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martes, 15 de julio de 2014

FRAY CEFERINO GONZALEZ

              


                    En la casa seminario, de la orden de Predicadores de Ocaña, había un gran movimiento, su eminencia el Cardenal González, había decidido pasar los últimos días de su vida, en ese lugar. Allí fue donde dio sus primeros pasos dentro de la Orden. Fray Serafín, lo recordaba con agrado, era un muchacho muy despierto, obediente, muy religioso, tenía algo diferente, no se definirlo, pero era contundente, acertado en sus decisiones, sus compañeros le pedían consejo, algo brillaba en él, haciéndole especial. Así opinaba el buen Fray Serafín, intentando calmar la ansiedad y nerviosismo de Fray Domiciano, un fraile joven, al que se le había encomendado la atención del Cardenal.


                   Al atardecer del tres de Octubre. Los álamos del terreno que rodeaba el Seminario, daban los tonos ocres, pasmosamente bellos y otoñales. Fueron abiertos los portones de la propiedad, un Ford, hizo su entrada en el recinto. En un momento, la mayoría de los Frailes, se acercaron a la portería del colegio. Un chofer se apeó y con celeridad, abrió la puerta trasera. El Cardenal, vestido con un simple hábito de Dominico, se bajó de él, solo le diferenciaba de los demás Frailes, La Cruz  Pectoral y su sello Cardenalicio. Extendió su mano hacia el chofer, con una sonrisa de agradecimiento, este intentó besar el sello, el Cardenal le estrechó la mano, pasándosela cariñosamente por la mejilla. Con decisión, miró a cuantos le estaban esperando, saludándoles, sin permitir ninguna reverencia. Al llegar a la altura de Fray Serafín, fijó sus ojos en él, con una sonrisa de alegría, le acercó y abrazó estrechamente. Alguien entre todos comentó al ver tanta sencillez, esperábamos un cardenal y llegó un ángel.

                   
                     
                     La vida del Prelado en Ocaña, era sencilla, oraba, leía y escribía, dando paseos por todas partes, cuando salía, nunca llevaba sus distintivos, solo era un fraile más. Cada temporada, aparecía el Ford, para llevarle a  la residencia  Madrileña de la calle de la Pasión, para hacer sus revisiones sanitarias. Después de dos años de estancia. El mes de Octubre, el Cardenal, perdía muchas fuerzas, su apetito era nulo. Un martes, apareció en Ocaña el Viejo Ford, subió en el Fray Zeferino, llevaba algo de equipaje, le acompañaba como era normal Fray Domiciano. El coche salió lentamente del recinto, como una despedida anunciada, dirigiéndose a su ultimo destino en la Calle Pasión de Madrid.



                     Fray Domiciano, había insistido en dormir en un sillón, dentro de los aposentos. El Prelado, no lo toleró, el Fraile se retiró  con un mal presentimiento, el Cardenal estaba muy agotado. Fray Domiciano, se despertó con un sobresalto. Sintió en sueños, que una mano le acariciaba con cariño paternal su mejilla, como solía hacer Fray Zeferino Saltó con presteza de la cama, dirigiéndose a los aposentos del Prelado. Al ir acercándose, había  un fuerte olor a rosas, en Octubre imposible. Al entrar en la estancia, el olor a rosas era mucho más profundo. El  Cardenal, sentado en una butaca, vestido con el hábito, tenia la cabeza recostada sobre las orejas del sofá, un rosario en su mano, rostro relajado, como dormido. Señor, este rosal no dará más rosas.



                       Sobre la mesa escritorio, vio  Fray Domiciano, las ultimas cuartillas escritas por su Eminencia.


                           Rezaban así. Todo llega a su fin, así fue  como vimos partir a José Ramón, mi pobre madre se abrazó a mí cuando le vio salir del pueblo, llorosa, mi hacia daño con su fuerte abrazo, parecía con ello intentar retener algo que no era posible.



