, la niña tenía quince días, él estaba en casa de unos tíos, sus padres tomaron la decisión de alejarlo en los días de su nacimiento, la sonrisa del  bebe hacia su hermano fue llamativa, verlo y sonreír con toda su gracia.

  La casa donde vivían era bastante agradable, algo inusitado en ese tiempo, tenían baño y aseo, era una decisión de los señores de su tía Eufrasia, esta señora serbia a una familia de linaje y condición muy importante, tiempos atrás en una visita de los estos señores al pazo del pueblo, Doña Blanca que así se llamaba la señora del noble y diputado en el parlamento español se encapricho de la niña rubia que atendía la mesa en las horas de comida, yendo y viniendo a la cocina con un desparpajo que a Dña. Blanca le hacía mucha gracia, la señora le pidió a su anfitriona si podría llevársela a su servicio para viajar a Madrid, donde residiría la mayor parte del tiempo. Fue largo el intento con los padres de la muchacha, ellos no querían desprenderse de su querida hija, al fin decidieron acceder por el bien de ella, se formaba para ella un porvenir, la señora insistía que la tendría como a una hermana, seria parte de su familia y podría regresar a su casa siempre que quisiese si no estaba conforme con ellos.

  Al cabo de diez años de que Eufrasia sirviera a los señores, todos los años visitaba a su familia unos días en verano cuando el diputado estaba en Santiago, este año su llegada al pueblo fue en el coche de los señores, llego con regalos que el chofer se encargó de depositar en el portal de la casa, despidiéndose con un señorita hasta pronto.

  Sus padres y su hermano no daban crédito a lo que veían sus ojos, la niña que vieron partir se hizo mujer, este año vestía como la señora del pazo, elegante, con el lenguaje que todos los años se veía más correcto, realmente era toda una señora. Su madre la miraba con incredulidad, les estaba comentando que Doña Blanca había convencido a su esposo para que mejorasen la casa donde residían ellos. Don Fernando que así se llamaba el ilustre diputado y su esposa harían una visita a la humilde casa de los labriegos al fin de mejorarla, todo gracias a el cariño que sentían hacia Eufrasia, la cual se había convertido en la sombra de la dueña, cuidando a los tres hijos del matrimonio, el control de toda la casa y servidumbre, todo pasaba por sus manos, como reconocía Dña. Blanca, que haría yo sin ti.

  Según lo hablado en ese verano apareció el coche de la familia, con D. Fernando y Dña. Blanca y su doncella hija de los propietarios de la casa, Eufrasia. Comentaron con los dueños la reforma que a su costa harían en la vivienda. Los padres de Eufrasia no daban crédito a lo que oían, un maestro de obras de Sarria, tomaba nota de todo, se hará una reforma muy importante, se alargaría por un lateral y tendrían hasta un servicio con bañera. Todo esto como hizo constar Dña. Blanca, en agradecimiento de los servicios prestados por la chica, la cual era el alma de la familia.

  La abuela Marina no dejaba de hablar de su tía Eufrasia de coma había puesto a vivir a la familia, con sus ahorros había comprado algunas fincas, que se añadieron a la propiedad. En su fallecimiento aún dejó dinero para su hermano y para ella, ya que sus padres  habían fallecido. La cantidad recibida les ayudó a hacerse con el primer negocio de ellos en Asturias.

  El hermano de  mi abuela cuyo nombre es Santiago, quince años mayor que ella, fue el que estaba en la propiedad del pueblo cuando murió mi tía abuela, ya vivía solo, sus padres hacia unos años que habían fallecido. Se presentó en la casa del pueblo un  coche con el hijo mayor de D. Fernando y doña blanca, los cuales habían fallecido hacia unos años. Este le comunicó  la muerte de Eufrasia en el Pazo de Santiago. D. Luis Fernando que ese era el nombre del hijo de los señores, se sentía abatido, con cansancio y dolor en su rostro, Santiago se sentía interiormente herido, alguien ajeno a la familia de la fallecida, sentía más dolor que él, en su defensa solo obraba el poco tiempo que tuvo con su tía .

   Mi abuela y mi abuelo, como era sabido por toda la familia, se conocieron en una feria en Sarria. Mi abuelo con tres hermanos más, se crio en una casa de una aldea de cinco viviendas con sus pequeñas parcelas, su padre ejercía de zoquero, en los largos días de verano, él  se trasladaba a los montes cercanos, siempre acompañado por su hijo Florencio al fin de hacer acopio de madera para las zuecos. A sí es como mi abuelo aprendió el oficio. En las ventas en el Mercado de la villa, es donde vio por primera vez a Marina, bueno es donde se fijó por primera vez en la chica rubia de andar ligero.

  Florencio, mi abuelo se propuso conquistar a mi abuela Marina, sabia en la aldea que vivía, empezó por rondar el pueblo y a ver dónde se movía la chica, así es como se enteró que Marina trabajaba algunas horas en el pazo, ayudando en la cocina y sirviendo en otros quehaceres del caserón.  Procuro hacerse el encontradizo y así acompañar a la rapaza en los desplazamientos de ella hacia su casa después del trabajo. Pasaron los meses y al pareja se fue compenetrando, del agrado de los dos era la compañía.

