Buscar este blog

jueves, 8 de noviembre de 2018

COSES DE CHECHU


Conocí a Chechu en un verano que pasé en el puerto de Cuchaloso. El lugar es idílico cuando sale el
sol, el cual se hacía mucho de rogar incluso en el mes de Agosto. Hermosas praderas con arbolado de hayas y piornos, entre unos y otros el verde es hermoso, los hierbazales crecen frondosos, en ellos pastan los ganados. Mi familia tenía unas propiedades, tres fincas enormes con su establo y la cabaña para el vaquero, que en época estival se hacía cargo del cuidado del ganado.

El amigo Chechu, tenía sus propiedades al fondo de aquella hermosa pradera de fincas separadas por vallas de diferentes propietarios, el lugar es muy bello, donde terminaba la pradera para entrar en un enorme hayedo, allí estaba su propiedad, era la parte más llana del lugar, como todas las demás fincas mantenía en su propiedad el establo con su cabaña para albergar a los cuidadores del del ganado, esos escasos dos meses de verano, donde era habitable el lugar.

Me hallaba allí con un tío mío, que era quien se encargaba todos los años de cuidar el ganado y guardar algo de hierba en el pajar, para darles a los animales en los días veraniegos que se hacían invernales, dicho de paso no eran pocos.

Francisco, era un primo de Chechu, el cual aprovecha todas las ocasiones para burlarse, contando gracias del bueno de su primo. Un día que estaba nevando en el pueblo y había una cota de varios centímetros de nieve, empezó a relatar Francisco, Chechu se preparó para ir a misa, siempre con su acostumbrada cachaza, iba comentando en voz alta, nevao y nevando, Chechu si nun hay Dios que peterdu, arrepentido al momento pidió perdón al Señor por su falta de fe. La verdad fue que bajó a misa, comulgó y se confortó espiritualmente, a la salida en el bar de al lado, pidió un buen baso de vino blanco calentado y una ración de callos y salió hacia el pueblo, distante unos tres kilómetros, sin ningún problema ni espiritual ni físico.

Me agradaba escuchar a Francisco, lo hacía al lado del fuego, en la cabaña de su propiedad, solo le separaba de Chechu la sebe, las fincas en su día habían sido una sola, al dividirlas se había tenido que fabricar un nuevo establo con su cabaña, para la nueva propiedad. Allí el guaje, que era yo, escuchaba y no perdía nada que atañese al personaje de Chechu, el cual me tenía fascinado.

Chechu y su primo Francisco, Vivian en la misma aldea, en realidad todos ellos eran parientes, cinco casas con cinco convecinos, dos hermanos y el resto eran primos. Su relación era buena, no tanto su intimidad, todos sabían todo de todos. Nando era uno de los primos, le contó a Francisco la siguiente anécdota. A la salida de la aldea hacia la montaña, se hacía por una caleya que iba por debajo de unos avellanos que había en una rampla de unos dos metros, que daban a la zona llana nombrada la vega, ese día estaba Nando recogiendo en la vega unas patatas, Chechu pasó por la parte de abajo por la caleya, entre los avellanos y el repecho no eran visibles Nacho y Chechu, pero si se oía bien, la distancia era corta, Chechu iba riñendo con Dios, le decía yo que siempre estoy rezando, voy a misa llueva o nieve y me arrebataste una vaca en el parto… la cosecha más bien mala… una ciática que todavía tengo dolores, Nando lo escucho todo y decidió a escondidas lanzarle un trozo de tierra, el bueno de Chechu miro a todos los lados, no viendo a nadie, alzo los ojos al cielo y dijo, está bien que no me hagas ningún caso pero que me tires un tapinazu eso ye pasase.

Esto me la relató Armando, primo de Chechu y de Francisco. Francisco había efectuado un viaje a la capital Oviedo. Marcho temprano, regresando casi a vuelta de tren, fue a casa de Chechu y otro primo más a pedirles dinero, cantidad no usual, entre los dos le fueron capaces de suministrar con todos sus ahorros más los de Francisco la cantidad que decía necesitar. Al preguntarles para que quería el dinero su respuesta era para un asuntu.

