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martes, 22 de marzo de 2022

El niño delas madreñas rojas

EL NIÑO DE LAS MADREÑAS ROJAS


  En una vega, situada a una altura importante de la ladera de la montaña que culmina el valle, existen dos quintanas, estas eran una sola pero fueron divididas al fallecimiento de sus padres, Jesús y su hermana Amelia, eran ahora propietarios de la rica vega, existían anteriormente dos casas, una nueva y la otra hacía de almacén, al ser dividida la propiedad se rehabilitó la vieja vivienda, quedando dos preciosas quintanas. Dos modernas naves fueron instaladas en cada propiedad, el hórreo que ahora no tenía casi ninguna utilidad, era compartido por ambas familias. Lo más llamativo es que los hermanos se casaron con otros  hermanos, Jesús con Herminia y Amelia con Ricardo, estos eran de la casa del escribano

  Todos en la familia coincidían, cuando la niña iba creciendo que era igual que la abuela Regina, sus mismos ojos y forma de mirar, su estatura pequeña y su cuerpo perfecto, sobre todo sus ojos negros rasgados y sus labios rojos aún sin pintar, su tez morena, con una piel suave, formaban un conjunto armonioso en su cara ovalada. Hera hermosa, muy hermosa. Se decidió darle el nombre de Regina en recuerdo de la abuela, que era en la familia casi una leyenda, todos sabían que tenía muchos recursos sanitarios, con sus hierbas y mejunjes se habían curado muchas personas.

  El nacimiento de la pequeña hizo reconciliarse a las dos familias de las quintanas, alejados por motivos de separación de fincas, hay que decir si bien los hombres no se dirigían  la palabra, las dos mujeres se mantuvieron al margen y no haciendo mucho caso de sus maridos, siempre mantuvieron su amistad. Con la niña, Amelia se volcó totalmente, siempre a disposición de Herminia para todos los menesteres de cuidados de la pequeña, las dos mujeres se turnaban para hacer lo debido y cuidar y mimar a  Regina.

  Ricardo y Herminia, venían de una familia de gente lustrada, su padre había sido el secretario de ayuntamiento, Don Silvino, que así era como se le conocía, vino con destino a la zona, siendo oriundo de Feria, una población de Extremadura, llegó soltero y fue así como se enamoró de Manuela, maestra que estaba dando escuela en el pueblo, tenían tres hijos, Ricardo el mayor, Mercedes y Herminia. Sus hijos tomaron caminos deferentes, Mercedes se fue a estudiar a Oviedo y terminó casándose con un profesor de la universidad, ejerciendo más tarde ella misma la misma la docencia en un colegio privado de la población. Ricardo y Herminia se enamoraron de dos hermanos de una quintana, Jesús y Amelia.

  Jesús y Herminia tenían dos hijos, Serafín y Alejandro de 16 y 13 años, fue cuando apareció en sus vidas la niña cuando no esperaba nadie su llegada, Regina  fue un susto y una alegría para toda la familia. Amelia y Ricardo no tenían descendencia y para ellos sus sobrinos eran como sus propios hijos, Amelia estaba tanto o más ilusionada con su sobrina que la propia Herminia, una niña, en las quintanas era un juguete, dos mujeres adultas y cuatro varones, dos adultos y dos adolescentes, todos volcaron sus caricias en  Regina.

  Fue transcurriendo la vida de una niña, aunque muy arropada, siempre destacó su carácter fuerte y decidido. Los domingos y festivos, las dos familias con sus mejores galas, bajaban al pueblo a oír misa y luego pasar el resto del día en casa de sus suegros. Don Silvino y Manuela, hacían de este día algo especial, era una oportunidad de tener a sus hijos y nietos en su casa, aunque ellos visitaban muy a menudo las quintanas, donde en verano pasaban largas temporadas. Regina era la atención de todos, en el hogar de sus abuelos había un sitio muy importante para la niña, todos a mimarla.

