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martes, 15 de julio de 2014

CORRIDA DE GALLO



    Había terminado el invierno del año mil novecientos cincuenta y dos, tuvimos mucha nieve, agua viento, de todo menos sol, empezaba a dar atisbos de primavera, mucha agua, viento, de todo, pero los días más largos, cuando salía el sol, calentaba. Los carnavales habían tenido mucho éxito, los niños nos disfrazamos, algunos mayores también se decidieron, fuimos todos al baile del Argayon, unos a bailar y los niños como siempre,  a incordiar. Todos sentían muchas ganas de reír, comunicarse, disfrutar al máximo de los primeros rayos de sol de primavera. Los chicos nos juntamos para nuestras cosas, en primavera me encargaba de hacer un pequeño mapa para saber dónde estaban los cerezos, era muy importante su situación, lo hacía con la floración, destacaban en la lejanía  en el paisaje, el resto del lugar era castaños sin hoja, esto nos daba su situación para que en tiempo de fruto, supiésemos su situación, ya que todo el paisaje habría cambiado, al nacer la hoja del resto de arboleda, así haríamos la vendimia, sin la autorización de sus propietarios. Venia un acontecimiento competitivo importante. En primavera, los escolares regalábamos a nuestros maestros un gallo, se soltaba en el campo, todos los niños corríamos tras él hasta darle caza, así una y otra vez, hasta que el maestro, nos consolaba con unos caramelos y se llevaba el al pobre ave, fin y al pote. Este acontecimiento es conocido como “la corrida del gallo”, no obstante todo empezaba un mes antes, con dinero de nuestros padres y algo ahorrado por nosotros, seccionábamos el gallo, lo ajustábamos con su propietario, le dejábamos una señal, el día indicado nos personábamos, pagábamos el total llevándonos el ave en una cesta.
         En una casa, que solo le quedaba la parte de debajo de la fachada, el interior era un solar, en el tenia Ana, una vecina de unos cincuenta años, su corral de gallinas, la parte de debajo de la fachada, de lo que había sido la casa, se aprovechó la puerta, para la entrada, cerrándose con rejillas las dos ventanas, una a cada lado. Desde las ventanas se visualizaba bien el interior de corral, con su gallinero. Ese año, Ana tenía el mejor ejemplar de gallo, de toda la comarca, plumaje rojo y negro, con unos puntos blancos, una verdadera maravilla. Los chavales, ya habíamos visitado todos los corrales del pueblo, ese era el mejor ejemplar con diferencia, de todo lo visitado. Puestos al habla con la propietaria, llegamos a un acuerdo de compra, por un precio de setenta y cinco pesetas, le daríamos una señal, quince pesetas, el resto al hacernos cargo del ave. Nos faltaban doce pesetas que tendríamos que recuperar en veinticinco días, para así completar lo que para nosotros era una verdadera fortuna.Tendrimos  que llevar el asunto con el máximo secreto, de llegar a los oídos de las niñas, podrían intentar hacer cambiar a Ana de criterio, haciendo una oferta superior, Ana no era mucho de fiar, solía romper los acuerdos con frecuencia. Antonio Víctor, era un buen chaval, pero hablaba más de la cuenta, en una conversación con las chicas, les hablo de nuestro gallo, glosando su hermosura, ni corto ni perezoso, les dijo que era el gallo de Ana, ni que decir tiene, que fueron a visitar a Ana, consiguiendo deshacer nuestro trato, haciendo la oferta de diez pesetas más, realizando el pago total en ese mismo momento, quedando de guardárselo hasta el día de la festejo.
         Como todos los días, los chicos pasábamos por delante del gallinero camino de la escuela, ese día nos esperaba Ana, nos devolvió las quince pesetas,   nos dijo que se lo había vendido a las niñas, después de todo, nos espetó que se lo habían pagado mejor y todo al contado y además, las chicas no le asaltaban los frutos de su huerta, cosa que ella savia que nosotros si lo  hacíamos todos los años. Aquel día tuvimos consejo de guerra, nuestro honor había sido mancillado, un acuerdo es un acuerdo, nosotros nunca le hicimos promesa de no hurtarle la fruta, ella si tenía el acuerdo de la venta del gallo.
