Había terminado el invierno del año mil
novecientos cincuenta y dos, tuvimos mucha nieve, agua viento, de todo menos
sol, empezaba a dar atisbos de primavera, mucha agua, viento, de todo, pero los
días más largos, cuando salía el sol, calentaba. Los carnavales habían tenido
mucho éxito, los niños nos disfrazamos, algunos mayores también se decidieron,
fuimos todos al baile del Argayon, unos a bailar y los niños como siempre, a incordiar. Todos sentían muchas ganas de
reír, comunicarse, disfrutar al máximo de los primeros rayos de sol de
primavera. Los chicos nos juntamos para nuestras cosas, en primavera me
encargaba de hacer un pequeño mapa para saber dónde estaban los cerezos, era
muy importante su situación, lo hacía con la floración, destacaban en la
lejanía en el paisaje, el resto del
lugar era castaños sin hoja, esto nos daba su situación para que en tiempo de
fruto, supiésemos su situación, ya que todo el paisaje habría cambiado, al
nacer la hoja del resto de arboleda, así haríamos la vendimia, sin la
autorización de sus propietarios. Venia un acontecimiento competitivo
importante. En primavera, los escolares regalábamos a nuestros maestros un
gallo, se soltaba en el campo, todos los niños corríamos tras él hasta darle
caza, así una y otra vez, hasta que el maestro, nos consolaba con unos
caramelos y se llevaba el al pobre ave, fin y al pote. Este acontecimiento es
conocido como “la corrida del gallo”, no obstante todo empezaba un mes antes,
con dinero de nuestros padres y algo ahorrado por nosotros, seccionábamos el
gallo, lo ajustábamos con su propietario, le dejábamos una señal, el día
indicado nos personábamos, pagábamos el total llevándonos el ave en una cesta.
En una casa, que solo le quedaba la
parte de debajo de la fachada, el interior era un solar, en el tenia Ana, una
vecina de unos cincuenta años, su corral de gallinas, la parte de debajo de la
fachada, de lo que había sido la casa, se aprovechó la puerta, para la entrada,
cerrándose con rejillas las dos ventanas, una a cada lado. Desde las ventanas
se visualizaba bien el interior de corral, con su gallinero. Ese año, Ana tenía
el mejor ejemplar de gallo, de toda la comarca, plumaje rojo y negro, con unos
puntos blancos, una verdadera maravilla. Los chavales, ya habíamos visitado todos
los corrales del pueblo, ese era el mejor ejemplar con diferencia, de todo lo
visitado. Puestos al habla con la propietaria, llegamos a un acuerdo de compra,
por un precio de setenta y cinco pesetas, le daríamos una señal, quince
pesetas, el resto al hacernos cargo del ave. Nos faltaban doce pesetas que
tendríamos que recuperar en veinticinco días, para así completar lo que para
nosotros era una verdadera fortuna.Tendrimos
que llevar el asunto con el máximo secreto, de llegar a los oídos de las
niñas, podrían intentar hacer cambiar a Ana de criterio, haciendo una oferta
superior, Ana no era mucho de fiar, solía romper los acuerdos con frecuencia.
Antonio Víctor, era un buen chaval, pero hablaba más de la cuenta, en una
conversación con las chicas, les hablo de nuestro gallo, glosando su hermosura,
ni corto ni perezoso, les dijo que era el gallo de Ana, ni que decir tiene, que
fueron a visitar a Ana, consiguiendo deshacer nuestro trato, haciendo la oferta
de diez pesetas más, realizando el pago total en ese mismo momento, quedando de
guardárselo hasta el día de la festejo.
Como todos los días, los chicos
pasábamos por delante del gallinero camino de la escuela, ese día nos esperaba
Ana, nos devolvió las quince pesetas,
nos dijo que se lo había vendido a las niñas, después de todo, nos
espetó que se lo habían pagado mejor y todo al contado y además, las chicas no
le asaltaban los frutos de su huerta, cosa que ella savia que nosotros si
lo hacíamos todos los años. Aquel día
tuvimos consejo de guerra, nuestro honor había sido mancillado, un acuerdo es
un acuerdo, nosotros nunca le hicimos promesa de no hurtarle la fruta, ella si
tenía el acuerdo de la venta del gallo.