  A los diez años, ante la insistencia de tía Mercedes, Regina se trasladó a Oviedo a casa de sus parientes, para cursar estudios. Solo en vacaciones volvía a la quintana con sus padres y sus y familia. El acuerdo se había tomado, la niña no podía ir y venir al colegio todos los días, los chicos sí la habían hecho, pero para ellos era más normal. La tía Mercedes que no tenía hijos, estaba encantada, ella en Oviedo se defendía muy bien, unas veces la llevaba ella y otras su marido, al colegio  estaba cerca de su domicilio.

La niña se había convertido en una damisela, era realmente hermosa, todo era armonía en su figura, en boca de los muchachos de su edad, solo le hacía falta  más altura, era bajita en comparación con muchas de las muchachas de su edad, pero era más alta que muchas de ellas y sobre todo era esbelta, elegante y muy diferente en maneras y formas de moverse, Solo la veían en la misa dominical y ese día por la tarde, luego la familia se retiraba a la quintana.

Los mayores propietarias de tierras y ganado del pueblo era Manuel, casado con Rita, solo tenían un hijo llamado Jaime, Chico de buena presencia, rubio con sus ojos azules que encandilaban a todas las mozas del pueblo y la comarca. Era el gallito, siempre rodeado de una corte de amigos, picaba en todas partes, comprometerse con ninguna.

 Eran las fiestas del pueblo, aquel ocho de Septiembre, el prado de la romería estaba lleno de parroquianos y gente de los contornos. Jaime hacía tiempo que contemplaba a Regina, siempre desde lejos, la miraba de una forma que a él mismo le alarmaba, sentía una ansiedad de comunicarse con ella y al mismo tiempo un miedo al rechazo, nunca se había sentido tan atraído tan obsesionado por una chica, sabía que era el momento, de no hacerlo ella volvería a marchar a la capital y le sería imposible un encuentro. Los nervios le atenazaban pero aun así se dirigió hacia el grupo donde se encontraba la muchacha, se plantó delante de ella, se quedó mirándola y no pronuncio palabra, Regina le miró complacida y extendió la mano, haciéndole la señal de salir a bailar. Jaime no era capaz de comprender su torpeza, él estaba acostumbrado al trato con chicas, porque era tan diferente.

  La pareja se deslizó torpemente por la pradera al son de la música, Jaime no comprendía su nerviosismo y su manera de bailar, no pronunciaba palabra, solo atenazaba con su mano la de Regina, sentía un sudor incomprensible, él tan desenvuelto estaba rígido. Regina rompió el silencio, con una sonrisa logró normalizar la situación, el chico la miraba ensimismado, se iba relajando y empezó a hablar de cosas triviales, al terminar la música y Regina intentar volver a su lugar, Jaime le rogó que por favor se quedase con él, la chica volvió a sonreírle complaciente aceptando la invitación.

  Manuel seguía con la mirada a su hijo y Regina, supo en ese momento quien sería su nuera, él había sentido lo mismo y no con su esposa, sino con Amelia, lo de él y Amelia no llegó a buen fin, Ricardo se metió por el medio y ganó la partida, su familia siempre deseo deshacer aquel noviazgo, él nunca lo haría con su hijo, le encantaba Regina, la veía en misa y alguna vez por el pueblo y siempre le había parecido una hermosura y una excelente chica.

  Manuel tenía una finca cerca de la quintana de Jesús, siempre que se acercaba por algún motivo, rozar y limpiar en primavera, abonar en otoño o finales de verano, se encontraba con Jesús y pasaban un rato juntos, siempre habían mantenido buenas relaciones, este año Manuel le comentó lo de los chicos, le parecía que se gustaban, él no tenía reparo alguno en esa relación, su amigo tampoco puso ningún inconveniente, solo dejó claro que quería que su hija terminase magisterio, estaba en el último curso. Dejarían que transcurriese el tiempo y que los muchachos decidiesen sin interferencias.