                            Trascurrieron  los días, cuando se acercaba mi marcha, madre se volvió taciturna, planchaba ropa para mi equipaje, lo metía todo en un pequeño baúl silenciosamente.Era un día de finales de Septiembre, tiempo de castañas, ese aire del sur, cálido, que hace que se desprendan de los oricios el fruto. Todo estaba en su sitio. Mi padre tenia preparada la albarda ara el burro, con el fin que nos llevase el pequeño baúl con mi equipaje, mis pocas cosas de vestir, en una pequeña fárdela irían las viandas para comer. De Villoría a Liviana, lo haríamos a pie. De Liviana a Oviedo se haría en carreta, como era costumbre. Mi madre rezaba y pedía  Santa María Virgen, en la advocación de Miravalles. Santuario donde todos los años íbamos en romería toda la familia, Está situado en la Parroquia de Soto, lugar de nacimiento de mis padres. Mi abuelo José era el presidente de la Cofradía de Animas del Santuario Lo pasábamos en familia, rodeados de todos sus vecinos, familiares y amigos.. La Santa misa, oficial, empezaba a las doce del medio día, con todo el boato de tan importante acontecimiento, religioso y social. Después comíamos en el campo que hay delante de la Ermita, gaitas, puxa de pan de escanda. Mi abuelo era un genio subastando los panes y demás enseres ofrecidos por los romeros. El culto era impresionante. Siempre había varios sacerdotes, diciendo misa, desde el alba hasta el oscurecer .Día de indulgencia plenaria, por una bula Pontificia. Se desbordan mis pensamientos, debo volver a mi salida del pueblo. Esos días miraba a mi madre de soslayo, estaba como ausente, triste, si triste....su pequeño abandonaba el nido, se iba lejos, ¡ porqué el Señor, no le dejaba más cerca¡. Había un seminario en Oviedo, donde estaba su hermano Anastasio, el quería ser sacerdote, estaría siempre a una distancia mucho más corta y puede que venga de párroco por esta zona. Dios mio, ¡porqué tenia que desaparecer en misiones lejanas, Filipinas en el otro confín de la tierra! Hoy en la lejanía, pienso que mi madre estará dando vueltas a su cabeza. Eran las siete de la mañana, me levanté de la cama, dentro de hora y media, saldríamos mi padre y yo hacia Liviana. Nadie había dormido bien, todos estaban despiertos, mi madre había preparado el desayuno, toma hijo, me ofreció el desayuno, tómatelo calentito.


                   El viento dulce del sur, parecía preparar la despedida, el castaños, con sus oricios empezando a abrirse, dejando caer su preciado fruto. El burro con su albarda, con el baúl encima. Caminamos hacia la salida del pueblo, mi padre, indicó con un gesto de la cabeza, a mi madre, que era hora de volver a casa. Ella me abrazó con todas sus fuerzas, dirigiéndose a mi padre, espera acomodarle, habla con los frailes, Manuel, diles que es hermano de José Ramón, le dio sus ultimas recomendaciones, volviéndose hacia mi, con palabras entrecortadas, Zefe, cuídate hijo, come bien, reza mucho a Santa María, yo lo haré desde aquí, abraza muy fuerte a tu hermano Ramón, hazlo por mi. Dio la vuelta y desapareció camino abajo, con paso ligero  Mi padre, apenas pronunció palabra en el resto del trayecto, ensimismado en sus pensamientos, llegamos a la estación del transporte, esperamos un buen rato. El asno quedó, en el establo de un amigo. Mi padre subió el baul, me hizo acomodar, en un asiento de madera, dejando el pequeño baúl, en un lugar especifico para el equipaje. No iba mucho personal, mi padre conversaba con una señora, contándole mi partida, yo miraba el paisaje de mi infancia, mi querido valle, volveré como hacia mi hermano, cada dos años.Llegados a Oviedo, siempre protegido por mi padre. Nos trasladamos al colegio de los Dominicos, desde nos trasladaríamos a Madrid y de allí a Ocaña, lugar de nuestro seminario. Mi asombro fue total al pasar por las grandes llanuras Castellanas. Nunca había traspasado la frontera natural del puerto.El paisaje me pareció deprimente, desértico, pero algo me cohibía, me impresionaba. Cuanto llegue a amar a estas tierras en mi vida. El resto del viaje fue según lo previsto. 

             En la estación Madrileña, me aguardaba una  gran sorpresa, mi hermano José Ramón, acompañaba a Fray Julian.Desde allí, en agradable charla, nos trasladamos a Ocaña.