   Los tiempos habían cambiado mucho, el oficio de zoquero estaba en decadencia, Florencio influido por un primo que ya vivía en Avilés y se carteaba con él, tenía tomada la decisión de trasladarse la villa asturiana donde su pariente le aseguraba que encontraría trabajo y un buen sueldo.

  Comentado con Marina, esta también estaba decidida a emigrar a la provincia limítrofe, le parecía bien el plan de Florencio, empezarían por comunicar a las familias el deseo de contraer matrimonio, como marido y mujer empezarían en común su nueva vida.

  La oposición de los padres de Marina se alivió al conocer a Florencio y comprobar que era un gran trabajador y de una familia impecable de una aldea vecina. Reunidas las dos familias acordaron el día del enlace, prepararon sus mejores ajuares y se celebró el día de la boda, en la iglesia del pueblo de Marina.

  Después de unos días en Lugo, la pareja se presentó en casa de Marina, comunicando la decisión tomada de trasladarse a la villa de Avilés, done se hallaba el primo Manolo trabajando y les prometía trabajo para Florencio nada más llegar. Así fue como mis abuelos llegaron al lugar que ocuparía el resto de sus vidas.

  Tres días de la llegada a la villa asturiana y Florencio ya trabajaba en la nueva empresa que se estaba montando, encontraron una pequeña vivienda en un barrio de la villa, casita de planta baja, dos habitaciones, servicio y cocina, todo muy reducido, destartalado, era el almacén de un bar, habilitado para vivienda. Marina le puso su toque personal, con pequeños ahorros que traían, instaló cortinas, adecentó lo mejor posible, quería que su marido se encontrase cómodo en su hogar.

  No llevaban un año en la villa avilesina, cuando fueron bendecidos con un hijo. Marina tenía el día muy ocupado, hacia unos meses que embarazada como estaba, ayudaba a su casera en el bar que tenía en la localidad. María entraría en nuestra familia con buen pie. Ha sido para nosotros como una abuela, había conocido a su marido Ignacio en su localidad de la Rubia, un barrio de Valladolid, Ignacio fue destinado al servicio militar en un cuartel de esa zona. Allí se conocieron y se enamoraron. Con todo el dolor de su corazón la regia castellana acepto venir a vivir en Asturias, los padres de su marido tenían un bar con comidas, había mucho trabajo que hacer y Ignacio era el único hijo. Hoy lo regentan ellos.

  María estaba encantada con Marina, esta criatura era una joya no se cansaba de decir a quien la escuchaba, la chica estaba en estado de buena esperanza, pero no dejaba de acudir diariamente a ayudar a María en la cocina del bar, los guisos habían cambiado, un nuevo sabor y una presentación que enamoraba a los clientes, cada día surgían nuevos comensales, era imposible de encontrar sitio en el comedor o en la estancia del bar. Ignacio se sorprendía cada día de la forma que había tomado su bar, en la parte trasera tuvo que preparar un tendejón  para almacén y así aprovechar el local de la parte de atrás de su negocio.

  Marina se encontró con una criatura y sin poder moverse de su casa. María, mujer de recursos donde los haya, habilitó un pequeño espacio donde guardaba todo lo de la limpieza, un pequeño cuarto, instaló cortinas y lo mandó pintar con colores alegres, en él se instaló una butaca una pequeña mesilla y una hermosa cunita, todo muy acogedor, así fue como sorprendió a Marina, la llamó le enseño el lugar y le dijo, entre las dos cuidaremos al pequeño y haremos el trabajo que hacíamos antes. Mi abuela siempre lo cuenta con enorme sonrisa, su casera se tomaba tan en serio cuidar del niño, que parecía ser su abuela.

  Era un mal invierno para María, Ignacio que aunque joven, solo tenía 58 años, tuvo un problema de corazón, aunque se recuperó, le quedaron secuelas del incidente, orden del doctor, no trabajar, descansar y pensar en jubilación. Para María llegó el momento de tomar una decisión, Florencio se negaba a aceptar otra solución que seguir trabajando.

   Marina ya tenía la parejita un chico y una chica, estos estudiaban en el instituto de Avilés, con aceptables buenas notas. Florencio trabajaba en una empresa de Montajes y no ganado tanto como en las campanas, Marina se sentía más segura porque no corría riesgos.

   Ignacio tuvo otro pequeño susto, en el hospital que fue asistido se le dejó caer que o se relajaba y abandonaba sus actividades o abría un desenlace fatal, todo dicho en presencia de su esposa, ya en casa Moría miro a su esposo con ternura pero con decisión, había que plantease lo del bar de comidas, demasiada actividad para su marido, él tenía que descansar y dejar las preocupaciones, que no eran pocas.

  María esperaba con impaciencia la llegada de Marina, había tomado una decisión que aún no se la había contado a su marido, al aparecer en la puerta del establecimiento su empleada, amiga y confidente, con nerviosismo le explicó que había tomado la decisión de abandonar el bar de comidas, esperaba que ella y su esposo llegaran a un acuerdo económico para que se hiciesen cargo de todo, bien compartir la rentabilidad a medias o un traspaso del negocio y una renta por el local. Marina cogida de sorpresa, solo pensó en comunicárselo a Florencio y si había posibilidad de un traspaso y a su marido le parecía bien, tenían un pequeño capital ahorrado más la herencia recibida de tía Eufrasia, si con ello alcanzaban lo exigido por los propietarias podrían llegar a un acuerdo.