Francisco volvió a coger el tren y volvió a la capital, regresando en el último tren de la noche, cansado y lleno de ilusión, al día siguiente que no era festivo iría al banco a cobrar el décimo premiado el cual había comprado a ganga a un buen señor que como no podía hacer efectivo el recibo por ser festivo y teniendo que trasladarse urgentemente a su domicilio en la capital del reino por la muerte inesperada de su mujer, encontrándose con poco dinero para el viaje y los muchos gastos del hotel y demás cuentas con un amigo al cual deseaba dejar liquidado, ofrecía al bueno de Francisco la ganga de ganarse unos buenos cuartos, solo por adelantarle una pequeña parte del décimo, el cual fue comprobado con el señor en un puesto de lotería instalado en un quiosco, donde el mismo lotero salió para decirle que ciertamente el décimo estaba premiado con la cantidad que decía el caballero.

Muy de mañana Francisco se trasladó al banco, donde comprobó cómo había sido timado no podía creer lo que estaba oyendo, se quedó pálido, avergonzado. Salió de la entidad bancaria con un enorme dolor, no físico sino de su orgullo.

Desde ese momento en la pequeña aldea donde nada se podía mantener en secreto, por lo bajo, cuando conversaban y no estaba Él, Chechu siempre con una sonrisa maliciosa decía dónde está el del asuntu.


Salinas 6 de Noviembre del 2018. J. Ordóñez

EL MILAGRO DE DON ABEL



Era un miércoles del mes de Mayo, había subido por el valle, la carretera no era muy ancha pero estaba en buen estado de conservación, hay casas situadas en una y otra orilla de la calzada pero el grueso de construcciones se halla a unos tres kilómetros de la autovía que cruza el valle principal, por donde me dirigía era un pequeño valle lateral , más estrecho y con un pequeño riachuelo, a la entrada de la población hay una pequeña carretera que va hacia el santuario de los mártires que allí se veneran, a la misma entrada de esa vía, está situada la iglesia parroquial. Hice entrada en la iglesia, tenía la aspereza y el olor a humedad, era amplia, de una sola nave, al fondo el retablo barroco, conservación deficiente, todo en el entorno estaba limpio pero sin ningún signo de lustre, me dio la impresión del traje muy usado, planchado y limpiado demasiadas veces.


Era aproximadamente las seis de la tarde, el sacerdote oficiaba la santa misa, solo dos mujeres en el primer banco estaban presentes, los ornamentos con que oficiaba eran de un buen corte, pero hacían juego con la iglesia, demasiado usado, muy gastado. Me quedé en oración siguiendo la ceremonia hasta el final. Las dos mujeres abandonaron el templo, al pasar cerca de mí hicieron una pequeña inclinación de cabeza, a la cual respondí. Esperé a que el sacerdote se desprendiese de los ornamentos y me dirigí a él, me presente como columnista de una pequeña revista de una asociación, el sacerdote bastante joven, me escuchó con atención, se presentó, su nombre era Jenaro. Le comente el motivo de mi visita, quería saber algo sobre don Abel, el anterior párroco, con buenas palabras me enseño una casa muy cercana, allí me dijo vive don Gervasio y su esposa Ana, ellos son los que más intimidad tuvieron con Don Abel.

Me dirigí al lugar señalado, una hermosa construcción, relativamente moderna, casa de planta y piso, unas escaleras exteriores conducían al primer piso, el bajo era especie de cochera y almacén, teniendo una barbacoa en una parte separada, todo ese lugar estaba decorado con utensilios de trabajo del campo, las paredes con tanto artilugio daban la impresión de un pequeño museo. La entrada en casa de D. Gervasio, dicho de paso fue polémica, su perro mastín me puso muchos impedimentos, hasta que Dña. Ana salió al paso y lo ato en un amarre existente en un lateral de la finca. Les di la explicación de mi visita, el matrimonio me invitó a sentarme en la estancia de la barbacoa, ofreciéndome una sidra, Gervasio escancio un culete del preciado líquido ofreciéndomelo, con mucha familiaridad empezaron a hablar de d. Abel.