  Regina y Jaime, contraían matrimonio dos años después del noviazgo. Los padres de los dos chicos, se sentaron juntos en el invite, así lo quisieron ellos. Pasaron sonriendo y recordando tiempos pasados. Era una delicia ver a los novios, tan elegantes y felices. Regina estaba muy bella, su blanco vestido largo y el preciso velo de seda, la convertían en una princesa de cuento. Jaime  con  su traje azul, daba la impresión de estar preso en él, estaba muy elegante pero se le notaba incomodo, mientras que la novia parecía haber vestido siempre con esa prestancia.

  Diez meses más tarde, nacía del matrimonio un precioso niño, todo el mundo opinaba que era igual que su madre, ojos negros, menudo, avispado, al poco tiempo de su nacimiento daba la impresión de que todo lo entendía. La locura de sus padres, abuelos y tíos era algo inusitado, su tía abuela Mercedes competía con sus abuelas, ya que Regina, criada con ella siempre le prestaba la máxima atención.

  Problema existente fue con el nombre del recién nacido, sus padres transigieron y dejaron a los abuelos poner el nombre, los dos abuelos deseaban que su nieto llevase su nombre, el problema fue quien iba el primero, sabia decisión, una moneda lanzada al aire, el niño se llamaría Manuel Jesús. Jaime y Regina viendo tan contentos a sus padres, aunque no estaban muy conformes con el nombre decidieron aceptar.

  La vida del pueblo y sus habitantes, seguía su transcurso. Regina se ocupaba de cuidar al retoño, viviendo con los padres de Jaime, aunque con una gran autonomía, se había restaurado la antigua vivienda existente en el corral y pegada a la quintana mandada construir por Manuel y Rita, dos viviendas equipadas, padres e hijos pasaban de una ala otra como si fuese una sola viviendo. Regina se acostumbró a encontrar a sus suegros, yendo y viniendo de una casa a la otra como si fuese solo una.

  Regina tomó la decisión de trabajar, se presentó a las oposiciones, aprobó y le fue asignada una escuela, teniendo en cuenta que era madre de un niño, se le concedió la escuela de un pueblo vecino. El niño siempre acompañado y arropado por toda la familia, le llegó el momento de su escolarización, lo hizo en la escuela del pueblo, allí estaban todos sus amigos de la infancia.

  Regina, se valía del tren para trasladarse a su lugar de trabajo, no quedaba muy lejos, andando le llevaba demasiado tiempo. Madrugaba, hacia todo lo posible para dejar su domicilio lo más perfecto posible, Rita se encargaba de la comida de su marido y su hijo, estaban bien atendidos. Jaime apoyó a su esposa desde el principio, la necesitaba a su lado, pero comprendía que tuviese que realizarse como persona, arrimó el hombro en todo lo que estaba de su parte.

  Era un día fresco de invierno, hacia sol pero el frio se hacía sentir. Regina salió durante el recreo de los niños, el maestro se encargó de vigilar a niños y niñas. Era día de mercado en la localidad, ella iba al puesto de Lurdes la pescadera, esta señora le tenía preparado el pedido, le gustaba poner pescado en las comidas los fines de semana, hasta su suegro Manuel había aprendido a apreciar el pescado, ella lo hacía al horno, con unas patatas asadas, le gustaba ver como degustaban ese manjar que ella elaboraba. Aquel día al pasar por el puesto del madreñero, se fijó en unas madreñas hechas de madera rojiza, eran muy bonitas, decidió comprar unas para su hijo, el chiquillo tenía otras pero esas le agradaban mucho.

  A Manuel Jesús, se le conocía por Chusin, un diminutivo de Chuso, apelativo más cariñoso y acorde con su personalidad. Aquella mañana su abuela Rita, como de costumbre le había arreglado con su ropa de invierno, el niño iba bien abrigado, al salir al portal su abuela le presentó las madreñas de color rojizo, apremiándole a estrenarlas, el niño aceptó de mala gana, tenía el presentimiento de ser mofa de sus compañeros, como en realidad pasó, son de nena, así durante un rato, hasta que otra cosa les llamó la atención, olvidándose de las madreñas.