  Fue una noche larga de conversación de Marina y Florencio, Florencio no estaba cómodo en su trabajo, era un peón que se dedicaba en los muelles a cargar lingotes a mano en bandejas que eran depositadas en las bodegas de los barcos, un trabajo rutinario y monótono, le había  sido difícil acostumbrase al ruido de las grúas y sobre todo a esquivar sus movimientos. Lo que les proponía María era tentador, un dinero en mano y un resto a pagar mensualmente más la renta del bar.

  Ignacio se puso en guardia cuando María le comentó lo hablado con Marina. Su esposa con aspecto muy cansado le miraba con cariño, ella estaba agotada, él apenas podía ayudarla, solo gracias a Marina y a un chico que les ayudaba en la barra se mantenía abierto el bar.

 Como en sus mejores tiempos de relación miró a su esposa, que razonable lo que decía, no solo no podían sino que no debían seguir con todo eso. Con sus ahorros y la pequeña pensión vivirían bien, no había ninguna necesidad de seguir hacia ninguna parte, no había familia y si seguían Florencio y Marina eran para ellos lo mejor, los buenos amigos y el cariño que sentían hacia sus hijos, que mucha gente que no les conocían les decían que no tenían que consentirles tanto a sus nietos.

  Marina y Florencio, pasaron casi toda la noche desmenuzando lo dicho por María, era una oportunidad única, con sus ahorros entrarían en un negocio que Marina conocía plenamente, sabia de su rentabilidad, Florencio era apañado para el bar, algunas veces estuvo al frente de el cuándo María e Ignacio fueron a algo ineludible y el matrimonio fue capaz de hacerlo funcionar sin que se notase la ausencia de los dueños, en cuanto al servicio.

  Cuando dos partes interesadas hablan rápidamente se entienden, más que traspaso parecía cambio de titularidad de padres a hijos. María dejó claro que ella seguiría yendo por allí y cuidando de que los que decía sus niños estuviesen bien atendidos, Ignacio miraba a su esposa asintiendo con la cabeza a todas sus exigencias. María y Marina cerraron el trato con lágrimas y abrazos, mientras los dos maridos se sonreían mirando el panorama.

  La muerte de Ignacio, marcó un antes y un después en la relación entrañable de los matrimonios. María entro en una crisis y un no querer vivir. La castellana altiva y ordenadora se convirtió en una sombra, no comía, no dormía no deseaba nada.

  Marina se dirigió al piso ocupado por María, esta estaba tumbada en una butaca, ojos llenos de lágrimas. Marina planto cara y dirigiéndose a su amiga le cuestiono su postura derrotista, ahora estaba ella su marido y sus hijos que sufrían viendo cómo se dejaba abatir, le dijo mis hijos solo conocen una abuela y esa eres tú, yo solo tengo una amiga que es como mi madre y esa eres tú, no te permitiremos dejarnos solos, te necesitamos, te queremos. La ordenó levantarse, arreglarse y volver al bar con ella. A la hora de la comida, los mozalbetes llegaron a la casa y al ver a María allí la abrazaron con tanto cariño que ella en ese momento se sintió en su propia casa.

  Con gran tesón y mucho trabajo, Marina y familia habían construido un edificio en un solar comprado a María, está siempre quiso donárselo pero la insistencia de Marina y Florencio terminó en una compra a un precio muy aceptable. El edificio era muy amplio, en el bajo tenía el bar un amplio comedor, un almacén y  los servicios normales de cocina, se había dejado un hueco amplio para instalar una cómoda sala para poder estar en momentos de descanso u otra contingencia que ocurriese. Tenía tres plantas, en la primera que es la que viviría la familia, era la única terminada por dentro, se pensó en todo, sin comentarlo con María se había instalado una habitación con baño y un hueco pequeño, especie de pequeña instancia donde poder tener unas butacas con una mesita camillera. La viuda de Florencio, siempre preguntaba para que quisieran esos espacios. Al poco tiempo se enteró, cuando le propusieron vivir con ellos habitando los espacios de la nueva casa que tanto le llamaban la atención. Los ojos de María se humedecieron, miraba incrédula a la familia, realmente la querían tanto para ofrecerle ese lugar en su casa a ella que era una vieja con mucha necesidad de ayuda.

   Así fue como María pasó a convivir con la familia. Sus cosas personales se acomodaron en la estancia preparada para ella. El problema de la instalación surgió cuando se trajo el retrato de boda del matrimonio, María pretendió colocarlo  en la pequeña salita de lo que sería su nuevo hogar, Marina exigió que fuese colgado en el comedor donde estaban los fotos de los padres de Florencio, los suyos y ahí quería ponerlo Marina, María era de la familia y el retrato estaría con los de todos. En un mismo día, las lágrimas volvieron a los ojos de María, nunca pensó en colgar la foto de ella y su esposo en el lugar de la sala familiar, ella nunca se habría atrevido a pedir tal honor.