              Los álamos se estaban poniendo ocres, igual que en mi último retiro. Otoño, de joven sentía las cuatro estaciones. En mi vuelta, Señor, siento el Otoño, detrás de el solo el Invierno. Espero Señor que me recojas en tu eterna primavera, en algún rincón de la eternidad.


               Fray Domiciano, recogió todos los papeles, con máximo cuidado. Haciendo entrega a sus superiores de todo cuanto acompañaba a tan alto personaje. Sus pertenencias cogían en el baúl que le trajo al Seminario.


                Un hombre, para la mayor gloria de Dios.

CORRIDA DE GALLO



    Había terminado el invierno del año mil novecientos cincuenta y dos, tuvimos mucha nieve, agua viento, de todo menos sol, empezaba a dar atisbos de primavera, mucha agua, viento, de todo, pero los días más largos, cuando salía el sol, calentaba. Los carnavales habían tenido mucho éxito, los niños nos disfrazamos, algunos mayores también se decidieron, fuimos todos al baile del Argayon, unos a bailar y los niños como siempre,  a incordiar. Todos sentían muchas ganas de reír, comunicarse, disfrutar al máximo de los primeros rayos de sol de primavera. Los chicos nos juntamos para nuestras cosas, en primavera me encargaba de hacer un pequeño mapa para saber dónde estaban los cerezos, era muy importante su situación, lo hacía con la floración, destacaban en la lejanía  en el paisaje, el resto del lugar era castaños sin hoja, esto nos daba su situación para que en tiempo de fruto, supiésemos su situación, ya que todo el paisaje habría cambiado, al nacer la hoja del resto de arboleda, así haríamos la vendimia, sin la autorización de sus propietarios. Venia un acontecimiento competitivo importante. En primavera, los escolares regalábamos a nuestros maestros un gallo, se soltaba en el campo, todos los niños corríamos tras él hasta darle caza, así una y otra vez, hasta que el maestro, nos consolaba con unos caramelos y se llevaba el al pobre ave, fin y al pote. Este acontecimiento es conocido como “la corrida del gallo”, no obstante todo empezaba un mes antes, con dinero de nuestros padres y algo ahorrado por nosotros, seccionábamos el gallo, lo ajustábamos con su propietario, le dejábamos una señal, el día indicado nos personábamos, pagábamos el total llevándonos el ave en una cesta.
         En una casa, que solo le quedaba la parte de debajo de la fachada, el interior era un solar, en el tenia Ana, una vecina de unos cincuenta años, su corral de gallinas, la parte de debajo de la fachada, de lo que había sido la casa, se aprovechó la puerta, para la entrada, cerrándose con rejillas las dos ventanas, una a cada lado. Desde las ventanas se visualizaba bien el interior de corral, con su gallinero. Ese año, Ana tenía el mejor ejemplar de gallo, de toda la comarca, plumaje rojo y negro, con unos puntos blancos, una verdadera maravilla. Los chavales, ya habíamos visitado todos los corrales del pueblo, ese era el mejor ejemplar con diferencia, de todo lo visitado. Puestos al habla con la propietaria, llegamos a un acuerdo de compra, por un precio de setenta y cinco pesetas, le daríamos una señal, quince pesetas, el resto al hacernos cargo del ave. Nos faltaban doce pesetas que tendríamos que recuperar en veinticinco días, para así completar lo que para nosotros era una verdadera fortuna.Tendrimos  que llevar el asunto con el máximo secreto, de llegar a los oídos de las niñas, podrían intentar hacer cambiar a Ana de criterio, haciendo una oferta superior, Ana no era mucho de fiar, solía romper los acuerdos con frecuencia. Antonio Víctor, era un buen chaval, pero hablaba más de la cuenta, en una conversación con las chicas, les hablo de nuestro gallo, glosando su hermosura, ni corto ni perezoso, les dijo que era el gallo de Ana, ni que decir tiene, que fueron a visitar a Ana, consiguiendo deshacer nuestro trato, haciendo la oferta de diez pesetas más, realizando el pago total en ese mismo momento, quedando de guardárselo hasta el día de la festejo.
