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martes, 20 de diciembre de 2016

LA SONRISA TRISTE DE DOÑA GONTRODO


Habían sonado las trompetas en la torre-fortaleza de San Martín de Souto. Había nacido una hija de los
Señores de Aller. La pondrían por nombre Gontrodo, en recuerdo de sus antepasados.
    
Una niña despierta, juguetona. En su infancia, acompañada de sus cuidadores y de su madre, todos  los días se acercaba al monasterio de San Martín, de la orden benedictina, para oír misa.

La niña de tez blanca, cabellos rubios, ojos claros, viveza en su rostro, iba saludando a todos los siervos que cruzaban en el camino, con sonrisa y su frescura. Así fue creciendo en belleza, viveza y cultura.
     
A sus dieciséis años, hablaba romance, latín, francés y occitano. Se movía perfectamente por todos los círculos del reino Astur. Su familia, de la vieja nobleza, estaba emparentada y descendía de la realeza. Codiciada por las mejores familias para su matrimonio, ella solo tenía ojos para un pariente lejano, de Nava, chico de joven rostro, divinamente atractivo para ella.
     
Era la primavera del año de gracia de 1.147, la niña estaba alegre, dicharachera. Los parientes de Nava estaban en camino a la fortaleza de sus padres en San Martin de Soto, su primo lejano, a quien conocía desde la infancia, llamado Fruela, estaría por estos lares una pequeña temporada, cazando y divirtiéndose en familia, como era costumbre en la época.
     
Solo en los veranos, las familias de la nobleza efectuaban encuentros. El buen tiempo les ayudaba en sus traslados. Al ser los días largos, se aprovechaban al máximo para ejercitar al aire libre, conocerse sus vástagos, formando nuevas alianzas y con casamientos.
      
Un día gris, pero sin lluvia, apareció la caravana de carretas tirados por bueyes, soldados, literas y demás enseres que acompañaban a la comitiva en la visita a sus parientes y amigos.
      
Gontrodo, muy feliz, recorría las almenas de la torre-fortaleza con el fin de avisar de la llegada de la comitiva.
      
Entre los caballeros creía ver a Fruela, no estaba segura, pero le parecía entre todos, el más gallardo.
      
La caravana se fue acercando al poblado, haciendo parada en el monasterio. A la entrada del cenobio la comitiva fue recibida por el abad, Fray Prismicio, los señores y su sequito dieron gracias al Altísimo por su espléndido viaje, pidiendo al Todopoderoso una agradable estancia y feliz regreso.
      
Dos horas más tarde, a la entrada de la fortaleza del castillo, eran recibidos por sus parientes los Señores de Aller, su hija y demás familia y servicio.
      
Esta fue la última vez que Gontrodo y Fruela pasearon, se ilusionaron naciendo en ellos el amor adolescente.
      
Había movimiento de soldados, carretas, caballeros. Era de todos conocida la inminente llegada de Don Alfonso VII el emperador – rey de Asturias, León y Castilla. Su reino llegaba hasta la antigua capital goda, Toledo.
      
En el palacio de la fortaleza, se habían preparado todo tipo de comodidades, siendo el lugar donde el ilustre huésped se acomodaría.
      
El orbayu caía lentamente sobre el paisaje montañoso de Aller; los heraldos cabalgaban anunciando la llegada del emperador; la nobleza fiel a D. Alfonso de la comarca, en pleno, esperaba en el patio del monasterio de San Martin; damas, caballeros, servidores, clérigos y demás, sobresalía la belleza y encanto de una adolescente, radiante, hermosa, Doña Gontrodo, hija de los Señores de Aller.
         
El emperador saludaba a todos con indiferencia, con el rostro cansado por una larga jornada de viaje. Sus ropas esplendidas, algo sucias por la cabalgata. Su pelo rojizo, sonrisa forzada y sus ojos atrevidos y perspicaces se fijaron largamente en el rostro angelical de doña Gontrodo, La adolescente al sentirse observada bajó la su mirada al suelo, sonrojándose sus mejillas.
         
Desde ese momento, el emperador hizo llamar al señor de Aller, largas conversaciones, promesas, nuevos títulos, compra desesperada de un alma angelical.
         
 El padre Prismicio vio con amargura las lágrimas en unos ojos tristes en el rostro de Dña. Gontrodo. Sus ojos alegres de adolescente se habían convertido en desesperanza, se había hecho mujer. Perdida la ilusión, sólo tristeza, dolor y amargura….
      
Al llegar el mes de Agosto, el séquito imperial se puso en marcha hacia la corte de León. Gontrodo, con alivio, vio partir el cortejo real. Meses más tarde dio a luz una niña, a la cual llamaron Dña. Urraca, conocida en la historia como Dña. Urraca la asturiana. Reina de Navarra y regente en Asturias, con título de reina.
       
A petición de Dña. Gontrodo, al arrebatarle a su hija, la infanta Dña. Urraca, para ser educada en palacio y corte por su tía Dña. Sancha, el rey Alfonso donó las tierras de su propiedad, junto la ciudad de Oviedo, a Dña. Gontrodo, la cual fundó el monasterio de Santa María de la Vega. Allí, con la oración y la paz, dicen sus contemporáneos que volvieron a sonreír los ojos de Dña. Gontrodo, esposa y abadesa del único y gran señor.
            J. Ordóñez – Salinas 2010.

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