  Era un invierno frio, se recibió la noticia de que mi tío abuelo Santiago se hallaba enfermo, Mi abuela y mi abuelo que ya estaban jubilados se trasladaron al su aldea en Lugo, pasaron una larga temporada allí, en compañía del tío. En su casa había quedado un vacío muy grande, al final del verano, nuestra querida Abu, como la llamábamos los nietos de Marina, esta se fue silenciosamente , al ver que tardaba en levantarse mi abuela se acercó a su habitación, María había fallecido, tenía sus ojos cerrados, se marchó en el sueño. Fue enorme el dolor de todos, nuestra querida Abu en silencio se había marchado, mi abuelos se pusieron de luto en sus funerales, lleno total de amigos , solo una persona de su familia y ninguna de la de Ignacio, yo que Vivian en Andalucía y no había mucha comunicación con ellos.

   Al regreso de mis abuelos, vinieron acompañados de mi tío abuelo Santiago. Solo sabíamos de él por las conversaciones familiares. Sí, había estado en casa de mis abuelos, pero eso fue antes del nuestro nacimiento. Por Santiago nos enteramos de todo lo relativo a la aldea donde precedían, de todas las historias de esa tía de mi abuela Frasi y de su importancia en la vida económica de la familia de mi abuela. Como estaba enterrada en Santiago en el panteón de una de las familias más importantes de Galicia y quizá de toda España, su epitafio en su lapida, Frasi has sido una de las partes más importantes de la familia en tiempo.

  He hecho este pequeño relato para que todos nosotros, no olvidemos nuestros principios, que mis hijos si los tengo que sepan cuáles son sus cimientos. Marina y Florencio, mis queridos abuelos, espero teneros aún mucho tiempo con nosotros.

DEDICO ESTE RELATO A TODOS LOS EMIGRANTES QUE LLEGARON A NUESTRA QUERIDA ASTURIAS Y HOY SUS DESCENDIENTES SON ILUSTRADOS O TRABAJADORES, QUE SON Y SE SIENTEN ASTURIANOS

J. Ordóñez. Salinas 30 de Diciembre del año 2019.

 

 

 

 

 

 

 

El niño delas madreñas rojas

EL NIÑO DE LAS MADREÑAS ROJAS


  En una vega, situada a una altura importante de la ladera de la montaña que culmina el valle, existen dos quintanas, estas eran una sola pero fueron divididas al fallecimiento de sus padres, Jesús y su hermana Amelia, eran ahora propietarios de la rica vega, existían anteriormente dos casas, una nueva y la otra hacía de almacén, al ser dividida la propiedad se rehabilitó la vieja vivienda, quedando dos preciosas quintanas. Dos modernas naves fueron instaladas en cada propiedad, el hórreo que ahora no tenía casi ninguna utilidad, era compartido por ambas familias. Lo más llamativo es que los hermanos se casaron con otros  hermanos, Jesús con Herminia y Amelia con Ricardo, estos eran de la casa del escribano

  Todos en la familia coincidían, cuando la niña iba creciendo que era igual que la abuela Regina, sus mismos ojos y forma de mirar, su estatura pequeña y su cuerpo perfecto, sobre todo sus ojos negros rasgados y sus labios rojos aún sin pintar, su tez morena, con una piel suave, formaban un conjunto armonioso en su cara ovalada. Hera hermosa, muy hermosa. Se decidió darle el nombre de Regina en recuerdo de la abuela, que era en la familia casi una leyenda, todos sabían que tenía muchos recursos sanitarios, con sus hierbas y mejunjes se habían curado muchas personas.

  El nacimiento de la pequeña hizo reconciliarse a las dos familias de las quintanas, alejados por motivos de separación de fincas, hay que decir si bien los hombres no se dirigían  la palabra, las dos mujeres se mantuvieron al margen y no haciendo mucho caso de sus maridos, siempre mantuvieron su amistad. Con la niña, Amelia se volcó totalmente, siempre a disposición de Herminia para todos los menesteres de cuidados de la pequeña, las dos mujeres se turnaban para hacer lo debido y cuidar y mimar a  Regina.

  Ricardo y Herminia, venían de una familia de gente lustrada, su padre había sido el secretario de ayuntamiento, Don Silvino, que así era como se le conocía, vino con destino a la zona, siendo oriundo de Feria, una población de Extremadura, llegó soltero y fue así como se enamoró de Manuela, maestra que estaba dando escuela en el pueblo, tenían tres hijos, Ricardo el mayor, Mercedes y Herminia. Sus hijos tomaron caminos deferentes, Mercedes se fue a estudiar a Oviedo y terminó casándose con un profesor de la universidad, ejerciendo más tarde ella misma la misma la docencia en un colegio privado de la población. Ricardo y Herminia se enamoraron de dos hermanos de una quintana, Jesús y Amelia.