         Como todos los días, los chicos pasábamos por delante del gallinero camino de la escuela, ese día nos esperaba Ana, nos devolvió las quince pesetas,   nos dijo que se lo había vendido a las niñas, después de todo, nos espetó que se lo habían pagado mejor y todo al contado y además, las chicas no le asaltaban los frutos de su huerta, cosa que ella savia que nosotros si lo  hacíamos todos los años. Aquel día tuvimos consejo de guerra, nuestro honor había sido mancillado, un acuerdo es un acuerdo, nosotros nunca le hicimos promesa de no hurtarle la fruta, ella si tenía el acuerdo de la venta del gallo.
      Las circunstancias aconsejaban prudencia total, todo quedó planeado, cerca de allí, en una huerta de la misma Ana, existía un madero de unos tres metros de altura, grueso, entre todos lo trasladaríamos a la fachada del corral, clavaríamos unas tablas, haciendo unos peldaños en forma de escalera, yo me encargaría de los clavos, Carlitos cogería prestado el martillo a su padre, estaba oxidado de no dar golpe con él, no lo echaría de menos en unos días, Paquito era el mayor en edad y estatura, Él se encargaría de las tablas de cajones que su madre utilizaba para hacer fuego y poder calentarse en el invierno, su madre acumulaba una gran cantidad de ellas, ya que no tenía carbón, entre todos clavamos las tablas, para hacer de peldaños, formando algo parecido a una escalera. Entre todos con la linterna de Cándido, montaríamos  nuestra gran obra. Había que hacer mucho ruido, para disimular los golpes, que estábamos haciendo con el montaje de nuestra escalera, en veinte minutos la operación estaba hecha, solo hubo un altercado con un vecino, que nos chilló a los guajes desde el corredor, gracias a Dios no salió para ver lo que hacíamos.
     Dos nos encargamos de entrar en el corral, sobre el muro, en la parte interior, estaba el gallinero, nos posamos sobre el tejadillo del caseto, de allí saltamos al interior del corral, empezó una algarada de gallinas y gallo, nos apropiamos del buen ejemplar, desplumando su bella cola, dejándole como el gallo de Morón, sin pluma y cacareando, en ese momento se escuchó el vozarrón de Silvestre, soltando improperios, amenazándonos con bajar si no dejábamos de hacer ruido. Con mucha presura mi compañero y yo salimos del recinto, por el mismo sistema de la entrada. Misión cumplida, a esperar acontecimientos, hoy nos caerá a todos alguna molleja o castigo por llegar tarde a casa, merecía la pena, le dábamos una lección a las niñatas.
         Amaneció un día algo frio, pero claro, nuestro destino era con una cesta, cerrada por arriba con una tapa abatible,  con el  fin de evitar la fuga del ave, nos trasladamos a buscar nuestro gallo, todos silenciosos, los mayores nos sonreían, esperando saber quiénes tenían el mejor ejemplar, fuimos a casa de Xuaco, pagamos el resto debido, metimos el gallo en la cesta,  con una cuerda cerramos las tapas del cesto, para evitar su fuga, el gallo era muy protestón, ya con risas y juerga nos dirigimos al campo donde correríamos tras él. Nuestro Maestro, nos esperaba en el lugar, acompañado de la Señora Maestra, charlaban amigablemente, las niñas aún no habían llegado. Se hizo suelta de nuestro gallo, todos nosotros a correr tras él,  el maestro nos insistía que no lo corriéramos mucho, tenía miedo a una huida hacia el monte, quedando sin la presa para su manduca. Al fin aparecieron las niñas, cabreadas, enfadadas, enfurecidas, nos acusaban a nosotros de sabotaje. Su gallo desplumado parecía venir de la guerra, por supuesto, lo negamos todo, nadie nos creyó, quedamos sin caramelos, de mala forma, se terminó el bonito día del gallo. Con la lección aprendida, según la Señora Maestra. El Señor Maestro se hizo cargo del ave, le encargó a Mandolín, ponerlo en la cesta y llevárselo a su casa.
           Al fin solos, ese día sin clase, nos retiramos a la Peña, done solíamos tener nuestros concilios, comentarios, risas……dolor por no tener nuestros caramelos, naranja…… pero animo de vencedores, dada una lección.
       En el pueblo había noticia fresca…….risas…..bromas, a favor unos de los niños y otros de las niñas, coincidentes todos en afear la conducta de Ana, por no cumplir lo acordado.
        Amigos, cuando se da la palabra, hay que cumplir lo pactado, aunque no te sea beneficioso. Lección aprendida.
                               J. Ordóñez. Salinas 2.014

