Buscar este blog

sábado, 31 de agosto de 2019

LA MORENA



Recuerdo la entrada de año, estábamos en el mil novecientos cuarenta y nueve, tenía mis ocho años recién cumplidos, ese día después de la escuela tenía que llevar a nuestra vaca, llamada lo Morena a pastar por las orillas de la carretera. Es difícil explicar hoy en día que un animal pudiese pastar por las cunetas de la carretera, el paso de algún vehículo era circunstancial, al día pasaban dos o tres como máximo, en la tardes del mes de mayo si aparecía uno era noticia, aquel día era sábado, solo algún parroquiano en bicicleta. La Morena era un animal malicioso, esperaba que tuviese el mínimo descuido para lanzarse a la carrera, haciéndome sudar lo mío para alcanzarla y obligarla a su redil, ella mantenía sus principios, esos eran acercarse a la huerta de nabos de Paulino y de un mordisco llevarle uno de ellos.
   La vida en ese año de un niño, tenía pocos alicientes, escuela, trabajos y recados para la casa ese era el cometido. Todos los niños esperábamos el viernes, día en  que había mercado en Cabañaquinta, en esos años el ganado comprado por tratantes, era bajado por la carretera en peadas, varios chavales con guiadas de avellano las controlaban. Los niños esperábamos en sitios estratégicos para animar, chillar e insultar a los vaqueros cuando se excedían en maltrato a algún animal. También era un espectáculo cuando aparecían los moros, vestidos con ese ropaje singular de color caqui, nos producían miedo, siempre llevaban ovejas que habían comprado en el mercado, sinceramente no nos gustaban, había leyendas donde les dejaban en muy mal lugar.    