  Jesús y Herminia tenían dos hijos, Serafín y Alejandro de 16 y 13 años, fue cuando apareció en sus vidas la niña cuando no esperaba nadie su llegada, Regina  fue un susto y una alegría para toda la familia. Amelia y Ricardo no tenían descendencia y para ellos sus sobrinos eran como sus propios hijos, Amelia estaba tanto o más ilusionada con su sobrina que la propia Herminia, una niña, en las quintanas era un juguete, dos mujeres adultas y cuatro varones, dos adultos y dos adolescentes, todos volcaron sus caricias en  Regina.

  Fue transcurriendo la vida de una niña, aunque muy arropada, siempre destacó su carácter fuerte y decidido. Los domingos y festivos, las dos familias con sus mejores galas, bajaban al pueblo a oír misa y luego pasar el resto del día en casa de sus suegros. Don Silvino y Manuela, hacían de este día algo especial, era una oportunidad de tener a sus hijos y nietos en su casa, aunque ellos visitaban muy a menudo las quintanas, donde en verano pasaban largas temporadas. Regina era la atención de todos, en el hogar de sus abuelos había un sitio muy importante para la niña, todos a mimarla.

  A los diez años, ante la insistencia de tía Mercedes, Regina se trasladó a Oviedo a casa de sus parientes, para cursar estudios. Solo en vacaciones volvía a la quintana con sus padres y sus y familia. El acuerdo se había tomado, la niña no podía ir y venir al colegio todos los días, los chicos sí la habían hecho, pero para ellos era más normal. La tía Mercedes que no tenía hijos, estaba encantada, ella en Oviedo se defendía muy bien, unas veces la llevaba ella y otras su marido, al colegio  estaba cerca de su domicilio.

La niña se había convertido en una damisela, era realmente hermosa, todo era armonía en su figura, en boca de los muchachos de su edad, solo le hacía falta  más altura, era bajita en comparación con muchas de las muchachas de su edad, pero era más alta que muchas de ellas y sobre todo era esbelta, elegante y muy diferente en maneras y formas de moverse, Solo la veían en la misa dominical y ese día por la tarde, luego la familia se retiraba a la quintana.

Los mayores propietarias de tierras y ganado del pueblo era Manuel, casado con Rita, solo tenían un hijo llamado Jaime, Chico de buena presencia, rubio con sus ojos azules que encandilaban a todas las mozas del pueblo y la comarca. Era el gallito, siempre rodeado de una corte de amigos, picaba en todas partes, comprometerse con ninguna.

 Eran las fiestas del pueblo, aquel ocho de Septiembre, el prado de la romería estaba lleno de parroquianos y gente de los contornos. Jaime hacía tiempo que contemplaba a Regina, siempre desde lejos, la miraba de una forma que a él mismo le alarmaba, sentía una ansiedad de comunicarse con ella y al mismo tiempo un miedo al rechazo, nunca se había sentido tan atraído tan obsesionado por una chica, sabía que era el momento, de no hacerlo ella volvería a marchar a la capital y le sería imposible un encuentro. Los nervios le atenazaban pero aun así se dirigió hacia el grupo donde se encontraba la muchacha, se plantó delante de ella, se quedó mirándola y no pronuncio palabra, Regina le miró complacida y extendió la mano, haciéndole la señal de salir a bailar. Jaime no era capaz de comprender su torpeza, él estaba acostumbrado al trato con chicas, porque era tan diferente.

  La pareja se deslizó torpemente por la pradera al son de la música, Jaime no comprendía su nerviosismo y su manera de bailar, no pronunciaba palabra, solo atenazaba con su mano la de Regina, sentía un sudor incomprensible, él tan desenvuelto estaba rígido. Regina rompió el silencio, con una sonrisa logró normalizar la situación, el chico la miraba ensimismado, se iba relajando y empezó a hablar de cosas triviales, al terminar la música y Regina intentar volver a su lugar, Jaime le rogó que por favor se quedase con él, la chica volvió a sonreírle complaciente aceptando la invitación.

  Manuel seguía con la mirada a su hijo y Regina, supo en ese momento quien sería su nuera, él había sentido lo mismo y no con su esposa, sino con Amelia, lo de él y Amelia no llegó a buen fin, Ricardo se metió por el medio y ganó la partida, su familia siempre deseo deshacer aquel noviazgo, él nunca lo haría con su hijo, le encantaba Regina, la veía en misa y alguna vez por el pueblo y siempre le había parecido una hermosura y una excelente chica.

  Manuel tenía una finca cerca de la quintana de Jesús, siempre que se acercaba por algún motivo, rozar y limpiar en primavera, abonar en otoño o finales de verano, se encontraba con Jesús y pasaban un rato juntos, siempre habían mantenido buenas relaciones, este año Manuel le comentó lo de los chicos, le parecía que se gustaban, él no tenía reparo alguno en esa relación, su amigo tampoco puso ningún inconveniente, solo dejó claro que quería que su hija terminase magisterio, estaba en el último curso. Dejarían que transcurriese el tiempo y que los muchachos decidiesen sin interferencias.

  Regina y Jaime, contraían matrimonio dos años después del noviazgo. Los padres de los dos chicos, se sentaron juntos en el invite, así lo quisieron ellos. Pasaron sonriendo y recordando tiempos pasados. Era una delicia ver a los novios, tan elegantes y felices. Regina estaba muy bella, su blanco vestido largo y el preciso velo de seda, la convertían en una princesa de cuento. Jaime  con  su traje azul, daba la impresión de estar preso en él, estaba muy elegante pero se le notaba incomodo, mientras que la novia parecía haber vestido siempre con esa prestancia.