EL PRIOR





EL PRIOR.
                 Aún recuerdo la primera vez que vi a Fray  José Ramón, un joven con mucha vitalidad, facciones muy definidas, moreno, ojos castaños, nariz aguileña, elegancia en sus movimientos.
 Había llegado de España a misionar en la Provincia Asiática de la Orden de Predicadores. Pronto sus dotes de organización y seguridad en sus acertadas decisiones, fueron observadas por todos nosotros. Daba clases de filosofía y literatura en la Universidad de Santo Tomás de Manila. Empezó a ser imprescindible en todas las tertulias culturales. En poco tiempo, fue nombrado Prior de la Orden en esa Provincia Asiática. Su carácter siguió siendo el mismo, el Fraile de siempre, en su actuación como Prior, se notó su actividad organizativa, orden, disciplina, su trato personal, la misma familiaridad, el mismo compañerismo en una palabra, compañero y amigo de siempre, manteníamos la misma confiabilidad de siempre, hablábamos de lo Divino y de lo humano,.
 Con gran franqueza, nuestra amistad se afianzaba, nunca noté en El mínimo atisbo de superioridad, su gran alegría fue cuando llegó  su hermano menor, novicio de la Orden, me quedó grabado en mi memoria ese instante, el abrazo fraternal, una muestra entrañable de dos hermanos, el cariño protector de Fray José Ramón a su hermano y el cariño de admiración de Fray Zeferino, se notaba el ambiente, diez años de diferencia, les hacían comportarse de esa manera
. A Fray Zeferino, le precedía, fama de intelectual, estando en formación, destacaba sobre todo por su clara inteligencia. Era normal ver a los dos hermanos paseando por el pequeño jardín, Fray Zeferino completaba sus  estudios, pronto seria  ordenado

                  Todo empezó con fiebres muy altas en algunos alumnos y profesores, fuera del centro cultural, cundió la alarma, la muerte se estaba apoderando de la calle, fiebres muy altas, dolores musculares, desorden en todo el cuerpo y al fin la muerte, la peste estaba servida. Fray José Ramón, salía todos los días por los barrios más pobres de la ciudad, ayudando y cuidando a los enfermo, administrando los Sacramentos a quien los solicitaba, consolando a todos los enfermos y sus familias, ayudado a quienes se sentían solos ante el tránsito de la muerte. Todos nosotros salíamos en todas las direcciones, dando consuelo y ayuda. Pedimos a nuestro Prior, que procurase descansar, su agotamiento era total, salía el primero regresando el ultimo, en el alba después de oficiar LA SANTA MISA, con su bolsa llena de algo de comida y medicamentos, su regreso ya entrada la noche, volvía cansado, agotado pero alegre, se reunía con el resto de compañeros.. Comentando todo lo acaecido en el día, los días pasaban y parecía no tener fin tanta calamidad.
 En aquel fin de semana, fui a ver porque nuestro Prior, no estaba en las oraciones matutinas, tirado sobre el camastro, el Prior me ordenó no acercarme a Él, tenía todos los síntomas de la peste. Fray José Ramón, por sus síntomas, sabía muy bien que estaba contagiado de la enfermedad, ordenó aislarse, solo nos acercaríamos para traerle líquido, algo de fruta, lo haríamos a una distancia prudente, en la celda se instaló una pequeña mesa movible, en ella depositábamos lo necesario.
 Él nos hablaba desde su camarote, a cierta distancia, tumbado en su pequeño camastro. La fiebre, la tos y la sudoración eran muy intensos, tenía momentos de delirio, el doctor nos comunicó lo que todos sabíamos. El enfermo en sus momentos de lucidez charlaba, repitiendo continuamente el deseo de visitar un Santuario en su pueblo, sabiendo no poder ser, ya que aceptaba con cristiana complacencia los designios del Señor.
 Algo increíble, al entrar en su celda, encontré al Prior levantado, vestido con su hábito, buena cara , su mejor sonrisa, me espetó que la Santísima Virgen le había  llevado a su querido Santuario de Miravalles, había estado allí, era día festivo, saludó a los parroquianos, rezó delante del retablo, con la hornacina de la imagen de la Santísima Virgen . Había llegado el momento de partir, hoy era el día elegido, partiría al anochecer, me profetizó el fin de la peste, me insistió que le recordara en sus oraciones. Tuve el convencimiento que mi amigo tenia delirios, le recomendé acostarse y descansar, me miró largamente, con aprecio, de su garganta salieron unas palabras…… Fray Tobías, siga con sus quehaceres, yo rezaré un poco….. Luego me acostaré….. Gracias. Salí de su celda convencido de su mejoría, aunque preocupado por sus delirios; al oscurecer, como siempre me dirigí a su celda, esperando encontrarle más mejorado, al acercarme, me dio un vuelco el corazón, algo me previno, sentí un aviso. En la celda estaba mi amigo sobre el camastro, vestido con su habito, los ojos cerrados, el rosario entre sus dedos, en ese momento comprendí lo cerca que estaba de un hombre elegido por Dios.