Ana empezó comunicándome que ella era prima del finado, siempre supieron en su familia que Abel seria sacerdote, de niño le gustaba jugar a temas religiosos, él ponía un pequeño altar e imitaba todos los temas que veía en la iglesia. En los oficios y santa misa, el niño prestaba una atención de persona mayor, ni un ruido, ni una palabra, escuchando y siguiendo todo lo que el oficiante hacía, mi tía no comprendía esa forma de actuar, sus otros hijos, que eran tres más, era imposible con ellos, siempre reprendiéndoles, no eran capaces de prestar tres minutos de atención al acto religioso, sin embargo su pequeño Abel estaba embebido en todo lo que se hacía en la ceremonia.
ç
Hace unos años, mi primo se hizo cargo de esta parroquia y el santuario, conservó todos los hábitos de los sacerdotes anteriores, añadiendo un nuevo motivo religioso, todos los meses oficiaba la santa misa en el santuario los viernes, cuando éramos muchos vecinos, la asistencia era numerosa, al final de su estancia aquí, apenas dos o tres personas era lo normal en días de invierno, en la época estival, acudía más gente, tenemos que tener en cuenta que toda esta zona se está despoblando y esperamos los meses veraniegos para recuperar a muchos vecinos que por su trabajo han tenido que emigrar.

Todo ha cambiado, a penas quedamos diez casas habitadas todo el año, es un valle muy cerrado, con pocas posibilidades de instalarse fábricas o empresas capaces de dar empleo, si no cambia esta tendencia, comentaba Gervasio se pondrá el cartel a la entrada del valle” se vende”.

Ana interviene para sacar a su marido de sus pésimos recuerdos, al grano que este señor viene para saber la anécdota como dice D. Abel que le sucedió aquel día. El buen cura había ido a decir misa en el santuario, ese día no encontró a nadie, solo dos jóvenes estaban sentados en el muro del cabildo, no le gustó su aspecto ni su mirada socarrona hacia él, abrió la puerta de entrada de la iglesia, se puso los ornamentos y se dispuso a oficiar la santa misa, comprobó con la mirada que los chicos habían entrado y se habían colocado cerca del altar.

La santa misa empezó sin ningún altercado, al llegar la consagración, los dos individuos sacaron una pistola y apuntándole le conmutaron a echar en un copón grande que estaba al lado del sagrario el contenido de casi un litro de vino que había para oficiar, el buen sacerdote obedeció y consagro el pan y el vino, sin comprender a que venía aquello. En el momento de la comunión, fue obligado a consumir el completo del vino, cosa que D. Abel no dudo un momento, esa era la sangre de Nuestro Señor Jesucristo. Habían desaparecido los dos mozos, el cura terminó la misa, no se sentía mareado, estaba bien, tenía una reunión una hora más tarde, bajaría andando que el aire le despejase la cabeza, aunque no se sentía ni mareado ni torpe.

Al cerrar la puerta de la ermita, se volvió a encontrar con los chicos los cuales le obligaron a coger su coche y ponerse al volante, D. Abel no lo dudo un segundo, puso el coche en marcha, acelero y salió carretera abajo, con prudencia como siempre hacia, al llegar al cruce con la carretera, lo que le faltaba, la pareja de la guardia civil de control de alcoholemia. Alto y póngase a un lateral de la calzada.

No conocía a ninguno de los agentes, debían de ser nuevos, la mayoría de los del cuartel los conocía y le respetaban. Uno de los de la pareja, ordenó al otro que le aplicase el aparato de control, este replicó que era un cura… orden tajante aquí no hay curas ni paisanos, solo borrachos y abstemios, el buen cura miró hacia el cielo y dijo que sea lo que Dios quiera y se aplicó el aparatito, siguiendo las instrucciones del agente, el agente hablo con el que parecía ser su superior enseñándole el medidor, cero en alcohol, vuelva a probar con otro medidor, este aparato seguro que no está bien, vuelta a repetir la historia y el mismo resultado, el empecinado guardia obsesivo conque estaba mal el aparato, su pareja se impuso con tu que tienes contra este sacerdote

Al fin dejaron marchar al buen al bueno de D. Abel, el cual rezaba con pasión un padrenuestro, Señor no hay duda que he bebido de tu sangre

Esto decía Gervasio, lo supimos de primera mano, cuando nos visitó nervioso, después del incidente, tuvimos que prometerle que quedaría entre nosotros.