      Las circunstancias aconsejaban prudencia total, todo quedó planeado, cerca de allí, en una huerta de la misma Ana, existía un madero de unos tres metros de altura, grueso, entre todos lo trasladaríamos a la fachada del corral, clavaríamos unas tablas, haciendo unos peldaños en forma de escalera, yo me encargaría de los clavos, Carlitos cogería prestado el martillo a su padre, estaba oxidado de no dar golpe con él, no lo echaría de menos en unos días, Paquito era el mayor en edad y estatura, Él se encargaría de las tablas de cajones que su madre utilizaba para hacer fuego y poder calentarse en el invierno, su madre acumulaba una gran cantidad de ellas, ya que no tenía carbón, entre todos clavamos las tablas, para hacer de peldaños, formando algo parecido a una escalera. Entre todos con la linterna de Cándido, montaríamos  nuestra gran obra. Había que hacer mucho ruido, para disimular los golpes, que estábamos haciendo con el montaje de nuestra escalera, en veinte minutos la operación estaba hecha, solo hubo un altercado con un vecino, que nos chilló a los guajes desde el corredor, gracias a Dios no salió para ver lo que hacíamos.
     Dos nos encargamos de entrar en el corral, sobre el muro, en la parte interior, estaba el gallinero, nos posamos sobre el tejadillo del caseto, de allí saltamos al interior del corral, empezó una algarada de gallinas y gallo, nos apropiamos del buen ejemplar, desplumando su bella cola, dejándole como el gallo de Morón, sin pluma y cacareando, en ese momento se escuchó el vozarrón de Silvestre, soltando improperios, amenazándonos con bajar si no dejábamos de hacer ruido. Con mucha presura mi compañero y yo salimos del recinto, por el mismo sistema de la entrada. Misión cumplida, a esperar acontecimientos, hoy nos caerá a todos alguna molleja o castigo por llegar tarde a casa, merecía la pena, le dábamos una lección a las niñatas.
         Amaneció un día algo frio, pero claro, nuestro destino era con una cesta, cerrada por arriba con una tapa abatible,  con el  fin de evitar la fuga del ave, nos trasladamos a buscar nuestro gallo, todos silenciosos, los mayores nos sonreían, esperando saber quiénes tenían el mejor ejemplar, fuimos a casa de Xuaco, pagamos el resto debido, metimos el gallo en la cesta,  con una cuerda cerramos las tapas del cesto, para evitar su fuga, el gallo era muy protestón, ya con risas y juerga nos dirigimos al campo donde correríamos tras él. Nuestro Maestro, nos esperaba en el lugar, acompañado de la Señora Maestra, charlaban amigablemente, las niñas aún no habían llegado. Se hizo suelta de nuestro gallo, todos nosotros a correr tras él,  el maestro nos insistía que no lo corriéramos mucho, tenía miedo a una huida hacia el monte, quedando sin la presa para su manduca. Al fin aparecieron las niñas, cabreadas, enfadadas, enfurecidas, nos acusaban a nosotros de sabotaje. Su gallo desplumado parecía venir de la guerra, por supuesto, lo negamos todo, nadie nos creyó, quedamos sin caramelos, de mala forma, se terminó el bonito día del gallo. Con la lección aprendida, según la Señora Maestra. El Señor Maestro se hizo cargo del ave, le encargó a Mandolín, ponerlo en la cesta y llevárselo a su casa.
           Al fin solos, ese día sin clase, nos retiramos a la Peña, done solíamos tener nuestros concilios, comentarios, risas……dolor por no tener nuestros caramelos, naranja…… pero animo de vencedores, dada una lección.
       En el pueblo había noticia fresca…….risas…..bromas, a favor unos de los niños y otros de las niñas, coincidentes todos en afear la conducta de Ana, por no cumplir lo acordado.
        Amigos, cuando se da la palabra, hay que cumplir lo pactado, aunque no te sea beneficioso. Lección aprendida.
                               J. Ordóñez. Salinas 2.014

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