  Diez meses más tarde, nacía del matrimonio un precioso niño, todo el mundo opinaba que era igual que su madre, ojos negros, menudo, avispado, al poco tiempo de su nacimiento daba la impresión de que todo lo entendía. La locura de sus padres, abuelos y tíos era algo inusitado, su tía abuela Mercedes competía con sus abuelas, ya que Regina, criada con ella siempre le prestaba la máxima atención.

  Problema existente fue con el nombre del recién nacido, sus padres transigieron y dejaron a los abuelos poner el nombre, los dos abuelos deseaban que su nieto llevase su nombre, el problema fue quien iba el primero, sabia decisión, una moneda lanzada al aire, el niño se llamaría Manuel Jesús. Jaime y Regina viendo tan contentos a sus padres, aunque no estaban muy conformes con el nombre decidieron aceptar.

  La vida del pueblo y sus habitantes, seguía su transcurso. Regina se ocupaba de cuidar al retoño, viviendo con los padres de Jaime, aunque con una gran autonomía, se había restaurado la antigua vivienda existente en el corral y pegada a la quintana mandada construir por Manuel y Rita, dos viviendas equipadas, padres e hijos pasaban de una ala otra como si fuese una sola viviendo. Regina se acostumbró a encontrar a sus suegros, yendo y viniendo de una casa a la otra como si fuese solo una.

  Regina tomó la decisión de trabajar, se presentó a las oposiciones, aprobó y le fue asignada una escuela, teniendo en cuenta que era madre de un niño, se le concedió la escuela de un pueblo vecino. El niño siempre acompañado y arropado por toda la familia, le llegó el momento de su escolarización, lo hizo en la escuela del pueblo, allí estaban todos sus amigos de la infancia.

  Regina, se valía del tren para trasladarse a su lugar de trabajo, no quedaba muy lejos, andando le llevaba demasiado tiempo. Madrugaba, hacia todo lo posible para dejar su domicilio lo más perfecto posible, Rita se encargaba de la comida de su marido y su hijo, estaban bien atendidos. Jaime apoyó a su esposa desde el principio, la necesitaba a su lado, pero comprendía que tuviese que realizarse como persona, arrimó el hombro en todo lo que estaba de su parte.

  Era un día fresco de invierno, hacia sol pero el frio se hacía sentir. Regina salió durante el recreo de los niños, el maestro se encargó de vigilar a niños y niñas. Era día de mercado en la localidad, ella iba al puesto de Lurdes la pescadera, esta señora le tenía preparado el pedido, le gustaba poner pescado en las comidas los fines de semana, hasta su suegro Manuel había aprendido a apreciar el pescado, ella lo hacía al horno, con unas patatas asadas, le gustaba ver como degustaban ese manjar que ella elaboraba. Aquel día al pasar por el puesto del madreñero, se fijó en unas madreñas hechas de madera rojiza, eran muy bonitas, decidió comprar unas para su hijo, el chiquillo tenía otras pero esas le agradaban mucho.

  A Manuel Jesús, se le conocía por Chusin, un diminutivo de Chuso, apelativo más cariñoso y acorde con su personalidad. Aquella mañana su abuela Rita, como de costumbre le había arreglado con su ropa de invierno, el niño iba bien abrigado, al salir al portal su abuela le presentó las madreñas de color rojizo, apremiándole a estrenarlas, el niño aceptó de mala gana, tenía el presentimiento de ser mofa de sus compañeros, como en realidad pasó, son de nena, así durante un rato, hasta que otra cosa les llamó la atención, olvidándose de las madreñas.

  Adelina, había llegado al pueblo después de la guerra, era una mujer totalmente diferente a la que años antes había marchado a Barcelona, una mañana desapareció del pueblo y más tarde se supo por su hermano, su único familiar que había marchado a trabajar a la ciudad catalana. Solo volvió en dos ocasiones, estando un mes de vacaciones, acompañando a su hermano el cual estaba delicado de salud. En el pueblo se supo que le iba muy bien, había aprendido el oficio de zurcidora, lo había demostrado restaurando un pantalón quemado por un cigarrillo de un vecino, no se sabía dónde estaba el deterioro de paño, estaba como nuevo. A sí se ganó el reconocimiento de todo el vecindario. En la otra ocasión estuvo una temporada atendiendo a su hermano, el cual falleció de tuberculosis, el chico adoraba a su hermana. Ella se encargaba de mandarle dinero mensualmente para su sustento, durante años en los cuales Ramón que así se llamaba él, sobrevivía con la ayuda recibida de ella y pequeños trabajos que efectuaba en casa de Manuel.

  Adelina, reabrió su casa de nuevo, la chica elegante y alegre, se había convertido en una señora mayor, el pelo casi blanco, se había vuelto poco comunicativa, su vestimenta era la misma de su último viaje, pero como ella se notaba usada, aunque siempre muy limpia y planchada, la buena mujer se decidió a vender avellanas  tostadas, con su pequeña cesta de mimbre, salía todos los días por los pueblos ofreciendo su mercancía. Malvivía con esos recursos y algunos ahorros traídos de su trabajo.