  Adelina, había llegado al pueblo después de la guerra, era una mujer totalmente diferente a la que años antes había marchado a Barcelona, una mañana desapareció del pueblo y más tarde se supo por su hermano, su único familiar que había marchado a trabajar a la ciudad catalana. Solo volvió en dos ocasiones, estando un mes de vacaciones, acompañando a su hermano el cual estaba delicado de salud. En el pueblo se supo que le iba muy bien, había aprendido el oficio de zurcidora, lo había demostrado restaurando un pantalón quemado por un cigarrillo de un vecino, no se sabía dónde estaba el deterioro de paño, estaba como nuevo. A sí se ganó el reconocimiento de todo el vecindario. En la otra ocasión estuvo una temporada atendiendo a su hermano, el cual falleció de tuberculosis, el chico adoraba a su hermana. Ella se encargaba de mandarle dinero mensualmente para su sustento, durante años en los cuales Ramón que así se llamaba él, sobrevivía con la ayuda recibida de ella y pequeños trabajos que efectuaba en casa de Manuel.

  Adelina, reabrió su casa de nuevo, la chica elegante y alegre, se había convertido en una señora mayor, el pelo casi blanco, se había vuelto poco comunicativa, su vestimenta era la misma de su último viaje, pero como ella se notaba usada, aunque siempre muy limpia y planchada, la buena mujer se decidió a vender avellanas  tostadas, con su pequeña cesta de mimbre, salía todos los días por los pueblos ofreciendo su mercancía. Malvivía con esos recursos y algunos ahorros traídos de su trabajo.

  En el pueblo existían dos comercios, uno más dedicado a la comida y otro que vendía todo lo necesario para la parroquia y lugares cercanos al pueblo, este establecimiento lo regentaba Antonio, un señor de unos cuarenta años y un corazón inmenso, consciente de la precariedad de Adelina, la llamó un día a su establecimiento y le comunicó que a él le sobraba carbón que le ofrecían los clientes a cambio de algo de mercancía y que deseaba mandárselo a ella, sin ningún coste, la mujer no sabía que contestarle, unas lágrimas aparecieron en sus ojos, el hombre la cogió por los hombros y le depositó un beso en su frente. Nunca más se habló de ello, a primeros de mes Paco le metía en su carbonera el combustible, se despedía con una sonrisa, ahí tiene lo que compró en la tienda.

  Otro domicilio que siempre que aparecía por él, era muy bien recibida es en casa de Jaime y Regina, si la veían la obligaban a pasar el día con ellos, haciéndole llegar a su domicilio todo tipo de artículos de la huerta, siempre con una discreción. Manuel y Rita, en la sombra de sus hijos colaboraban continuamente, no en vano Ramón había trabajado años para la familia, se le mandaba de todo, incluido un litro de leche diario. En una de las visitas Jaime comentaba con su mujer, que su traje de casarse se había quemado con una colilla, Adelina mandó traérselo, lo miró y dijo, eso no es nada, mañana os lo traigo nuevo, al día siguiente allí estaba el pantalón, no se sabía dónde estaba quemado.

  El invierno fue muy duro, nevó mucho y en el deshielo la gran riada se llevó el puente que une a dos partes del pueblo. Los operarios del ayuntamiento, ayudados por vecinos, colocaron unos varales de una parte a otra en los dos tramos por donde descendía ahora el rio, se clavaron tablas uniendo las dos partes de los troncos y así, se pudo pasar con cautela de una a otra parte.