Un viernes más del calendario, los moros bajaban con un pequeño rebaño de ovejas y cabras, solían llevar más que animales adultos, cabritos y corderos jóvenes. Al llegar a la curva de Valdegatin, se entraba en una recta más larga, en uno de los trayectos de esa recta un cabrito joven se dio a la fuga, sus propietarios dedicaron horas en su busca, el animal subía a una velocidad imposible de alcanzar, los moros interrogaban a todos los lugareños que en ese momento se movían por allí, todos con miedo a una represalia, les contestaban negativamente, mi hermano Juan fue uno de los que tuvieron que responder a las preguntas amenazantes de moracos, nombre despectivo que se usaba para hablar de ellos. Dos días más tarde en casa comíamos una buena carne, buena y abundante. Solo más tarde supimos que mi hermano había cogido al animal guardándole en un establo de nuestra propiedad, con la consecuencia bronca de mis padres por habernos puesto en riesgo a toda la familia. Buen hartazgo en época de comida escasa.
   La Morena, era la única vaca que quedaba cerca de casa en verano, todo el demás ganado partía en primavera hacia los pastos de alta montaña, en esa zona mi familia tenía unas propiedades con su consabido establo. Tiempo que nuestra vaca suministradora de leche, quedaba a sus anchas y era mimada por todos, había un problema con ella, con su cornamenta era capaz de abrir portillas de fincas de los vecinos, una argolla se usaba para cerrar, de la portilla al poste del cierre de la finca, ella metía su cuerno tiraba hacia arriba y entrada en primera fila, nuestra Morena era conocida por el vecindario el cual siendo perjudicado por la rapiña de la vaca, les hacía sonreír la astucia del animal. Nunca esperaba a la puerta del establo, metía su cuerno en la aldabilla y puerta abierta, era un animal muy especial.
   Había llegado el año mil novecientos cincuenta, yo era una año mayor. En la familia había mucha tristeza, mi padre que tenía la enfermedad de la minería la silicosis, cada vez respiraba con más dificultad, pasaba la mayor parte del día en su habitación, subía a darle los buenos días y un beso por las mañanas, él me sonreía con complacencia pero yo notaba un halo de tristeza en su rostro cada día más deteriorado.
  Era un invierno muy frio, los niños de la escuela teníamos un invento para calentarnos en la calle, un bote de conservas vacío, le agujereábamos la parte de abajo con un clavo, en los dos laterales de la parte  abierta le hacíamos un agujero en cada lado y de el prendíamos un cable de alambre que entrando por un orificio salía por el otro formando un triángulo atado al mismo cable a una cuarta aproximadamente, de ahí salía el cable de un metro o algo más, al límite de la alambre se ponía un palo que hacía de agarradera. En el interior del bote se metía algo de fácil quemar, algo de ramas secas de madera, se daba vueltas al artilugio para caldear la lumbre, cuando estaba bien caldeada la leña se le metía encima carbón, este sistema bien manejado, dándole vueltas cuando se intentaba apagar, nos hacía llevar nuestra calefacción privada. En cualquier parte se veía a varios niños alrededor del fuego, calentándose las manos. Calefacción portátil.
   Mi madre y mi hermano mayor habían ido a Mieres a la feria de ganado, no estábamos los pequeños informados de a qué fin iban a la feria, nunca ocurría eso, al atardecer comprendimos el motiva, mi hermano apareció con una hermosa novilla de color negro, nunca nos preguntábamos porque compraban y vendían animales, se hacían transacciones a menudo, los animales se compran y se venden, eso es lo normal, lo único que nos llamó la atención era el color y la altura del animal. Más tarde comprenderíamos el motivo de esta decisión.
Un día importante de ese año, fue la visita pastoral del señor obispo, nuestras madres nos vistieron con el mejor ropaje que teníamos, con mi pantalón de los domingos, camisa, jersey y corbata, era el mes de mayo, hacía calor, los guajes nos mirábamos unos a otros con risas, ese atuendo era muy especial… caray la corbata. Sobre las once de la mañana fuimos a los Cargaderos, el barrio que separa las dos parroquias. Preparados en procesión, con unas banderitas españolas y otras con un color amarillo, hoy sé que era la bandera del Vaticano, los niños teníamos orden de portarlas y agitarlas a la llegada de tan ilustre huésped. Fue todo muy colorista, llegada de un coche negro de él descendió un señor con gorra que abrió la portezuela del auto, por donde descendió el señor obispo, nuestro párroco se arrodilló y le besó el anillo. Todos en procesión nos dirigimos al templo parroquial, donde existía un pequeño trono de color rojo. Para los niños todo era novedoso y algo irreal.
   Por Pascua existía una tradición, hoy pérdida. Nuestras madres nos preparaban una empanada de la zona, hecha de chorizo, jamón y huevos cocidos, era riquísima. A la hora de la merienda los  niños y niñas nos juntábamos y todos en comadreo nos dirigíamos a un prado del contorno y a merendar empanada y tomar un refresco que se llamaba Orange. Todos muy felices pasábamos una tarde inolvidable, jugando y haciendo alguna picia.
  Nosotros vivíamos en una casa apartada del pueblo, toda de piedra. La vivienda en la parte de abajo, estaba compuesta por un portal de entrada, lugar donde los malos días se ubicaban los madreñas, artilugio de poner en los pies encima de las zapatillas, ellas nos mantenían los pies caliente y apartados de la humedad, en los laterales izquierdo había una habitación con una pequeña salita y a la derecha la cocona y despensa, al frente las escaleras que comunicaban con el primer piso, en el descanso de las escaleras se abría una puerta  que llevaba al servicio. En el piso, sala grande con acceso a tres habitaciones. El desván tenía una escalera que salía de la sala, en ese lugar presidia el recinto un enorme retrato de carboncillo, pintado en la Habana a mi abuelo Dionisio Ricardo con una fecha en el 1891.
   Era por la mañana, había decidido subir a la habitación a saludar a mi padre, cuando ascendía por la escalera, escuché a mis padres una conversación, mi padre le decía a mi madre que había que vender la Morena, no seguí el ascenso, baje con pesar la escalera y marché a un lugar donde tenía mi punto de meditación, comprendí perfectamente la compra de la nueva vaca de leche la Morica, era la que sustituiría a nuestra querida Morena, no comprendía coma estábamos tan ciegos de no darnos cuenta de esa lógica, en casa había más de treinta vacas con sus terneros, todos estos animales eran vendidos durante todo el tiempo sin que nosotros nos preocupásemos lo más mínimo, como cogimos tanto aprecio a ese animal, siendo conscientes de que eso era lo normal, nos habíamos engañado a nosotros mismos.
  Comunique la noticia  a el hermano dos años mayor que yo y a mi hermana dos años menor que yo, Francisco que así se llama mi hermano, como a mí no le gusto la noticia pero sabía que era algo normal, mi hermana empezó a sollozar, no éramos  capaces de consolarla, a la hora de la comida mi hermana seguía gimoteando, mi madre se enteró del motivo, lamentaba hacerlo pero  nuestra subsistencia era más importante que la Morena.
   Era la tercera vez que el Viernes mi hermano mayor y mi madre salían con la Morena hacia el mercado, teníamos suerte en los tres días nadie se interesó por el animal, nosotros muy felices, la Morena estaba en casa pero aquel fatídico Viernes regresó mi madre y mi hermano, la Morena no volvía con ellos. Sobre las seis de la tarde bajaban las peadas de los animales como siempre, los tres niños ocupamos un muro que estaba al lado del establo, allí estábamos resguardados de los animales y podríamos ver por última vez a  nuestra querida vaca, tomando toda la carretera apareció la manada, eran muchos los vaqueros, les apaleaban sin consideración, a la altura del establo, la Morena se salió derecha a la puerta del establo, uno de los vaqueros le daba latigazos para obligarla a volver al redil el pobre animal se resistía, mi hermana lloraba a voz en grito, mi hermano y yo medio llorando le lanzábamos improperios al muchacho, el cual nos miraba como incrédulo. Todo pasó pronto, marchamos a nuestro lugar de meditación y allí pasamos hasta la cena, no pronunciamos una palabra en todo ese tiempo, mi hermana gimoteaba y nosotros guardábamos un silencio absoluto.
   Todo volvió a la normalidad pero ya nunca las cosas fueron iguales. En la escuela apareció el párroco, en aquellos tiempos el hacia la inspección de la formación, nada inspeccionaba de haberlo hecho sabría que los niños con aquel maestro no teníamos apenas formación, ni siquiera las cuatro reglas. El párroco preguntó a los niños que querían ser de mayores, respuestas de mineros, albañiles…cuando me llego mi turno, le respondí que yo quería ser obispo…carcajada de todos, el reverendo me miró sorprendido, supongo que pensó en la visita del señor obispo.
   Un día se presentó en la escuela el padre Luciano, misionero del Sagrado Corazón de Jesús, nos hizo preguntas a todos los alumnos, era un hombre afable, no hacía ningún comentario, solo anotaba en su cuaderno alguna cosa. Se marchó como había aparecido, discreto y diciéndonos un hasta luego. Días más tarde lo encontré hablando con mi madre, se había tomado la decisión, iría al colegio que la orden tenía en Valladolid.
  Todo cambio en mi vida, pase de ser un niño del pueblo a trasladarme lejos de los míos y a una vida totalmente diferente. Fin de una etapa muy feliz.

J. Ordóñez- Salinas 2019.