  En el pueblo existían dos comercios, uno más dedicado a la comida y otro que vendía todo lo necesario para la parroquia y lugares cercanos al pueblo, este establecimiento lo regentaba Antonio, un señor de unos cuarenta años y un corazón inmenso, consciente de la precariedad de Adelina, la llamó un día a su establecimiento y le comunicó que a él le sobraba carbón que le ofrecían los clientes a cambio de algo de mercancía y que deseaba mandárselo a ella, sin ningún coste, la mujer no sabía que contestarle, unas lágrimas aparecieron en sus ojos, el hombre la cogió por los hombros y le depositó un beso en su frente. Nunca más se habló de ello, a primeros de mes Paco le metía en su carbonera el combustible, se despedía con una sonrisa, ahí tiene lo que compró en la tienda.

  Otro domicilio que siempre que aparecía por él, era muy bien recibida es en casa de Jaime y Regina, si la veían la obligaban a pasar el día con ellos, haciéndole llegar a su domicilio todo tipo de artículos de la huerta, siempre con una discreción. Manuel y Rita, en la sombra de sus hijos colaboraban continuamente, no en vano Ramón había trabajado años para la familia, se le mandaba de todo, incluido un litro de leche diario. En una de las visitas Jaime comentaba con su mujer, que su traje de casarse se había quemado con una colilla, Adelina mandó traérselo, lo miró y dijo, eso no es nada, mañana os lo traigo nuevo, al día siguiente allí estaba el pantalón, no se sabía dónde estaba quemado.

  El invierno fue muy duro, nevó mucho y en el deshielo la gran riada se llevó el puente que une a dos partes del pueblo. Los operarios del ayuntamiento, ayudados por vecinos, colocaron unos varales de una parte a otra en los dos tramos por donde descendía ahora el rio, se clavaron tablas uniendo las dos partes de los troncos y así, se pudo pasar con cautela de una a otra parte.

 Los niños, aunque sus padres les amonestaban cada vez que sabían que se acercaban al rio, era para ellos un talismán. El domingo por la tarde, a mayoría de los chavales se acercaron a la orilla del puente, allí depositaron sus madreñas y pateaban por la arenisca con piedras que había quedado al descubierto por la riada, esa zona estaba limpia y seca, allí jugaban con la arena y haciendo salidas por pequeños canales de alguno de los charcos que habían quedado aislados. Risas y buen humor, una de las gracias de uno de los chicos, el mayor en estatura y líder de la mayoría fue tirar una de las madreñas de Chusin al rio. Todos se sorprendieron, alguno río la gracia, pero la mayoría dio a entender que eso no era nada gracioso, el niño cogió la otra madreña con su mano y se alejó, sentándose en un muro cercano.

  Adelina estaba mirando el bullicio y la alegría de los niños, le encantaba observarlos de lejos, nunca lo hacía cerca, siempre Xuaco, que era uno de los chavales la solía llamar loca y pretendía, consiguiéndolo que algunos niños le imitasen. No se sorprendió al ver a este chico lanzar al agua la madreña de Chusin. Siguió con la vista la marcha del pequeño, vio donde se sentaba y silenciosamente se acercó a él, el niño levanto sus ojos negros llenos de tristeza y la saludó. La buena mujer le acarició la cabeza y depositó un beso en su frente, seguidamente le llenó los bolsillos de avellanas, el chico solo contestó con un gracias Adelina.

  Era un día frio y soleado del mes Diciembre, Rufino siempre se había dedicado a ganado, labranza y en los inviernos se dedicaba a hacer madreñas, esa mañana se dirigía hacia una caseta cercana a su hogar que le hacía de taller, el edificio era bastante grande, dentro estaba el almacén y lugar donde fabricar su artículo, al acercarse al lugar, se sorprendió ver sentada en una piedra grande que había al lado de la caseta a Adelina, la conocía de verla en la fiesta de todos los pueblos vendiendo avellanas y a demás conocía su historia de buena mano, Antonio el del comercio de uno de los pueblos del concejo era su cliente y muy buen amigo, este le había hablado de Adelina con un respeto y una consideración muy especial. Se fijó en la buena mujer, su pelo estaba trenzado y luego con unas horquillas se recogía en un moño, el cual se adornaba con un tipo de flor de nácar, su abrigo  y bufanda de tiempo pero con una limpieza impecable, llevaba medias y un zapato con un pequeño tacón, la mujer tenía un gorro de lana ancho en la mano, Rufino se dio cuenta de que se lo había quitado con el fin de tomar mejor el sol.

  Al acercarse Rufino, Adelina se puso en pie y le dio los buenos días, él le respondió con una sonrisa, muy educadamente la mujer le contó el motivo de su visita, le quería encargar unas madreñas, como las que le había comprado la señora maestra en el mercado de la capital. Rufino se sorprendió de  este encargo, se recordaba perfectamente de las madreñas, solo había hecho unas con la madera que le llamó la atención por su color rojizo. Se interesó por el encargo, la señora le hizo partícipe del motivo por el cual le visitaba, él intuitivamente le alargó la mano, ella se la estrecho, tenía unas manos delicadas y calientes para el tiempo que hacía. Miró a ver si le quedaba madera para poder realizar el encargo, un trozo suficiente para ello.