 Los niños, aunque sus padres les amonestaban cada vez que sabían que se acercaban al rio, era para ellos un talismán. El domingo por la tarde, a mayoría de los chavales se acercaron a la orilla del puente, allí depositaron sus madreñas y pateaban por la arenisca con piedras que había quedado al descubierto por la riada, esa zona estaba limpia y seca, allí jugaban con la arena y haciendo salidas por pequeños canales de alguno de los charcos que habían quedado aislados. Risas y buen humor, una de las gracias de uno de los chicos, el mayor en estatura y líder de la mayoría fue tirar una de las madreñas de Chusin al rio. Todos se sorprendieron, alguno río la gracia, pero la mayoría dio a entender que eso no era nada gracioso, el niño cogió la otra madreña con su mano y se alejó, sentándose en un muro cercano.

  Adelina estaba mirando el bullicio y la alegría de los niños, le encantaba observarlos de lejos, nunca lo hacía cerca, siempre Xuaco, que era uno de los chavales la solía llamar loca y pretendía, consiguiéndolo que algunos niños le imitasen. No se sorprendió al ver a este chico lanzar al agua la madreña de Chusin. Siguió con la vista la marcha del pequeño, vio donde se sentaba y silenciosamente se acercó a él, el niño levanto sus ojos negros llenos de tristeza y la saludó. La buena mujer le acarició la cabeza y depositó un beso en su frente, seguidamente le llenó los bolsillos de avellanas, el chico solo contestó con un gracias Adelina.

  Era un día frio y soleado del mes Diciembre, Rufino siempre se había dedicado a ganado, labranza y en los inviernos se dedicaba a hacer madreñas, esa mañana se dirigía hacia una caseta cercana a su hogar que le hacía de taller, el edificio era bastante grande, dentro estaba el almacén y lugar donde fabricar su artículo, al acercarse al lugar, se sorprendió ver sentada en una piedra grande que había al lado de la caseta a Adelina, la conocía de verla en la fiesta de todos los pueblos vendiendo avellanas y a demás conocía su historia de buena mano, Antonio el del comercio de uno de los pueblos del concejo era su cliente y muy buen amigo, este le había hablado de Adelina con un respeto y una consideración muy especial. Se fijó en la buena mujer, su pelo estaba trenzado y luego con unas horquillas se recogía en un moño, el cual se adornaba con un tipo de flor de nácar, su abrigo  y bufanda de tiempo pero con una limpieza impecable, llevaba medias y un zapato con un pequeño tacón, la mujer tenía un gorro de lana ancho en la mano, Rufino se dio cuenta de que se lo había quitado con el fin de tomar mejor el sol.

  Al acercarse Rufino, Adelina se puso en pie y le dio los buenos días, él le respondió con una sonrisa, muy educadamente la mujer le contó el motivo de su visita, le quería encargar unas madreñas, como las que le había comprado la señora maestra en el mercado de la capital. Rufino se sorprendió de  este encargo, se recordaba perfectamente de las madreñas, solo había hecho unas con la madera que le llamó la atención por su color rojizo. Se interesó por el encargo, la señora le hizo partícipe del motivo por el cual le visitaba, él intuitivamente le alargó la mano, ella se la estrecho, tenía unas manos delicadas y calientes para el tiempo que hacía. Miró a ver si le quedaba madera para poder realizar el encargo, un trozo suficiente para ello.

  En la puerta del taller apareció Marisa, esposa de Rufino, Traía comida y vino para que su marido hiciese la media mañana, reconoció al momento a la señora, sí no había duda, era la que vendía avellanas por las fiestas de los pueblos, siempre le había parecido una mujer dulce, elegante en sus formas y muy educada. Su marido le comentó el motivo de la visita, Marisa impetuosa la invitó a comer con ellos, sin consultarle a él le ofreció que su marido tenía que llevar unos pedidos a un comercio del lugar de ella, así la acercaría a la tarde. Educadamente Adelina rechazó el ofrecimiento, ella volvería por su cuenta, andando como había venido, Rufino insistió que aceptase la propuesta de su esposa, él tenía  que hacer el viaje y así les acompañaría en la comida y la vuelta a su domicilio, le dijo, condición imprescindible para hacerse cargo de fabricarle el pedido.