Al día siguiente, todo seguía igual, don Abel volvió a sus rezos, sus misas y su quehacer diario que en buena medida estaba muy controlado, no faltaba trabajo, tenía todas las parroquias del valle, solo con oficiar y visitar a todos los pueblos no le quedaba tiempo libre para nada.

Gervasio respiro profundamente y con su voz pausada comentó lo acaecido el sábado en el bar la Perla, regentado por Paulino su esposa Adela y su hija Alicia, la cual aunque estudiaba los fines de semana los pasaba ayudando a sus padres, ella conocía a los dos chicos que se reunían en el pequeño comedor, donde venían con otros compañeros y allí hablaban de política, solían consumir mucho, tanto de bebida como de comida. Paulino consentía a la pandilla, no por sus ideas sino por su consumo, los parroquianos eran conscientes de quienes acudían a su cita en el bar, entre ellos había un guardia civil de carretera, gente muy pronunciada de extrema política.

Alicia en un pequeño descanso al no haber demasiados clientes, se sentó en una silla de la cocina, en la estancia además de todo lo necesario para el tapeo y las comidas servidas, existía una pequeña ventana que se comunicaba con el comedor, se oía perfectamente todo lo hablado en la mesa que estaba el grupo de muchachos, eran siete jóvenes de 20 a 30 años aproximadamente. Alicia puso el oído alerta al escuchar a uno de ellos hablar de la ermita de los mártires, tu eres el que no ha hecho los deberes, nosotros fuimos a la aldea a avisar a las viejas que el cura no decía la misa ese día, no asistió nadie, solo nosotros, como quedamos le intimidamos con la pistola y el cura se bebió todo el copón, por lo menos más de medio litro de vino, no sé cómo no reventó.

Yo, le contestó uno que Alicia sabía que era guardia civil de carretera, vi como mi compañero le aplicaba el alcoholímetro y este daba cero, dos veces se hizo y las dos veces dio el mismo resultado, es imposible que no marcase absolutamente nada. Si eso es así, parece un puto milagro, la chica reconoció la voz de uno de los chicos que presumía de ser periodista, este continuo su disertación, que voy a decir a mi periódico, si les anuncie una noticia explosiva. Alicia visto el tono que tomaba la charla, se levantó sigilosamente y salió por la puerta que daba al bar.

Paulino, Adela y su hija Alicia, terminado el ajetreado día se sentaron a cenar algo, la chica comentó a sus padres lo oído, Paulino era nacido en la parroquia de Don Abel, pronto se puso al habla con amigos de su juventud y comprobó que al cura le había parado la pareja de la guardia civil y le habían hecho soplar por el alcoholímetro, lo sorprendente es porque estaba allí el control, no era lugar de tránsito y nunca se habían instalado allí, solo pasan cuatro vecinos al día con coche.

Toda la historia saltó a público y aunque negaron todo los autores, todo el mundo sabía que era cierto, aunque don Abel no abriese la boca.

Los pocos meses que le quedaron al bueno de Don Abel como párroco, vio como su iglesia se llenaba de gente, unos de su parroquia y otros de muchos lugares, todo el mundo quería saber algo sobre el viejo sacerdote. Todo estaba llegando a un punto, que la jerarquía de iglesia decidió, adelantar unos meses la jubilación del buen cura.

Hoy me encuentro en la casa sacerdotal donde desde hace cinco meses está el buen cura ya retirado
, he preguntado en portería por él, me he dirigido a una sala, en una esquina sentado en un sofá, está leyendo el periódico diario, me fijo y veo entre sus dedos deslizarse un rosario. Solo una sonrisa y una mirada me sirvieron para comprender que no quería hablar del tema, su boca estaba sellada, fue muy amable conmigo, charlamos de cosas triviales, le pedí su bendición. A la salida hacia la calle, tuve la certeza de haber conocido a un verdadero santo, un elegido de Dios, Señor porque pedimos milagros, teniéndolos delante de nosotros todos los días.

Salinas 2018- J. Ordóñez.