               Un entierro sencillo, dolor por parte de todos, Fray Zeferino no lloraba, se le notaba en su rostro el dolor de la perdida con la esperanza puesta en el Señor.

                 La Orden me ha devuelto a España. Hace cinco años largos de la muerte de Fray José Ramón. He pedido y me lo han concedido mi traslado a nuestro colegio de Oviedo, hago mi vida, clases, estudios, rezos y paseos largos por la ciudad. Tengo una idea fija, quiero trasladarme al Santuario de Miravalles, deseo conocer ese lugar que tanto amaba mi buen amigo. Al fin hoy he sido invitado por un párroco de una Iglesia cercana al Santuario, iré a ver ese lugar. Hemos viajado, hospedándonos en Moreda, mañana madrugaremos, esperamos estar al medio día en el Santuario.
 Ha amanecido un espléndido día, partimos temprano, mi acompañante me señala una colina, tras ella está la ermita; en el camino que hacemos a pie, nos encontramos con romeros y lugareños, charlamos con ellos, un buen parroquiano, llamado Cristino se hace nuestro Cicerón, en ese momento ocupa el puesto de presidente de la Cofradía de Animas del Santuario, en el camino se sueltan las lenguas, la hago preguntas sobre el lugar, la devoción a Santa María Virgen, nos habla de las bulas Pontificias, mirándome me dice que hace unos años, nos visitó un parroquiano de nuestra Orden, llamado Fray José Ramón, nacido en una aldea de la parroquia, el día trece de Marzo, se recordaba porque es un día muy señalado, día de indulgencia. Entro empezada la Santa Misa, saludó a los parroquianos conocidos con una pequeña inclinación de cabeza, se arrodillo y oró, al fin de la Misa, fue el primero en salir, todos preguntaron por Él, parecía mentira, se había esfumado sin dejar rastro, no era creíble en  Ramón, sus familiares siguieron preguntándose su desaparición.
 Hablé con el Párroco del pueblo de Soto, lugar donde está ubicado el Santuario, deseaba saber con exactitud cuántas personas habían visto a Fray José Ramón, el día trece de Marzo del año………… Don Cirilo, que era el nombre del párroco de Soto, me propuso quedarme en la casa rectoral, ya que en el pueblo no existía una pensión digna de ese nombre. Ayudado por el  párroco, congregamos a parte de la familia y vecinos que asistieron a la celebración del trece de Marzo de cinco años anteriores, reunimos a veinticuatro personas, les pregunté si estaban seguros que Fray José Ramón había estado en esa fecha en el Santuario, todos me manifestaron que Ramón, como le conocían, entró en la Iglesia, saludó con una inclinación de cabeza, ya que empezaba la Santa Misa.
 Adoración, tía de Él le dio un abrazo. Oró un largo rato y antes de la bendición abandonó el templo, a la salida de misa lo buscaron para saludarle, no hallándole, algo que les sorprendió. Les comunique que aquel mismo día, fallecía en Manila el Dominico, todos quedaron muy sorprendidos, mirándose unos a los otros, les parecía totalmente incomprensible. Hoy desde Ocaña, doy fe de lo visto y vivido por mí.

               Hoy en mis oraciones no pido por Él, le pido a mi buen amigo que interceda por nosotros, ante Dios Nuestro Señor.