Antonio ultimaba los preparativos para el día de Reyes. Todo tenía que Salir bien, era un equipo de doce personas, todos muy dispuestos para hacer la gala y presentarla en la escuela, todos los años se hacía, este sería muy especial, Rufino y Marisa, sus amigos se unirían a la fiesta, estaban muy interesados, querían entregar a Chusin las madreñas, de parte del príncipe Eliazar

  El día esperado por los niños y los no tan niños llegó, cinco de Enero a las seis de la tarde, llegaba una comitiva a la escuela acompañando al príncipe, todos eran de la comisión encargada del evento. El príncipe vestido según los cánones, el salón abarrotado, la tarima donde el maestro se ponía para ver mejor a los alumnos, hacía de escenario, un sillón traído de la iglesia, era el asiento especial, donde tomó asiento el príncipe, el resto se sentaba en una hilera de bancos, todos los años se disponía de ellos para esos eventos y juntas vecinales. Regina fue invitada con su hijo y su marido a ocupar la primera fila. Antonio se dirigió a Adelina  y cogiéndola de la mano la obligó  a sentarse al lado de Regina, nadie comprendía nada, la buena mujer no comprendía el motivo de tal hecho, no quiso hacer un feo negándose, aceptó sumisa. Regina suponía que era por su condición de maestra, allí estaba la señora maestra del pueblo.

   El alboroto era tremendo, la escuela bastante amplia llena, había sillas que se traían de los domicilios, donde se colocaban sus propietarios. El  Antonio se levantó de su asiento, haciendo un gesto con la mano, mandó guardar silencio. El Príncipe se dirigió al público en nombre de sus majestades los Reyes de Oriente. El, solo era un mensajero que venía a anunciarles a ellos, que en la noche, sus Majestades pasarían dejando los regalos a todos. Este año tenía un cometido especial de parte de los Reyes, un regalo para Manuel Jesús, al cual mandó acercarse a su trono, haciéndole entrega de un paquete, el niño abrió con nerviosismo y vio el contenido, unas madreñas rojas como las que él decía a todos en un descuido se las llevó el rio, Regina se acercó a su hijo el cual no salía de su asombro, atrayéndole hacia sí y llevándole al asiento, un aplauso coronó la entrega. El Príncipe pidió silencio y adelantándose a los asientos se acercó a Adelina haciéndole entrega de un sobre, de parte de sus majestades por tu buen hacer, la buena mujer, cogió el sobre y lo abrió, vio dentro cinco mil pesetas, sus ojos se llenaron de lágrimas, quiso devolverlo, no podía aceptarlo, era demasiado dinero por nada, ella no pedía limosna. Antonio se adelantó, obligándola  a sentarse, la buena mujer no opuso resistencia, él depositó un beso en la frente de la compungida mujer, Adela, esto no se puede devolver es cosa de los Reyes, todos en pie aplaudían intensamente. El Príncipe levanto la voz, mandando a todos los niños, pasar de uno en uno a recoger sus bolsas de chucherías. Fue un día feliz y de justicia.

  El Volvo avanzaba sobre la calzada, Jaime deseaba regresar al pueblo, Regina en el asiento delantero y atrás Herminia su madre, dos meses llevaban en la capital, eran los de invierno. Hacia unos años que había fallecido tía Mercedes, dejándole el piso de Oviedo. Jesús, un infarto se lo llevó, quedando Herminia sola, Jaime casi obligó a Herminia a vivir con ellos, la quintana estaba vacía, las dos viviendas cerradas. Todo era tan diferente, ahora la carretera era muy buena. A falta de un puente dos tenía el pueblo. No obstante el pueblo se quedaba vacío. No había ruido de niños  por las callejuelas, sí bien asfaltadas, pero sin movimiento. Regina acaricio la cesta de mimbre que llevaba en su regazo con flores. Serán depositados como todos los años en la tumba de Adelina y todos los vecinos se encargarán de mantenerlas frescas.

J. Ordóñez- Salinas 24 de Marzo del 2020.

 

 

 

 

 

 

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