Las circunstancias aconsejaban prudencia
total, todo quedó planeado, cerca de allí, en una huerta de la misma Ana,
existía un madero de unos tres metros de altura, grueso, entre todos lo
trasladaríamos a la fachada del corral, clavaríamos unas tablas, haciendo unos
peldaños en forma de escalera, yo me encargaría de los clavos, Carlitos cogería
prestado el martillo a su padre, estaba oxidado de no dar golpe con él, no lo
echaría de menos en unos días, Paquito era el mayor en edad y estatura, Él se encargaría
de las tablas de cajones que su madre utilizaba para hacer fuego y poder calentarse
en el invierno, su madre acumulaba una gran cantidad de ellas, ya que no tenía
carbón, entre todos clavamos las tablas, para hacer de peldaños, formando algo
parecido a una escalera. Entre todos con la linterna de Cándido,
montaríamos nuestra gran obra. Había que
hacer mucho ruido, para disimular los golpes, que estábamos haciendo con el
montaje de nuestra escalera, en veinte minutos la operación estaba hecha, solo
hubo un altercado con un vecino, que nos chilló a los guajes desde el corredor,
gracias a Dios no salió para ver lo que hacíamos.
Dos nos encargamos de entrar en el corral,
sobre el muro, en la parte interior, estaba el gallinero, nos posamos sobre el
tejadillo del caseto, de allí saltamos al interior del corral, empezó una
algarada de gallinas y gallo, nos apropiamos del buen ejemplar, desplumando su
bella cola, dejándole como el gallo de Morón, sin pluma y cacareando, en ese
momento se escuchó el vozarrón de Silvestre, soltando improperios,
amenazándonos con bajar si no dejábamos de hacer ruido. Con mucha presura mi
compañero y yo salimos del recinto, por el mismo sistema de la entrada. Misión
cumplida, a esperar acontecimientos, hoy nos caerá a todos alguna molleja o
castigo por llegar tarde a casa, merecía la pena, le dábamos una lección a las
niñatas.
Amaneció un día algo frio, pero claro,
nuestro destino era con una cesta, cerrada por arriba con una tapa
abatible, con el fin de evitar la fuga del ave, nos
trasladamos a buscar nuestro gallo, todos silenciosos, los mayores nos
sonreían, esperando saber quiénes tenían el mejor ejemplar, fuimos a casa de
Xuaco, pagamos el resto debido, metimos el gallo en la cesta, con una cuerda cerramos las tapas del cesto,
para evitar su fuga, el gallo era muy protestón, ya con risas y juerga nos
dirigimos al campo donde correríamos tras él. Nuestro Maestro, nos esperaba en
el lugar, acompañado de la Señora Maestra, charlaban amigablemente, las niñas
aún no habían llegado. Se hizo suelta de nuestro gallo, todos nosotros a correr
tras él, el maestro nos insistía que no
lo corriéramos mucho, tenía miedo a una huida hacia el monte, quedando sin la
presa para su manduca. Al fin aparecieron las niñas, cabreadas, enfadadas,
enfurecidas, nos acusaban a nosotros de sabotaje. Su gallo desplumado parecía
venir de la guerra, por supuesto, lo negamos todo, nadie nos creyó, quedamos
sin caramelos, de mala forma, se terminó el bonito día del gallo. Con la
lección aprendida, según la Señora Maestra. El Señor Maestro se hizo cargo del
ave, le encargó a Mandolín, ponerlo en la cesta y llevárselo a su casa.
Al fin solos, ese día sin clase, nos
retiramos a la Peña, done solíamos tener nuestros concilios, comentarios,
risas……dolor por no tener nuestros caramelos, naranja…… pero animo de
vencedores, dada una lección.
En el pueblo
había noticia fresca…….risas…..bromas, a favor unos de los niños y otros de las
niñas, coincidentes todos en afear la conducta de Ana, por no cumplir lo
acordado.
Amigos, cuando se da la palabra, hay
que cumplir lo pactado, aunque no te sea beneficioso. Lección aprendida.
J. Ordóñez.
Salinas 2.014
Chuso,como me prestó leer esto
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