               J. Ordóñez. Salinas 2014.


COSAS QUE SUCEDEN



                                         COSAS QUE SUCEDEN

    A los pobres, hijos de pobres y trabajadores. De la dictadura, a la cual mantuvimos, pasamos a la democracia a la cual igualmente mantenemos. Sin que unos ni otros nos hagan mucho caso, sin o con elecciones, suceden cosas como esta.

     Mi buen amigo Falo, charlando con el un día, sobre mi historial medico, con mis años, sobre sesenta y tres, le parecía que podía jubilarme por enfermedad, para no seguir pagando a la Seguridad Social. Teniendo el un yerno en autónomos, me llamo un día para que fuésemos a un bello pueblo costero, donde su pariente político estaría con el, para que nos informase sobre el asunto. Fuimos mi esposa y yo al lugar. Allí estaba mi buen amigo, sonriente, nos dio un fuerte abrazo y nos presentó a su yerno. Mozo a la ultima moda, cabeza rasurada, altivo, sonrisa desdeñosa, mirándonos por encima del hombro. Nos instalamos en un café elegante, decorado con gusto y esmero. Nosotros pedimos descafeinados y el señorito, un vino de la carta, pagué yo, como era de esperar. Hoy día, todavía me duele la factura del vino de reserva. Charlamos coloquialmente, viendo nosotros como el mismo Júpiter, descendía del Olimpo, para hacernos preguntas. Al parecer, el mundo iba como iba, porque personas como nosotros, votamos a quien no debemos.Me hizo preguntas respuestas ¿cuanto tiempo piensas vivir?. Al final de desdeñarnos, vapulearnos y tomar el vino que le pagué. Entrando en asuntos políticos, el señorito me dijo, ¿Qué os parece si yo no les pago la pensión?. Llegados a este extremo, con cortesía, mi esposa y yo nos levantamos, saludamos cordialmente a Falo, dimos la vuelta y nos marchamos. Aquel día comprendí, quienes se creían los nuevos amos.

   Se había preparado un viaje con los coros de Centros dependientes de IMSERSO. Todos con nuestras maletas, llenas de ilusión, llegamos a nuestro destino. Fue un viaje acertado, saludable, con mucho compañerismo, todos formamos un grupo compacto, éramos de la misma localidad sabemos que fuera de nuestro ambiente, nos hermanamos más, algo natural en el ser humano. Todos no, miento, dentro del grupo iban dos clases sociales muy definidas, los jubilados por un lado y por el otro, el Señor director de uno de los coros y el encargado de la excursión. Sus eminencias vivían una discreta soledad, por su gusto claro. Los coros fueron invitados a cantar la Santa Misa en una colegiata. Les acompañamos todos, fueron la delicia de la feligresía, cantaron estupendamente. Al final del acto litúrgico, el superior de la congregación que regentaba la Basílica, con la amabilidad acostumbrada, por su esmerada formación cultural y religiosa, les dio las gracias, a todos los coros con su director, por su  gentileza y por su buen hacer. Haciéndoles entrega de una fotografía de la imagen de la Virgen del Santuario, en agradecimiento, esperando que ella los iluminase y bendijese en su vida, un cuadro esmeradamente hecho, enmarcado con gusto. Terminado el evento, salimos en autobús, dirección  al hotel. En el trayecto el encargado de la excursión se dirigió a nosotros por la megafonía del autocar, llamó nuestra atención, para decirnos, que el cuadro, donado


por la Orden del Santuario, por su tema religioso, no seria expuesto en su centro, disponiendo su sorteo entre todos los componentes de los coros, fue sorteado entre todos, no teniendo yo la suerte de ser agraciado.

       Lo que les cuento, amigos míos, es que aquel día me enteré, que el centro, era propiedad del Señor, que iba al frente de la excursión, me gustaría preguntarle cuanto pagó por su propiedad.

        Amigos, no debemos permitir, que cualquier personajillo, decida con nuestro dinero, de todos los españoles. Que por cierto, es también lo que vive, desprecie nuestra autoridad moral. Señor usted no tiene ningún Centro, el Centro es de todos, lo pagamos con nuestros impuestos. Si alguien dona algo a los Centros, usted no tiene ni voz ni voto, se exponga o no, nos pertenece a todos.

         Cuando estos Señores, comprendan que son solo un eslabón, y no la cadena conductora, empezaremos a comprender la palabra democracia.

                     J. Ordóñez. Salinas 2012