  En la puerta del taller apareció Marisa, esposa de Rufino, Traía comida y vino para que su marido hiciese la media mañana, reconoció al momento a la señora, sí no había duda, era la que vendía avellanas por las fiestas de los pueblos, siempre le había parecido una mujer dulce, elegante en sus formas y muy educada. Su marido le comentó el motivo de la visita, Marisa impetuosa la invitó a comer con ellos, sin consultarle a él le ofreció que su marido tenía que llevar unos pedidos a un comercio del lugar de ella, así la acercaría a la tarde. Educadamente Adelina rechazó el ofrecimiento, ella volvería por su cuenta, andando como había venido, Rufino insistió que aceptase la propuesta de su esposa, él tenía  que hacer el viaje y así les acompañaría en la comida y la vuelta a su domicilio, le dijo, condición imprescindible para hacerse cargo de fabricarle el pedido.

Antonio ultimaba los preparativos para el día de Reyes. Todo tenía que Salir bien, era un equipo de doce personas, todos muy dispuestos para hacer la gala y presentarla en la escuela, todos los años se hacía, este sería muy especial, Rufino y Marisa, sus amigos se unirían a la fiesta, estaban muy interesados, querían entregar a Chusin las madreñas, de parte del príncipe Eliazar

  El día esperado por los niños y los no tan niños llegó, cinco de Enero a las seis de la tarde, llegaba una comitiva a la escuela acompañando al príncipe, todos eran de la comisión encargada del evento. El príncipe vestido según los cánones, el salón abarrotado, la tarima donde el maestro se ponía para ver mejor a los alumnos, hacía de escenario, un sillón traído de la iglesia, era el asiento especial, donde tomó asiento el príncipe, el resto se sentaba en una hilera de bancos, todos los años se disponía de ellos para esos eventos y juntas vecinales. Regina fue invitada con su hijo y su marido a ocupar la primera fila. Antonio se dirigió a Adelina  y cogiéndola de la mano la obligó  a sentarse al lado de Regina, nadie comprendía nada, la buena mujer no comprendía el motivo de tal hecho, no quiso hacer un feo negándose, aceptó sumisa. Regina suponía que era por su condición de maestra, allí estaba la señora maestra del pueblo.

   El alboroto era tremendo, la escuela bastante amplia llena, había sillas que se traían de los domicilios, donde se colocaban sus propietarios. El  Antonio se levantó de su asiento, haciendo un gesto con la mano, mandó guardar silencio. El Príncipe se dirigió al público en nombre de sus majestades los Reyes de Oriente. El, solo era un mensajero que venía a anunciarles a ellos, que en la noche, sus Majestades pasarían dejando los regalos a todos. Este año tenía un cometido especial de parte de los Reyes, un regalo para Manuel Jesús, al cual mandó acercarse a su trono, haciéndole entrega de un paquete, el niño abrió con nerviosismo y vio el contenido, unas madreñas rojas como las que él decía a todos en un descuido se las llevó el rio, Regina se acercó a su hijo el cual no salía de su asombro, atrayéndole hacia sí y llevándole al asiento, un aplauso coronó la entrega. El Príncipe pidió silencio y adelantándose a los asientos se acercó a Adelina haciéndole entrega de un sobre, de parte de sus majestades por tu buen hacer, la buena mujer, cogió el sobre y lo abrió, vio dentro cinco mil pesetas, sus ojos se llenaron de lágrimas, quiso devolverlo, no podía aceptarlo, era demasiado dinero por nada, ella no pedía limosna. Antonio se adelantó, obligándola  a sentarse, la buena mujer no opuso resistencia, él depositó un beso en la frente de la compungida mujer, Adela, esto no se puede devolver es cosa de los Reyes, todos en pie aplaudían intensamente. El Príncipe levanto la voz, mandando a todos los niños, pasar de uno en uno a recoger sus bolsas de chucherías. Fue un día feliz y de justicia.

  El Volvo avanzaba sobre la calzada, Jaime deseaba regresar al pueblo, Regina en el asiento delantero y atrás Herminia su madre, dos meses llevaban en la capital, eran los de invierno. Hacia unos años que había fallecido tía Mercedes, dejándole el piso de Oviedo. Jesús, un infarto se lo llevó, quedando Herminia sola, Jaime casi obligó a Herminia a vivir con ellos, la quintana estaba vacía, las dos viviendas cerradas. Todo era tan diferente, ahora la carretera era muy buena. A falta de un puente dos tenía el pueblo. No obstante el pueblo se quedaba vacío. No había ruido de niños  por las callejuelas, sí bien asfaltadas, pero sin movimiento. Regina acaricio la cesta de mimbre que llevaba en su regazo con flores. Serán depositados como todos los años en la tumba de Adelina y todos los vecinos se encargarán de mantenerlas frescas.

J. Ordóñez- Salinas 24 de Marzo del 2020.